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Lloré muchas noches pidiéndole a Dios que me hiciera “normal”. Decidí ocultar mi condición por vergüenza y para no ver a mi madre sufrir más le dije que estaba curado.
No suelo escribir tanto pero quiero abrirles mi corazón. Soy feliz, aunque hoy estoy triste y frustrado. No pretendo victimizarme ni darme golpes de pecho, no soy perfecto, pero no puedo quedarme callado cuando algo atenta contra mí y mi familia.
En este mes se realizó en México una manifestación auto proclamada “Marcha X la Familia”, organizada por diversos grupos religiosos y pro vida, que tenía como fin intentar anular los derechos LGBTTI a casarse y formar una familia.
Se reunieron cientos de miles de personas que invirtieron su tiempo, trabajo, energías y dinero en tratar de quitarme el derecho a una familia. Para ustedes es este mensaje:
Soy Pierre, tengo 32 años y me gusta bailar, platicar, comer, cocinar, salir con mis amigos, el cine, el teatro, el fútbol, la fotografía y los hombres.
Apuesto a que resumiste el párrafo anterior a “Soy Pierre y me gustan los hombres.” Es verdad, me gustan. Soy gay. No entiendo cómo, ni porqué, pero hace tiempo que dejé de intentar de entender algo que me sobrepasa y empecé a amarme a mi mismo.
Nací y crecí en un hogar cristiano donde se me educó con los mismos valores y fundamentos que a ti y que a miles de millones de personas. Crecí aprendiendo y viviendo en un modelo familiar “tradicional”, “natural”. No crecí en contacto con homosexuales, ni me hablaron de homosexualidad.
En mi casa no se hablaba de sexo y punto. Pero un día descubrí que me gustaban los hombres ¡Estaba muy confundido! Intenté tener novias y hasta intenté intimar con más de una, pero nunca me sentí cómodo o feliz.
Finalmente le confesé a mi mamá que creía que era gay. Ella rompió en llanto y se desmoronó. A mis 16 años me inclinó en una cama y me dio con una vara, después me hizo hincarme contra una esquina de la casa a leer la Biblia y orar para pedir el perdón de Dios.
Le llamó al pastor de la Iglesia y pidió una cita para que fuera a terapia con él. Mi mamá me tuvo que arrastrar para ir, sentía muchísima vergüenza, quería que me tragara la tierra. Me sentí culpable, sucio y expuesto. Ahora él también conocía mi secreto, mi “pecado”.
Tuve que ir a muchas reuniones donde el pastor-psicólogo me leía la Biblia y me explicaba por qué estaba mal y me decía que tenía que cambiar, que era una cuestión de decisión. Que Dios no me había hecho así.
Yo le creí y oré. Lloré muchas noches pidiéndole a Dios que me hiciera “normal”, que me quitara la venda de los ojos y que no me permitiera que yo avergonzara así a mi familia. Intenté con mucha más fuerza tener novias e intimar con ellas. Pero nada de esto funcionó. Me gustaban los hombres y no había nada que hacer.
Decidí ocultar mi condición por vergüenza y para no ver a mi madre sufrir más le dije que estaba curado, que Dios había sanado mi “enfermedad”. Creo que ella nunca me creyó porque no volvió a ser la misma.
Durante cinco años viví una doble vida hasta que tuve el valor de irme de mi casa y me fui a vivir con una tía. Una noche mi padrastro llamó a mi tía y le dijo que él sabía que yo seguía siendo gay y que si no le decía yo a mi mamá le iba a decir él, entonces decidí ir a confrontar a mi mamá y confrontarme a mi mismo con mi realidad. La reacción de mi mamá me dejó helado.
“Esa es una decisión que tu estás tomando. Para mi estás muerto. Prefiero creer que estás muerto a creer que eres maricón. No me vuelvas a buscar, ni a tus hermanos, ni a tus tíos. Estás muerto”.
En ese momento así me sentí, muerto, vacío. Y sentirse muerto duele tanto que hasta pensé en quitarme la vida. Con el tiempo mi mamá me buscó y me pidió perdón a su manera. Me dijo que me amaba porque era su hijo pero que nunca iba a aceptar mi condición, mi decisión. Me dijo además que no podía estar a solas con mis hermanos y que iba a orar todos los días para que Dios me cambiara.
Nada volvió a ser igual, mi madre se culpó a ella, culpó a mi padre y a mi padrastro y hasta terminaron por divorciarse. Empezó a tomar mucho y creo que nunca volvió a ser feliz. Yo dejé de hablar con mis hermanos, con ella y hasta terminé por irme del país.
Todo lo que había conocido como FAMILIA, como HOGAR se desmoronó. Entonces entendí que aquel día no había muerto yo, sino algo más grande. Aquel día los estereotipos sociales y los preceptos religiosos mataron mi familia. Esa familia “natural” que tanto defienden y que Dios me dio ya me la quitaron, ya no es necesario que se esfuercen más.
Gracias por compartir tu experiencia. Un saludo.
Eso de las cuestiones de preferencias sexuales tienen un gran peso en la sociedad. Supone que no te declaraste gay, pero que a los 16 años tenías un gran impulso por las niñas, que eres pedófilo, la reacción de tu familia hubiera sido la misma.
No me malinterpretes, solo quería hacer énfasis en como toman las cosas las personas, dependiendo de lo que piensan lo tratan como algo grave.