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En boca de todos

En las redes sociales aún no existe la opción “lapidar”, pero lanzamos insultos y burlas más filosas que las piedras

     

Una pareja decide contraer nupcias. Se pacta fecha para el evento, se separa la iglesia para la ceremonia religiosa y el local para celebrar la fiesta. El siguiente paso es la despedida de solteros. El hombre se marcha con sus amigos a un destino desconocido. La mujer, a la playa con sus amigas. Justo en esa fecha, el matrimonio más famoso del mundo, anuncia su divorcio a la prensa. En realidad, a nadie le importa mucho. Las celebridades cada día son menos populares desde el instante en que los mortales empezaron a tener acceso a sus cinco minutos de infamia en la palma de la mano.

Tememos y condenamos al estado islámico por sus actos barbáricos, pero nos parecemos a ellos más de lo que creemos. Observamos indignadísimos en la pantalla imágenes y vídeo de la fiesta de despedida: la futura novia se besa con un hombre. En las redes sociales aún no existe la opción “lapidar”, pero lanzamos insultos y burlas más filosas que las piedras. La presión social acorrala al novio y le obliga a cancelar el compromiso de boda.

¿Por qué? Siendo justos, ella no incurrió en ninguna falta. Las despedidas de solteros, no nos engañemos, son el buffet al que asistimos antes de comenzar una dieta que durará (en teoría) toda la vida. Si no es así, para evitar malos entendidos y penosas rupturas, deberíamos cambiarle el nombre a, por ejemplo, “otra aburrida fiesta con amigos”.

Enfundado en el traje del abogado del Diablo, si me permiten agregar, el compromiso de fidelidad en pareja es una fantasía tan grande como una catedral. Más temprano que tarde, alguno de los dos caerá en la tentación de sentir o imaginar entre sus brazos a otro cuerpo distinto al que juraron exclusividad. Nos ahorraríamos millones de pesos en juzgados, abogados y demandas (y escarnio público), si nos enfocáramos en descifrar si poseemos la capacidad del perdón antes de prometer algo contra natura.

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