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Burlas y votos
elecciones en Nicaragua
Foto: Carlos Herrera

Ya no creo que mi voto signifique la diferencia, que valga para algo o que mis deberes ciudadanos de esta etapa de la historia de mi país impliquen votar en elecciones

     

Cada vez que veo la propaganda o leo las “promesas” de alguno de los candidatos a la Alcaldía de Managua no puedo evitar pensar que se están burlando de mí. De todos. Me parece un muy mal chiste que alguien haya prometido “terminar con las inundaciones” o “frenar la Nica Act”. ¿Es una competencia de propuestas absurdas y ridículas? ¿De verdad es entre ellos que tenemos que elegir?

La única vez que he votado fue en las elecciones presidenciales de 2011. En aquel momento las opciones eran: Arnoldo Alemán (PLC), Daniel Ortega (FSLN), Enrique Quiñonez (ALN), Fabio Gadea (PLI) y Miguel Ángel García (APRE). Por entonces yo tenía 18 años y pensaba que mi voto podía significar la diferencia, que de verdad valía y que era un deber ciudadano votar, pero ningún candidato me convencía. Durante ese proceso también sentí por primera vez la desilusión de que no hubiera una fórmula en la que pudiera confiar, creer, pensar que, si ganaban y cumplían su programa, eso significaría un progreso para mi familia, mi comunidad y para mí misma. Al final voté por don Fabio Gadea. Y confieso que lo hice guiada más por los sentimientos que por la razón y también rezando para que, si por algún gran milagro electoral aquel anciano de 80 años ganaba, la vida le alcanzara para terminar su mandato.

Luego de esa primera y única vez he visto pasar las elecciones municipales de 2012 y también las presidenciales de 2016 y nada me ha motivado a salir a votar. Ya no creo que mi voto signifique la diferencia, que valga para algo o que mis deberes ciudadanos de esta etapa de la historia de mi país impliquen votar en elecciones donde, de antemano, se conocen a los ganadores y se habla de ello con total naturalidad. Por si fuera poco, tampoco ha habido ningún candidato que me convenza, en el que confíe. Ya ni siquiera podría “ejercer mi derecho” dejándome llevar por mis sentimientos porque lo único que me provocan nuestras flamantes opciones políticas es indignación, asco y el convencimiento de que se están burlando de mí. De todos.

Ciudadanos en centros de votación durante las elecciones presidenciales de 2016. Foto: Carlos Herrera.

El sábado 28 de octubre estaba en casa de mi tía abuela, en Masaya, cuando se oyó la bulla de una caravana. Ella, de más de 80 años, se asomó a la ventana cargando a su nieto más pequeño que acaba de cumplir un año. “¿Esos son los liberales?”, me preguntó extrañada señalando las camisetas y chimbombas rojas que se veían en los vehículos. Suspiré. “Pues supongo que una parte de ellos”, le respondí e intenté explicarle cuáles eran los partidos que estaban tratando de ganar su voto, el mío y, seguro que en unos años, el de su nieto. Le mencioné los que recordé. “Creo que me falta alguno, pero por ahí van las cosas”. Nos miramos. Ninguna de las dos habló más.

La última semana de cara a las elecciones de este domingo se apaga entre los mismos discursos, las mismas caravanas, las mismas mantas, los mismos afiches en los postes de luz y, en la capital, una que otra valla en una calle principal. Lo único distinto es que el lunes en las redes sociales se discutía si la promesa de “hacer desfilar 400 elefantes por las avenidas de Managua” era en serio o se trataba de un perfil falso del candidato, y hoy el propio aspirante a gobernante de la ciudad más importante de Nicaragua confirmó que la idea es suya y que “es una metáfora de la campaña con una dosis de humor”. Sí, eso estaba claro, pero ¿dosis de humor para quién? Porque no me cabe duda que, a pesar de semejante circo, no somos nosotros los que nos reímos de ellos: Son ellos los que, nuevamente, se están burlando de nosotros.

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