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La pandemia también ha disminuido el trabajo de hombres y mujeres que ofrecen servicios sexuales. “Tenemos que cuidar nuestras vidas”, explica trabajadora sexual
Antes de que se conociera el primer caso de covid-19 todo era “más tranquilo”. Se levantaba de la cama a las cinco de la mañana, preparaba el desayuno para sus hijos, se bañaba, vestía, maquillaba y luego salía rumbo al trabajo. Ahora, la rutina ha cambiado. Fanny Rodríguez, de 39 años, afirma que desde que la pandemia cogió fuerza en Nicaragua, en su ritual de salida tuvo que agregar cuatro objetos que no se le pueden olvidar: la mascarilla, guantes, un gorro y una botella de alcohol gel.
Rodríguez tiene más de veinte años laborando como trabajadora sexual, pero asegura que esta pandemia es el peor momento que le ha tocado pasar, pues representa un riesgo más para su vida.
“La covid ha venido a cambiar muchas cosas, ya que sabemos que es un riesgo parecido al VIH (Virus de Inmunodeficiencia Humana), pero más difícil porque no sabemos mucho de este virus, entonces, ha venido a traer más dificultad para la mujer trabajadora sexual, además ha disminuido la asistencia de clientes y los gastos han aumentado”, lamenta.
La también facilitadora de la Asociación de Mujeres Trabajadoras Sexuales Las Golondrinas apunta que en general, como sector, han percibido una disminución en la asistencia de clientes entre el 60% y 70%.
“Ha bajado bastante la llegada de clientes y con esto los ingresos económicos. Hay compañeras que trabajamos en bares, otras en las calles y esto ha venido a traer más problemas. Habemos muchas que somos madres solteras y que trabajamos para nuestros hijos, algunas no tienen casa y alquilan, todo eso es un problema porque sabemos que el trabajo está malo”, detalla.
Mascarillas importan tanto como los condones
En las calles, esquinas o bares las trabajadoras sexuales, afirma Rodríguez, también tienen que lidiar con la “imprudencia” de los hombres o mujeres que buscan el servicio sexual, pues muchos se niegan a usar mascarillas.
“Hay clientes que se resisten a ponerse mascarillas. En la zona de Río Blanco y Matiguás se han dado ciertos casos. Algunos dicen que no les gusta, entonces, nosotros respetamos, pero tenemos que cuidar nuestras vidas y no se les da el servicio, actuamos igual con un cliente que no quiere usar condón”, describe.
Rodríguez explica que, desde la organización, han realizado charlas con las cerca de 800 agremiadas que laboran principalmente en la zona norte del país, para concientizar sobre el uso de mascarillas y alcohol gel.
“Les hemos aconsejado que cada una ande su alcohol gel, para que a cada cliente que va llegando, con amor y con el respeto nos merecemos y se merece, le ponemos en sus manos, pero previamente se deben cerciorar que lleve su mascarilla o, al menos, tenga la intención de ponerse una y ver si se la podemos facilitar”, afirma.
Las trabajadoras sexuales también han establecido, como medida de prevención, no dar besos a los clientes, lo cual es informado a la hora de negociar el precio del servicio.
“No podemos estar con besos porque sabemos que corremos riesgos, entonces, es parte de las medidas que hemos tomado. Obviamente, se avisa para luego no tener problemas”, asevera.
En otros tiempos, revela Rodríguez, el trabajo sexual le permitía ahorrar. Con sacrificios pudo obtener su casa y sacar adelante a sus cuatro hijos. Sin embargo, ahora ni siquiera se alcanza para conseguir ni un salario mínimo.
“Los costos pueden ser desde 300 o 500 córdobas el servicio y el cliente paga el cuarto, pero ahorita ni siquiera creo que lleguemos a recoger un salario mínimo, porque hay días que no se hace nada y regresamos a la casa igual a como venimos, sin peso en la bolsa”, lamenta.
¿Y los derechos? Trabajo sexual sigue en el limbo
Ramírez apunta que el trabajo sexual ha sido marginado en el país, no porque sea penado legalmente, sino porque no se les han “reconocido los derechos”. Desde el 2015, las organizaciones que representan el gremio han venido solicitando la regulación y aprobación de una ley que dé garantías a quienes ofrecen el servicio sexual, pero hasta la fecha no hay ningún indicio de la anuencia del Estado de Nicaragua.
Hasta 2015, la Red de Trabajadoras Sexuales de América Latina capítulo Nicaragua contabilizaba 14 487 personas dedicadas al trabajo sexual. Ese mismo año el país se convirtió en el único donde se prepara y certifica a trabajadoras sexuales en temas legales, para resolver conflictos menores.
Sin embargo, señala Ramírez, sigue siendo parte de sus sueños como gremio de trabajadoras y trabajadores sexuales, “que un día se reconozca en Nicaragua el trabajo sexual, es decir, en el país no está penado, pero tampoco se reconoce como un trabajo, entonces, nos dejan sin derechos”.
Ramírez está convencida de que el reconocimiento del servicio sexual como un trabajo les daría más garantías, ayudaría a mejorar su calidad de vida, dejarían de sufrir estigma, discriminación, persecución o marginación. En este contexto de pandemia, rescata, que todas las que hacen vigilia en una esquina, en un parque, en una calle o bailan en un bar hasta conseguir un trato con un cliente siguen desprotegidas, pues no hay una regulación que les dé seguridad, garantías ni derechos laborales.