En pantalla
La emigración ha resultado un tema tan atractivo para el cine cubano, sobre todo en el siglo XXI, porque le permite a realizadores y guionistas mostrar la fuerte interrelación entre lo social y lo personal
La nación cubana surge y se desarrolla acompañada por la migración en tanto proceso complejo de fuerte impacto en términos demográficos, culturales, económicos y sociopolíticos, de modo que tampoco resulta sorprendente la interminable lista de películas cubanas en la cual aparece, con una presencia más o menos protagónica, el tema migratorio.
La representación del tema fue esporádica en el cine de los primeros años del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic). Dejó de serlo a partir de aquellas primeras escenas de Memorias del subdesarrollo (1968) cuando el protagonista despide a su esposa, y a su familia, en el aeropuerto.
Posteriormente, la emigración ha resultado un tema tan atractivo para el cine cubano, sobre todo en el siglo XXI, porque le permite a realizadores y guionistas mostrar la fuerte interrelación entre lo social y lo personal, una interrelación que condiciona el deseo o la decisión de un personaje de irse a vivir en otro país, a pesar del posible costo en cuanto a incertidumbres, alejamientos y pérdidas.
En el marco muy amplio de filmes cubanos que tocan el tema migratorio, me refiero a diez filmes cubanos cuyos personajes expresan el síndrome Quiero-irme-de-Cuba. Se trata de sujetos completamente poseídos por la ansiedad de romper con una cotidianidad muy concreta, insatisfactoria en cuanto al cumplimiento de expectativas materiales, sicológicas o espirituales.
A partir de la flexibilización de las regulaciones migratorias, expresada en el constante y sistemático viajar a la Isla de cubanos que viven fuera, la abundancia de compatriotas que realizan prolongadas visitas temporales a otros países, las estancias en el exterior gracias a contratos de trabajo, o debido al matrimonio con extranjeros, se ha desdramatizado un tanto aquella tipología cinematográfica del emigrante como personaje trágico, desgajado, que abandonaba su país y su cultura de manera definitiva.
Sin embargo, el carácter trágico que antes portaba el emigrante, visto de manera general, se ha trasladado al personaje en profunda crisis con lo cotidiano y con la acuciante necesidad de encontrar alternativas u opciones diferentes. Repasemos entonces diez filmes cubanos producidos durante las dos últimas décadas y protagonizados por este tipo de sujetos anhelantes, insatisfechos, trágicos y casi siempre incomunicados con su entorno en la apremiante obsesión de partir.
Nada (2000), Juan Carlos Cremata
Tal vez el primer personaje del cine cubano que se atreve a gritar que quiere irse de Cuba es Carla, interpretada por Thais Valdés en la película Nada. Ella está inscrita en una lotería para obtener visa y residencia permanente en Estados Unidos y sobrevive aburrida en una oficina de Correos donde pone cuños. Carla está harta de una vida sin mayores incentivos, y parece cansada de ayudar a otros. Además, ansía tener vida propia, reunirse con sus padres y, tal vez, escapar a las quejas diarias, a la vigilancia en su trabajo, a la escasez, a los apagones.
El tema de la emigración resulta medular en la estructura dramática de Viva Cuba (2006) también dirigida por Cremata, quien presenta una familia cuya madre, interpretada por Larisa Vega, explica todo el tiempo las razones que la impulsan a irse de Cuba lo más rápido que pueda, llevándose a su hija. En Nada y Viva Cuba se representa el estado mental de la familia y la nación, permanentemente divididas entre los que prefieren irse o quedarse, optar por un proyecto personal o seguir bregando con la utopía colectiva.
Balseros (2002), Carles Bosch y Josep María Domenech
Este largometraje documental, codirigido por dos periodistas españoles, alcanzó éxito mundial en su momento. La primera parte, realizada en Cuba, presenta a un equipo de reporteros de la televisión catalana que visita en 1994 a siete cubanos y sus familias, cuando estos deciden salir de Cuba en balsa. En ese primer segmento se expresan con toda claridad las urgencias, los deseos y los sueños de este grupo de emigrantes. Meses después los reporteros localizan a sus personajes en la Base Naval de Guantánamo, y se reencuentran con ellos durante años después para testimoniar cómo ha sido su destino en Estados Unidos.
