En pantalla

El Castillo de Cristal asediado por contradicciones
El Castillo de Cristal

No se trata de definir héroes y villanos, pero “El Castillo de Cristal” se acerca peligrosamente a la idealización del abuso.

“El Castillo de Cristal”
(The Glass Castle)
Dirección: Destin Daniel Cretton
Duración: 2 horas, 7 minutos
Clasificación: * * (Regular)

 

En 1989, Jeannette Walls (Brie Larson) trabaja como columnista en un periódico neoyorkino y contempla su compromiso con David (Max Greenfield), asesor financiero con quien comparte un cómodo apartamento que parece un mausoleo de comodidad reaganiana. A pocas cuadras del elegante restaurante donde cenan, sus padres Rex (Woody Harrelson) y Rose Mary (Naomi Watts), “rescatan tesoros” de la basura para llevarlos al apartamento abandonado que invaden. En dos escenas, El Castillo de Cristal sienta las bases de una provocadora exploración sobre clase y pobreza, temas cargados que Hollywood rara vez contempla.

La narrativa asume una estructura paralela. En un cauce, saltamos al pasado, a la infancia de la heroína y tres hermanos. En el presente, que se desarrolla entre 1989 y 1995, los niños de antaño tratan de reconciliarse con los traumas del pasado. La primera vez que vemos a la pequeña Jeannette (Chandler Head), sufre quemaduras que la marcarán de por vida. Rose Mary no puede dejar de pintar para preparar el almuerzo. Rex marca la pauta de la vida familiar. No tiene trabajo fijo, y los mueve de una casa abandonada a otra, cuando los trabajadores sociales empiezan a hacer preguntas. Para un niño, es fácil asumir esto como normal. El Castillo de Cristal del título es el hogar de ensueño que vive planeando y nunca construirá. A medida que los niños crecen, la tensión florece. El carismático rebelde bebe demasiado, puede ser violento y abusivo. Una visita a los abuelos ofrece pistas sobre su comportamiento, pero no hace las cosas más fáciles.

La película supone una reunión de Larson con el director que la puso en el radar de Hollywood con “Short Term 12” (Cretton, 2013). Sin embargo, otra película proyecta una larga sombra sobre este “Castillo…”. “Captain Fantastic” (Matt Ross, 2016) nunca se proyectó en Nicaragua, pero está disponible en línea. Cubre un arco dramático similar, al extremo que es imposible no compararlas. A pesar de un tono más ligero, “Capitán…” se resiste a caer en la trampa de idealizar al protagonista, y encuentra un balance entre la pugna generacional. “El Castillo de Cristal” prefiere desorientarnos por un rato para finalmente “sorprendernos” con su idealización romántica.

Bien puede ser que la resolución sea fiel a las memorias de Walls, pero el tratamiento del guión pone al espectador en un lugar imposible: aceptar el romanticismo narcisista de Rex y Rose Mary, disculpando las situaciones que hacen atravesar a sus hijos como una expresión de su individualidad. La otra cara de esa moneda es el tratamiento a David, el novio “convencional”, presentado como una figura eminentemente ridícula por trabajar en Wall Street y disfrutar de comodidades materiales. Al final, le niegan su humanidad reduciéndolo a la antítesis ideológica de la familia, que debe prevalecer a toda costa. Es una falacia que disculpa las transgresiones en el nombre de “salvar” la integridad de Jeannette. En un flashback, Rex convence a la hija que las cicatrices de sus quemaduras le dan individualidad y fortaleza. Sí, seguro. Pero también son un recuerdo de peligroso descuido paternal. Gracias por el trauma, papá.

No se trata de definir héroes y villanos, pero El Castillo de Cristal se acerca peligrosamente a la idealización del abuso. Entre todas las revelaciones que  explican la patología familiar, hay una en particular que socava la exploración honesta de los efectos de la pobreza. ¿Merecen los padres el beneficio de la duda, si todo el sufrimiento que infligen en sus hijos viene de una decisión consciente? La película cuestiona el precio de la pretendida pureza ideológica de los personajes, pero al final se encoge de hombros y la abraza.

Por lo menos, las actuaciones son sólidas. Harrelson está en una buena racha. Puede hacer una función doble en el cine y verlo también como el carismático villano de “El Planeta de los Simios: Guerra” (Matt Reeves, 2017). Larson, con su Óscar a la Mejor Actriz por “Room” (Lenny Abrahamson, 2015) todavía fresco, sirve de ancla para los vaivenes emocionales, pero Naomi Watts se roba cada escena en la que aparece. La actriz se transforma físicamente, y proyecta individualidad y humanidad en un personaje eminentemente pasivo, que se deja llevar por los caprichos de su esposo. La codependencia jamás ha sido más magnética.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.