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Mi vida pasó de la adolescencia al escritorio. No hay fiestas, no hay muchas salidas y existen sacrificios, pero también mucha satisfacción.
Hoy quiero que conversemos sobre la edad. Recientemente he recibido algunos comentarios inocentes, que se perpetúan dentro de mi mente. Además, varias personas me han pedido hablar de esto. Creo que es justo abordar el tema, porque es algo que muchos han vivido pero nadie lo dice. Tampoco deseo que piensen que es un escrito de victimización, todo es real.
Tengo 18 años, trabajo desde hace más de un año y estudio. Prácticamente salí de la adolescencia para llegar a una oficina. Mi edad me ha hecho partícipe de vivencias que quizá otro no pasaría (o sufriría). Esto, por los privilegios que la sociedad me ha otorgado (pero eso será en otro blog). He clasificado mi experiencia en tres partes.
Primero, siendo mujer.
Es un hecho: las mujeres somos discriminadas laboralmente. Los datos lo corroboran. Según el centro de estudios de economía aplicada (FEDEA), aunque las mujeres tienen más formación y nivel educativo, sufren más discriminación en materia de empleo, salarios y acceso a posiciones de liderazgo. Ahora súmenle a esto, tener 17 años (la edad en que comencé a ser periodista).
Es decir, desde que empecé a trabajar, en la universidad, en la calle, en la sociedad, he recibido comentarios como: “¿Y quién es tu papá?”, “Ay qué linda, está jugando a ser periodista”, “Sos demasiado frágil para el campo”, “¿Qué apellido tenés para que estés trabajando aquí?”. O las comunes invitaciones a salir de hombres que se sienten con el poder de sugerirte lo que les dé la gana porque obvio “sos joven, caés fácil”.
No. No porque soy joven no voy a entender las intenciones de gente que se quiere aprovechar de mí. Las mujeres jóvenes no somos “carnada fácil”, en realidad, nadie lo es. No porque soy más joven de lo normal voy a tener una relación formal con alguien mayor. No por mi edad tengo que ser la “hija de alguien” para tener un trabajo que me gusta. No porque tengo 18 soy “muy frágil o tonta para lo pesado” y no porque soy joven, no voy a entender asuntos políticos o sociales de mi contexto. Los estereotipos duelen.
Luego, queriendo vivir como alguien de mi edad.
¡No se puede! ¡No existe! Simplemente no puedo tener un final de la adolescencia “normal”. No puedo desvelarme por ir a fiestas o salir en las tardes con mis amigos, porque tengo otras responsabilidades. No puedo escribir un post de Facebook o Twitter, sin pensarlo dos veces (¿lo escribiré como periodista, como joven, o como joven periodista?) o hacer rabietas porque sí.
Trabajar a esta edad sin duda es una decisión muy personal. Se tiene que entender que sí se van a hacer muchos sacrificios y se tendrán limitaciones, porque tampoco está bien hacer las dos cosas y ser mediocre en ambas. Y pues, es difícil ser disciplinada cuando tu corazón dice: ¡Tenés tiempo! ¡No hagás nada! ¡Viví una vida normal! Pero no, no lo cambiaría por otra cosa. Todo lo que he vivido vale la pena, porque trae su recompensa.
Por último, convivir en una sociedad con personas mucho mayores que vos.
El problema con ser la menor (en mi caso siempre he sido la más pequeña) es compararte con personas que quizá ya están en otras ligas. Además, escuchar frases donde, en realidad, infravaloran a los más pequeños como “es solo una niña”, “apenas está empezando”, “tu edad me ofende”. (Ya sé, tranquilo. Soy joven, wow, no me lo tenés que recordar).
Y no, no hablo de alguien de 50 refiriéndose a alguien de 25. Hablo de alguien de 25 diciéndole a alguien de mi edad que “le falta camino por recorrer”. Vivimos en una sociedad donde hay una constante lucha de egos generacionales. Donde el de 20, lucha con el de 19. Donde todos señalan con el dedo, pero ninguno ayuda.
Es duro, porque se siente como si uno está en el fondo de esa pirámide de egos sufriendo todo el “shaming” del resto de generaciones.
Lo peor es que vos admirás a las personas que ya han llegado lejos, pero no las envidiás, porque sabés que vos también vas a llegar allá y aparentemente creen lo contrario.
No me malinterpreten, gracias a muchas personas mayores yo he aprendido muchísimo de lo que sé ahora. Tampoco entraré en el papel de «muerte a los mayores, vivan los menores». Porque es sinsentido. Todos aprendemos de todos, nadie tiene la vida arreglada.
Creo que se debe de dejar de minimizar nuestros logros solo por nuestra edad. Admitir que hay gente talentosa en todas las generaciones, y que ese talento puede mejorar la sociedad si todos nos unimos y ayudamos entre sí.
Y por favor, dejen de compararnos con ustedes. Dejen de hablar sobre experiencia y sobre lo geniales que son ahora en comparación con nosotros actuales. ¿Qué estaban haciendo cuando tenían 18-20 años? ¿Cómo les gustaría que los hubieran tratado a esa edad?
Los de aquí hacemos mucho esfuerzo y nos gustaría ser tratados como semejantes pero NO ser comparados y menos con los ustedes de ahora y no de cuando tenían nuestra edad.
Alguien de 18 no está obligado a tener la vida arreglada. Alguien de 18 no tiene porqué saber qué quiere hacer en diez años. Alguien de 18 no tiene porqué ser comparado con alguien de 30, 40, 50. No se supone que debamos hacerlo. Estamos en la etapa de conocernos y entendernos mejor. No de saber cómo vamos a pagar las deudas de una casa y un carro que no tenemos todavía. Nos estamos descubriendo.
Alguien un día me dijo “no te estresés, todo va a seguir el orden que tiene en el momento que se debe”. Y esa es mi motivación.