Además de constituir el principal registro periodístico que nos queda sobre la crisis de los balseros, el documental también diserta sobre el cumplimiento o no del sueño de prosperidad y realización personal que estimuló la estampida, y las inmensas catástrofes que tuvieron lugar en el ámbito privado. Balseros marcó también la tónica del tratamiento cinematográfico de aquella crisis en las posteriores …en fin, el mar (2003) del argentino Jorge Dyszel; la producción española 90 millas (2005, Francisco Rodríguez) y la ópera prima de Lucy Molloy titulada Una noche (2012).
En 2018, se realizaron en Miami Mar afuera y El último balsero, y al año siguiente se estrenó Agosto (Armando Capó) en la cual un pequeño pueblo costero parece desintegrarse en torno a un adolescente que percibe la división de su familia y la partida de los amigos.
Suite Habana (2003), Fernando Pérez
El cine de Fernando Pérez siempre aludió, directa o metafóricamente, a quienes deseaban emigrar a otras tierras. Suite Habana naturaliza el viaje al exterior cuando incluye, entre sus quince protagonistas, a Jorge Luis, que aparece primero despidiéndose de su hogar, de su familia, y después en medio del aeropuerto o ya tomando el avión, luego de un último vistazo al paisaje de palmas.
La edición del filme intercala el dolor de la familia por el alejamiento de uno de sus miembros y yuxtapone imágenes de la cotidianidad como el lavadero del hospital; el doctor que inspecciona la higiene de quienes reparten alimentos; la escuela especial del niño con Síndrome Down; el Paseo del Prado; los pistones fabriles de Suchel; el bullicio de un camión-pala que recoge escombros; un martillo neumático que rompe la calle; el obrero golpeando un travesaño; la válvula de la olla; el mortero donde se machacan especias; unas manos que colocan la loza sobre una tumba…
El tema migratorio y la legitimidad de la emigración, o el hecho de que cada uno se lleva su pasado a cuestas, se había insinuado antes, en el cine de Fernando Pérez de los años noventa a través de filmes como Hello, Hemigway (con su protagonista que quiere ser famosa como Hemingway y anhela trascender su vida insignificante partiendo con una beca a estudiar literatura en Estados Unidos); Madagascar, con la hija primero y la madre después, que añoran viajar, ausentarse del trabajo o la escuela y conocer otro lugar, otra vida que sea mejor en tanto distinta; y La vida es silbar, que presenta la escena del caracol en el Malecón, hermoso símbolo de quien viaja con la casa a cuestas.
Habana Blues (2005), Benito Zambrano
El filme cuenta la historia de dos jóvenes músicos que se conocen desde siempre: Ruy (Alberto Yoel García) y Tito (Roberto Sanmartín). Mientras se preparan para su primer gran concierto como dúo aparece una productora española buscadora de talentos que puede sacarlos del país, con un contrato leonino. Ruy se rebela, pero Tito lo acepta con tal de irse de Cuba, que al parecer es su máxima aspiración según consta en dramática escena en que insulta a su amigo por estropear la oportunidad de emigrar.
La escena mencionada se transformó en estandarte para varios jóvenes artistas, inconformes con la estrechez de horizontes profesionales, y la pesada carga de una cotidianidad marcada por las carencias y la precariedad. Porque Habana Blues representa a quienes optan por ir a trabajar a otro país, con las condiciones que sean, y explica convincentemente tales opciones.
Páginas del diario de Mauricio (2005), Manuel Pérez
Se trata de una producción del Icaic, dirigida por uno de los realizadores veteranos del cine nacional. Fue de los primeros filmes que acató con naturalidad el deseo de emigrar, sobre todo en los jóvenes. Tal naturalización se verifica sobre todo en dos escenas: en el diálogo de Mauricio con el amenazador, y en el fondo amedrentado, disidente que intenta salir de Cuba durante el llamado Maleconazo; y después, cuando el protagonista se ve precisado a comprender las razones de su hija para vivir en el extranjero.
Personal Belongings (2007), Alejandro Brugués
Ernesto, el protagonista de la ópera prima de Brugués lleva dos años tratando de irse de Cuba y se mueve de embajada en embajada para conseguir una visa. Vive en su auto y todas sus pertenencias personales caben en un maletín. Él encuentra a Ana, quien vive en soledad desde que su familia partió en una balsa y ella decidió quedarse. Ernesto y Ana se enamoran, aunque están conscientes de que eligieron caminos divergentes para el resto de sus vidas.
