En pantalla
I Am Not A Witch arranca con una estampa de pasmosa crueldad, presentada sin mayores aspavientos. Esta es la fantástica premisa del primer largometraje de Rungano Nyoni.
En una aldea de Zambia, una mujer tropieza al llevar un balde con agua a casa. Es un evento mundano, realmente, pero Shula (Maggie Mulubwa) está ahí. Es una niña huérfana, de mirada penetrante y pocas palabras. Nadie sabe de dónde vino. En lugar de asumir su propia torpeza, la mujer proyecta su culpa en la otra persona. ¡Seguro que es una bruja! La ofendida recurre a las autoridades, y pronto llueven acusaciones similares, algunas apoyadas solo en sueños. “Acepta que eres una bruja, o te conviertes en cabra”. Esas son las opciones propuestas por el burócrata Sr. Banda (Henry B.J. Phiri) a Shula (Maggie Mulubwa). No es difícil adivinar lo que escogerá.
Esta es la fantástica premisa del primer largometraje de Rungano Nyoni. La joven directora migró de niña a Inglaterra, donde se formó como cineasta. Con ojos de artista, a todas luces influenciada por las tendencias del séptimo arte occidental, regresa a la tierra que la vio nacer para invocar males universales y espíritus locales en I Am Not A Witch, largometraje premiado como Mejor Debut por la Academia Británica de Artes Cinematográficas y Televisivas (BAFTA), y nominado a la Cámara de Oro en el Festival de Cannes 2017. También la candidata seleccionada por el Reino Unido para postular al Óscar a Mejor Película Extranjera.
I Am Not A Witch arranca con una estampa de pasmosa crueldad, presentada sin mayores aspavientos. Un grupo de turistas son conducidos a un corral donde observan a un grupo de mujeres sentadas. Tienen los rostros pintados y gesticulan exageradamente. Son brujas, dice casualmente el guía, y lo único que las contiene de salir volando a hacer fechorías son las cintas blancas que las amarran. No es difícil creer que algún promotor turístico trasnochado recurra a un truco interpretativo como este, pero en la realidad que Nyoni construye, uno nunca está seguro de cuál es la línea que separa la realidad y la magia, o siquiera si estos estados distintivos existen.
Lo que sí es claro, es que las brujas viven en una especie de esclavitud. Igual pueden trabajar en labores del campo, que dispensando justicia. Aprovechando la seria disposición de Shula, el Sr. Banda la disfraza en ropajes ceremoniales, y la lleva a servir de juez en disputas de toda especie. Sus servicios se pagan con “tributos”, licor y comida que las demás brujas disfrutan. Las explotadas tienen a quien explotar. La esposa de Banda le toma cariño y le revela que ella misma es una bruja, redimida por el matrimonio con un hombre poderoso. Pero el estatus no la protege cuando los transeúntes de un centro comercial la reconocen como hechicera.
La coexistencia de la modernidad y la superstición contribuyen a construir una disonancia intencional que desorienta al espectador. La tecnología que los personajes utilizan delata que estamos en tiempos contemporáneos. Uno de los mejores chistes se construye sobre un teléfono celular que suena insistentemente con un tono caricaturesco, rompiendo la pretendida seriedad de un juicio popular. Nyoni ejecuta un ejercicio de equilibrio admirable, concediéndoles dignidad a sus personajes, a la vez que pone en evidencia sus debilidades. También ejecuta una artera crítica a la idealización oportunista de la superchería y la ignorancia, bajo la patente de corso de la “sabiduría popular”. El Sr. Banda es una figura bufonesca que alcanza su epítome en una entrevista televisiva donde trata de presentar a Shula como una embajadora de marca de huevos frescos. El crédito en pantalla lo presenta como “Ministro de Turismo y Creencias Tradicionales”. Cualquier día de estos escucharemos un nombramiento así en Nicaragua. Para más similitudes, una reina asediada por el gobierno civil provoca un giro funesto en su afán por conservar su poder.
El tono de la película es elusivo, a medio camino entre la fábula y la antropología. Poco a poco, I Am Not a Witch se revela como una narrativa picaresca que, en episodios tenuemente conectados, dibuja un mundo estéticamente hermoso pero desolador. Shula es una inocente que sirve de catalizador para que personajes de diferentes estratos sociales revelen sus luces y sombras. Nunca sabemos de dónde viene, o qué piensa realmente. Su presencia debe bastar para definir su humanidad. Más que personaje, es un símbolo de la inocencia explotada al mejor postor. La hermosa fotografía de David Gallego termina de sellar el encantamiento. No se la pierda.
I Am Not a Witch
(No Soy una Bruja)
Dirección: Rungano Nyoni
Duración: 1 hora, 33 minutos
Clasificación: ⭐⭐⭐ (Muy Buena)
*Disponible en Amazon Prime