Cultura

Crónicas de Japón: heroico y galante
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¿Qué dice la literatura sobre Japón?

Lo primero, -dice la regla bushi/samuráis- es vencerte a ti mismo.

Enrique Gómez Carrillo

Darío no visitó Japón, pero escribió algo y leyó mucho sobre él. Tuvo especial interés acerca del “país del Sol Naciente”, sin que se le presentara la oportunidad de satisfacer su inagotable curiosidad por descubrirlo, era apasionado de lo exótico, aquellas lejanas tierras, con sus costumbres, historias y cultura, despertaban su imaginación.

El escritor salvadoreño Arturo Ambrogi lo visitó en París, escribió: Recordando días de vida parisiense. Una visita a Rubén Darío, publicado en la revista Actualidades, (San Salvador, septiembre 1915): “-¡Ud. Viene de Oriente? ¡Dichoso! A ver, a ver… Cuente.- exclamó Darío-. Tengo que evocar en presencia del mágico creador de tantas cosas bellas mis impresiones exóticas. De pronto, salta el profesional suspicaz: -¿Qué le parece el Japón de Gómez Carrillo?…”. La conversación no profundizó sobre el libro del escritor modernista, periodista y diplomático guatemalteco, refinado y polémico, Enrique Gómez Carrillo (Guatemala, 1873 – París, 1927), llamado Príncipe de los cronistas, conoció a Darío en 1890, cuando el nicaragüense dirigía el Diario de La Tarde en Guatemala.

Refirámonos a esa obra poco conocida por los lectores contemporáneos, al igual que las crónicas de Darío (Peregrinaciones, Todo al vuelo, Tierras solares, Opiniones, La caravana pasa, Parisiana, otras), que a pesar de su abundancia, diversidad, novedad y belleza, fueron opacados por la poesía Modernista que tuvo mayores espacios de difusión.

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El Japón heroico y galante de Gómez Carrillo, publicado en Madrid en 1912 (reedición, 2009, Ministerio de Cultura y Deportes, Guatemala), descubre un paisaje y la cultura nipona desde el discurso del viajero sorprendido que interpreta un entorno distinto, con inteligencia y sensibilidad muestra la extravagancia y el misterio, encubre una crítica a la visión occidental por la miopía que condiciona un enfoque superficial. Muestra una sociedad que se moderniza, y que con nostalgia preserva un profundo arraigo a sus tradiciones, a veces incomprendidas.

El libro lo integran catorce relatos en los que el prolífero autor hace gala de la técnica modernista en la prosa, trata de descodificar los símbolos de esa cultura a inicios del siglo XX, lo que permite una nueva perspectiva histórica que continua teniendo la virtud de agradar e ilustrar.

Inicia con Tokio, en la estación de Shimbashi, observa reverencias y movimientos, cada uno expone una sonrisa, modales que parecen exclusivos, un Japón admirable que extasía a la vista; dice que tienen menos vida que como se lo figuraba, “con algo menos de poesía”. Usan lentes, con kimonos que se quitan al llegar a casa. No hay aceras ni alumbrado público, en el comedor del hotel, no hay mesas ni sillas; frente a la chimenea, una selva de árboles liliputenses. Biombos antiguos, muchachas esbeltas, música lenta y monótona de guitarra”, peinados de moño…

“La ciudad sin noche” según los poetas, se refiere a El Yosiwara, pueblo de supersticiones y leyendas, ciudad sin día, “cristalización de una bella noche de placer”, causa sorpresa: “perpetua exhibición de mujeres que sonríen dentro de sus jaulas”, colocadas en los escaparates “como juguetes de carne que todo el que pasa puede comprar”, en donde “el amor, aquí, no tiene prisas ni impaciencias. Es un rito”, aquí “el beso es desconocido”, la cortesana se entrega.

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Jipensha Ikku (1765-1831), escribió: Anuario de Yosiwara, que Goncourt tradujo en Europa. Dice: “Las mujeres que aquí encuentras han sido educadas como princesas. Saben leer, escribir, conocen las artes, la música, a cortesía; son, en fin, sapientísimas en la ciencia de perfumarse, de amar…”.

En El alma heroica: “El héroe nipón no conoce la derrota ni la cautividad. Cuando se tiene inferior a su adversario, se suicida o pide a un compañero, si no tiene fuerzas materiales para hacerlo por sí mismo, que le abra el vientre”. En las mujeres el miedo es raro. Hay sentimiento nacionalista. Tantas leyendas se cuentan en la tradición japonesa. Un proverbio dice: en tiempo de paz las letras se colocan a la derecha, las armas a la izquierda, y, en tiempo de guerra, las armas a la derecha, las letras a la izquierda. Es literatura heroica. Letras y armas, van juntas en la historia y cultura japonesa; “lugar de poéticas tradiciones”.

Otras crónicas de Gómez Carrillo se refieren a Los Sables, “cada hora de acera está colocada en un altar”; Los samurayes, “antiguo prestigio de la casta caballeresca”, “el alma leal está guiada por una conciencia sin mancha”. El Harakiri, a pesar que lo exterior de muchas cosas puede ser occidental (europeización), “lo del fondo sigue siendo oriental”, altivo y galante, generoso y enigmático; el suicidio tiene ritos y etiqueta, muy frecuente en la literatura japonesa, ceremonia casi religiosa, el arte de morir; el miedo a la muerte que domina en Occidente, “no ha invadido aún el Japón”.

El espíritu refinado reconoce que una de las virtudes sociales más generalizadas es la cortesía: reverencias, inclinaciones de cabeza, sonrisas, ceremonia del té, normas de etiqueta… Existe una película japonesa (1941): Los 47 ronin, y una versión reciente (2013), con el actor libanés Keanu Reeves. El cronista refiere la tradición: 47 samuráis quedaron sin señor (ronin), después que éste fue forzado al suicidio (1701), por agredir a un funcionario judicial que intentó sobornarle. Después de varios años de espera, vengaron su muerte, se entregaron, dijeron la verdad, fueron sentenciaron al suicidio. Hay veneración popular por su lealtad.

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En La poesía: “el arte es la vida”, en la poesía no existe rima, es intraducible, su ritmo es ligero, “un grito del alma o eco de una idea”, imagen, suspiro; poesía y prosa se confunden. Mujer: “En el Japón nadie se casa por amor”, el japonés Naomi Tamura escribió: “un libro que las mujeres de Tokio leen como un evangelio”; “la mujer es impura”, la vida de familia se funda en “dos horribles virtudes: la humildad y la sumisión”, la mujer es “la criada perfecta”.

El amor a la naturaleza es religión nacional, amar plantas, piedras, insectos… dice en Los paisajes. En abril: la primera fiesta: los cerezos floridos; en octubre: los crisantemos. Todo percibe un alma divina. El patriotismo se vincula a paisajes y heroísmo. Llevan con altivez su pobreza: La miseria. Los que piden limosna, no piden al extranjero. El código de honor, los samuráis solo necesitaban “las leyes de las religiones y reglas de la conciencia”. La risa, sonreír, humor comedido, deben desconocer la risa enorme, ignoran los insultos y las groserías…

El cronista intuye y critica, interpreta y elabora con detalle y maestría. He aquí una muestra de la prosa de la literaria renovadora que encabezó Darío, asomándose a Japón de inicio del siglo. El país de Kawabata (Nobel de Literatura 1968), autor de La casa de las bellas durmientes, quien enfermo y deprimido, vencido por la vida, decidió irse en “un sueño parecido a la muerte”, porque es lo que está más próximo para los viejos… “Los japoneses sonríen –escribe Gómez Carrillo-, en los momentos graves”.


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