Brugués insistió en el tema migratorio en la escena final de la posterior Juan de los Muertos (2011) cuando los zombis se apoderan por completo de las calles y los sobrevivientes de la brigada de aguerridos luchadores contra la epidemia deciden lanzarse en una balsa por el Malecón. El protagonista, en vez de salir huyendo con proa a Florida, regresa a fajarse con los leones, es decir, con los muertos vivientes.
Habanaver t. a 31 kb/seg (2009), Javier Labrador y Juan Carlos Sánchez.
El documental utiliza recursos de la ficción (hay un guion interpretado-leído en off por dos actrices: Broselianda Hernández y Cheryl Zaldívar) para abordar el intercambio de correos electrónicos entre dos amigas cuya juventud transcurrió en La Habana de los años ochenta, cuando ambas eran felices en Cuba, o creían serlo.
En el subtexto de la conversación aparece el discurso desencantado y pesimista de la amiga que se quedó en Cuba, mientras la cámara construye un correlato, en imágenes, del diálogo electrónico, y refuerza la angustia y la desilusión de la que permanece en Cuba; pero carece de fuerzas para idealizar el presente o el pasado de la Isla, y solo habla de los problemas que pudieran convertirla, al igual que su amiga lejana, en posible emigrante.
Vestido de novia (2014) de Marilyn Solaya, y Santa y Andrés (2017) de Carlos Lechuga.
Ambas películas presentan la salida de Cuba, al final del arco dramático de sus personajes, como la única solución posible para homosexuales que nunca encontraron en Cuba un lugar de tranquilidad y armonía donde vivir libremente sus vidas y alcanzar algún tipo de realización personal.
Al igual que el Diego de Fresa y chocolate, que nunca decidió irse de Cuba, sino que lo echaron fuera, a los protagonistas de las dos películas apenas les queda otro remedio que montarse en una balsa para tratar de buscar la aceptación, o al menos la tolerancia, que jamás encontraron en un entorno hostigador y represivo. A diferencia de Fresa y chocolate, en la cual la decisión llega súbitamente, en las otras dos películas mencionadas se observa el trágico estrechamiento de las opciones hasta que no queda ninguna otra solución.
El acompañante (2016), Pavel Giroud.
La obra está ambientada en La Habana de 1989, cuando los enfermos de sida eran ingresados obligatoriamente en el Sanatorio Los Cocos y solo podían salir algunos fines de semana custodiados por alguien que diera cuenta de sus actos.
El filme relata la progresiva amistad entre uno de los enfermos, Daniel, un excombatiente internacionalista, y su celoso vigilante, Horacio, un boxeador sancionado momentáneamente.
A partir de las diferencias y concilios entre Daniel y Horacio (interpretados exuberantemente por Armando Miguel Gómez y Yotuel Romero), ambos atrapados en un círculo de exclusión y castigo, el guion va construyendo con trazos muy precisos la imagen de Daniel, un hombre incapacitado para vivir preso y que por ello escapa cada vez que puede, hasta preparar una salida ilegal del país. El intento migratorio es el gesto final de un hermoso personaje, inveterado amante de la libertad, dispuesto a conquistarla a cualquier precio.
Últimos días en La Habana (2016), Fernando Pérez
El personaje de Miguel (interpretado por Patricio Wood) en este filme vive completamente ansioso, a la espera de una visa para emigrar a Estados Unidos, mientras parece desconectado de su entorno, abismado por la inadaptación y la tristeza, dedicado a cuidar a su amigo Diego, que agoniza en un apartamento minúsculo compartido por ambos.
La proximidad de la partida definitiva de Miguel nunca consigue aliviar su parquedad, ofuscación e inflexibilidad, siempre en abierta disconformidad con su entorno como se evidencia, sobre todo, en la escena cuando va a comprar chocolates a una tienda para cumplir la última voluntad de su amigo, y todo parece moverse al compás del peor reguetón. El final del filme resulta de un pesimismo demoledor, cuando se nos muestra a Miguel, finalmente emigrado, tan triste como siempre y mucho más solitario que nunca.
*Este artículo fue publicado también en Havana Times.