En pantalla
En Asesinato en el Expreso de Oriente, un pasajero es asesinado con inusual violencia, todos son sospechosos.
Tengo un problema a la hora de enfrentarme a “Asesinato en el Expreso de Oriente”: se quién es el asesino. No por mis capacidades deductivas, sino porque leí el libro. Y vi la película dirigida por Sidney Lumet (1974), que le valió su tercer y último Óscar a Ingrid Bergman, en la categoría de Mejor Actriz de Reparto. Pero esta nueva versión no está hecha para mí. Esta hecha para nuevas audiencias que no necesariamente conocen la obra de Christie.
Es una pieza de nostalgia que invoca la era dorada del filme taquillero comercial para adultos. También nos lleva de regreso a una época inocente en la cual la violencia podía ser racionalizada: cada crimen tiene una explicación.
Olvídese de las matanzas masivas que chorrean de sangre el noticiero. Aquí la tragedia puede explicarse racionalmente por un astuto detective. En este caso, se trata de Hercules Poirot (Kenneth Branagh). Un extenso e innecesario prólogo lo introduce como si fuera el nuevo héroe de una franquicia. Se destacan las excentricidades de su personalidad, y se añaden algunas nuevas.
A contrapelo de la obra de Christie, el guion de Michael Greene lo presenta como un sujeto fastidioso pero adorable. Branagh, que además dirige, lo interpreta emotivo y al borde de las lágrimas en más de una ocasión. Lady Agatha se desmayaría en un diván si viera esta interpretación, pero honrar su visión original tampoco es parte de la agenda.
Poirot aborda el Expreso de Oriente esperando descansar durante su travesía. Viaja en un lujoso vagón de primera clase, repleto de grandes personalidades: una princesa rusa (Judy Dench) y su dama de compañía (Olivia Colman), una seductora viuda (Michelle Pfeiffer), un médico (Leslie Odom Jr.), una institutriz (Daisy Ridley), un conde balletista (Sergei Polunin) y su esposa (Lucy Boynton), un vendedor de autos (Manuel García Rulfo), una piadosa misionera (Penélope Cruz), un profesor austríaco (Willem Dafoe), un vendedor de arte (Johnny Depp), su secretario (Josh Gad) y su valet (Derek Jacobi). Una noche, sin que el conductor de turno (Marwan Kenzari) se dé cuenta, un pasajero es asesinado con inusual violencia.
Poirot no puede evitar poner a trabajar sus emblemáticas “pequeñas células grises” para descubrir al asesino. Todos los pasajeros son sospechosos.
Con un reparto tan grande, la película corre el riesgo de no repartir su atención equitativamente, especialmente porque Branagh roba cámara como un megalómano – no es muy diferente a lo que hizo en “Mary Shelley’s Frankenstein” (1994), convirtiendo el clásico de horror en un escaparate para sus abdominales -. Afortunadamente, cada estrella aprovecha el tiempo que le dan, convirtiendo la sobreactuación en una virtud.
La película se adapta al tenor de nuestros tiempos, neutralizando el clasismo que matiza la obra de Christie. Sus novelas se desarrollaban cómodamente entre los esquemas sociales de la Inglaterra de principios de siglo XX. No pocas veces, también sucumbía al exotismo colonialista. Ella no estaría contenta con un romance interracial. Tampoco con el afán inclusivo detrás del cambio de nacionalidad de algunos personajes. A pesar del cadáver desangrado en una cabina, “Asesinato…” se presenta como una especie de utopía donde todas las razas y clases sociales coexisten armoniosamente, bajo la sombra de la sospecha. El único personaje criptofacista, se revela como un simulador con una agenda secreta.
Todas las preguntas tendrán respuesta, por eso, los misterios de Christie son finalmente reconfortantes. La fórmula funciona como reloj suizo, y “Asesinato en el Expreso de Oriente” se beneficia de estas sólidas bases narrativas.
Aun si como yo, usted conoce el desenlace, hay mucho que disfrutar en su construcción de un pasado romántico e idealizado: la música de Patrick Doyle es arrebatadora. El diseño de escenografía y vestuario es anticuado en la mejor manera posible, y pone en vergüenza al trabajo de composición y animación digital que conjura imponentes vistas del tren atravesando el paisaje invernal. Este amago de espectáculo no es necesario. Los actores son el arma secreta, en especial Pfeiffer. Entre esta película y “¡madre!” (Darren Aronofsky, 2017) está teniendo un buen año. Ojalá de paso a más y mejores papeles.