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El «güevon» de la casa

Educamos para que el niño encaje con el prototipo de “El güevon de la casa” aunque no queremos que sea otro "machito alfa maltratador de mujeres"

Él y yo en el carro. En una tarde cualquiera. Todo parecía normal hasta que lo dijo. Sí, dijo esa frase que odio. Que seguro vos (mujer) que estás leyendo la odiás y la has escuchado durante toda tu vida: “Adiós amor”.

Me sentí morir. Era mi hijo. Mi niño de dos años y medio había acosado a una mujer. ¡Trágame tierra! ¿En qué momento pasó?, ¿Por qué a mí? Comencé a darle vueltas al disco tratando de averiguar dónde lo había aprendido. Luego supe que el vigilante del CDI acosaba mujeres.

Criar es bien difícil. Una quiere que su hijo no sea otro ‘machito alfa maltratador de mujeres’, pero el mundo parece que orilla a los hombres al ‘deber ser’ de la masculinidad. Ese prototipo de hombre que no llora, no muestra sus sentimientos, no sabe lavar ni un calzoncillo, que es rudo, tosco y cruel, que cosifica mujeres y es cabeza de familia.

Todo comienza en casa

Y lo peor, las madres sin siquiera darnos cuenta lo perpetuamos. El viejo cuento que solo nosotras podemos criar es parte de esta educación sexista que te clasifica en femenina: sumisa (dada a otros) y en masculino; macho (del mundo). Y entonces, nacen y comenzamos a encasillarlos por colores.

En la crianza vamos modificando comportamiento mediante frases como: “los niños no lloran”, “los niños no juegan con muñecas”, “los niños son güevones”, estamos atentos a cómo se sientan, cómo hablan, qué visten, qué juegan e incluso acciones sexistas dónde se decide – quién come qué o cuánto – es decir damos un trato diferenciado a la niñez en razón de su sexo.

‘Educamos’ para que el niño encaje con el prototipo de “El güevon de la casa”. Y lo reforzamos cuando sale a la calle: publicidad, grupos de amigos, medios de comunicación, emiten un único mensaje sobre: Ser hombre, como aquel, varón que tiene las cualidades consideradas masculinas por excelencia.

¿Qué es ser niño y/o hombre?

No lo sé y quisiera saberlo, pero yo soy mujer. No obstante, creo que la sociedad tiene un concepto arcaico salido de las cavernas. Lo peor es que detrás de ese concepto, hay misoginia pura y dura, porque las características que se le cuestionan al hombre son precisamente las características que construyen el SER MUJER.

Mientras construimos el SER HOMBRE con adjetivos calificativos positivos como: aventurero, valiente, osado, político; el SER MUJER lo construimos desde lo negativo: puta, insolente, mal educada, prostituta. La construcción del SER HOMBRE está por encima del SER MUJER, enseñando violencia y desigualdad.

pexels-photo-87324Es por ello que denigramos a los niños que lloran, juegan con muñecas, visten rosado; y de adultos, atienden a sus hijos, hacen quehaceres, expresan sus sentimientos e incluso hasta por no ser violentos. Todo porque esos niños y hombres se salen del molde social que determina qué conductas, habilidades y valores debemos tener y ejercer dependiendo de nuestro sexo.

La violencia se ha naturalizado como característica propia del SER HOMBRE. Ya hemos escuchado al ‘macho de machos’ Ricardo Mayorga, como despotrica contra sus adversarios llamándolos ‘maricones’ y enaltece la violencia diciendo que “en Nicaragua las mujeres paren macho». Es estúpido pensar que por SER HOMBRE debés SER VIOLENTO.

La crianza es la clave

Si algo es real es que la familia es la base de la sociedad. Y hablo de todos los tipos de FAMILIA, porque si cada FAMILIA educa niños de forma diferentes cuando salgan al mundo como hombres, no se sentirían arrinconados para caer en el precipicio de la violencia.

La niñez es la etapa de mayor aprendizaje. Hagan memoria: ¿cuántas cosas le dijeron de niño hasta convertirlo en un macho – violento – ‘sos hombre, ‘sos huevón’, ‘no llores’, ‘los hombres no lloran’, ‘no juegues con muñecas’, ‘anda turquealo’, ‘tócale el culo’, ‘tírale un beso’, ‘tócale la teta’… te parecen conocidas esas frases?– Bueno pues ese adulto ‘machista’ que tienes al lado es resultado de esa educación.

Por eso, con todo respeto mis queridas madres, no quiero darles más trabajo, pero me temo que tenemos tarea pendiente. Démosle vuelta a la tortilla, aprovechemos la ‘cuina’ de que solo nosotras podemos criar para que desde abajo (como hormiguitas) transformemos la dinámica del mundo. Y un día, otras generaciones de mujeres, puedan convivir con hombres más humanos.

¡Pero vos que sos consciente de este daño… poné de tu parte!

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