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Amor en llamas
Amor en llamas

Al amanecer llegaste corriendo. De nuestra casa solo quedaban cenizas

     

Había planeado aquella cena durante una semana. Cada detalle había sido pensado una y otra vez hasta convertirse en realidad. La mesa, el vino, las velas con aroma a naranja. Incluso mi vestido, ese que tanto te gustaba y en el que me sentía tan cómoda.

A las siete de la noche todo estaba listo. El comedor diminuto, la botella de vino, las dos copas, los dos platos y una cajita de madera en el centro de la mesa. Dentro había un regalo para vos. Solo era cuestión de esperarte.

Y te esperé y te esperé. El reloj marcó las ocho, luego las ocho y treinta. Pensé que tal vez te habían asignado un trabajo de imprevisto. O que estarías en el tráfico pesado de la hora pico. Te llamé. Una, dos, tres veces, pero tu teléfono estaba apagado. Suspiré profundo y te imaginé dejando el cargador olvidado en la oficina. Siempre yéndote a la carrera.

Apareciste a las nueve y cuarenta y cinco. Apenas podías mantenerte en pie. Balbuceaste que habías salido temprano. Que habías ido a tomar unos tragos con tus amigos. Que habías perdido la noción del tiempo. Que tu celular se te había caído en la calle mientras intentabas tomar un taxi en hora pico. Te miré sin pestañear. Quise saber si habías hecho un respaldo de nuestras fotos y videos que estaban en el aparato. Respondiste que no.

Mirabas al piso. Yo no apartaba mi vista de vos. Dijiste que querías pedirme algo importante. Que lamentabas haber arruinado la cena. Que era la última vez que tomabas. Sonreí y sentí como se empezaban a acumular lágrimas en mis ojos. Te pedí que te fueras. Te negaste. Te repetí que te fueras. Susurraste «te prometo que fue la última vez». Y te fuiste.

Enllavé la puerta. Me tomé la botella de vino sin pensar y sin respirar. Luego me tiré a la cama y lloré hasta quedarme profundamente dormida. Sin quitarme el vestido. Sin tocar la comida. Sin apagar las velas con aroma a naranja.

***

Al amanecer llegaste corriendo. De nuestra casa solo quedaban cenizas. Los vecinos te dijeron que habían intentado localizarte, pero que tu teléfono estaba apagado. Que habían luchado por sacarme viva, pero que el incendio fue feroz y veloz. Entonces recordaste el comedor diminuto, la botella de vino, las dos copas, los dos platos y la cajita de madera en el centro de la mesa. Incluso recordaste el olor de las velas. Mirabas al vacío. Susurraste como lo habías hecho la noche anterior. «El vino le daba mucho sueño».

***

Durante ese día nadie pudo separarte de los escombros. Y mientras caía la tarde, estando de rodillas sobre lo que había sido la sala, encontraste la cajita de madera. Estaba chamuscada, pero en su interior conservaba tu obsequio intacto. Una prueba de embarazo rodeada por una nota escrita a mano. «Nuestro bebé nacerá con el año nuevo. ¡Te amamos!». Te llevaste las manos a la cara y luego a la bolsa de tu camisa. Y lo sentiste. Ahí estaba todavía mi anillo de compromiso.


Este texto es ficción, si conocés un caso parecido, podés comunicarte con la autora en Twitter ¿Te gustó el artículo? Aquí podés leer más

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