A partir de varias denuncias recientes en las redes sociales, en Nicaragua, se empezó a debatir públicamente sobre las violaciones sexuales y la cultura de silencio que las envuelve. Víctimas que tenían miedo, decidieron hablar y el número aumenta cada día.
En 2016, el informe anual del Instituto de Medicina Legal de Nicaragua reportó 4,941 casos de violencia sexual hacia mujeres, siendo Managua el lugar con mayor incidencia. Aunque los abusos sexuales son mucho más comunes de lo que las estadísticas oficiales reflejan, reveló la Organización Mundial de la Salud, OMS.
Las víctimas desisten de denunciar por «la falta de atención jurídica que hay en el país», aseguró la psicóloga Lorna Norori, coordinadora del Movimiento Contra el Abuso Sexual (MCAS). «Hay una inmensidad de casos de violaciones que han quedado impunes en este sistema. Siempre se culpa a la víctima, hasta llegar a un punto en que se le ridiculiza. Por ejemplo, pidiendo pruebas contundentes o preguntándole si ella fue la que lo provocó», lamentó.
Según esta especialista, la falta de información también ha contribuido a que no se denuncie porque «no hay una cultura de educación sobre estos temas. Sin darte cuenta, podés convivir a diario con muchísimas mujeres que han sido abusadas. Es más común de lo que creemos. Por pena a ser apartadas, excluidas y de nuevo ultrajadas, callan. La denuncia es un proceso de sanación», explicó.
Niú conversó con cuatro jóvenes que fueron violadas y hoy, bajo el anonimato, cuentan en primera persona sus historias de abuso, las secuelas y los motivos por los que no han denunciado a sus agresores.
Algunos datos y nombres fueron cambiados a petición de las entrevistadas.
«La justicia llegará por si sola»
Sofía, 19 años. Cuando tenía 16, fue drogada y violada por Janzel, de 20 años, a quien apenas conocía.
A Janzel lo conocí en septiembre del 2014. Teníamos muchos amigos en común y más de alguna vez nos habíamos visto de lejos. Me agregó a Facebook y hablamos como por cinco días, hasta que quedamos en salir. No me atraía pero sí se veía como alguien interesante.
Nos encontramos un sábado como a las ocho de la mañana en una universidad cerca de donde él vive. Yo fui con una amiga, pero ella tuvo que irse de repente. Nos conocimos y ahí nomás él me dijo que se sentiría mejor en la casa y que lo acompañara. No lo vi como mala idea porque se miraba como alguien confiable.
Llegamos y entramos a su cuarto. Él sacó unas botellas de Joyita y comenzó a servirme. A mí no me gustaba ese tipo de licor, pero él me insistía y para no salirme de “la onda”, tomé. Todo se estaba dando súper bonito, hablábamos a ratos y en otros él tocaba la guitarra.
Cada vez que veía mi vaso vacío buscaba como repletarlo de guaro. Llegó un punto en que me estaba sintiendo mareada y le decía que ya no quería tomar nada, pero él insistía, casi me estaba metiendo el vaso a la boca. Yo me sentía perdida.
Cuando vio mi estado, sacó un joint de marihuana y me exigió fumar. No era la primera vez que la probaba, pero mezclar tantas sustancias me afectó muchísimo y comencé a vomitar. A él eso no le importó. Me arrastró a la piscina de su casa y me desnudó en el agua.
De repente llegaron sus padres y yo pensé que estaba a salvo. Pero lo que hizo fue enrollarme en una toalla y tirarme en el cuarto. Me quedé acostada. Perdida de la realidad. No sabía qué estaba haciendo.
Al rato llegó y se acostó a mi lado. Me comenzó a besar y tocar. Yo no me rehusé. Salió a pedirle un condón a su papá y regresó convertido en una bestia. Me abrió las piernas e inmediatamente me penetró de una manera tan brusca que comencé a gritarle para que me dejara.
Traté de empujarlo pero no podía, él me tenía agarrada de las muñecas para que no escapara. Le dije que me soltara porque me dolía, lo único que me respondió fue: “Dejá que termine”. Mi dolor era tan horrible que comencé a llorar y él me dijo: «Así quiero verte. Dale, llorá. Quiero que llorés». Cuando me dijo eso, intenté hacerme la fuerte para que no se diera el gusto de verme así.
Tras varias embestidas, él terminó y hasta entonces me soltó. Me quedé dormida por varias horas. Cuando desperté seguía desnuda y él al lado, vestido. Me dijo que había agarrado mi teléfono para llamar a mi amiga y que ya me venía a traer. Me corrió de su casa.
De ahí me fui adolorida, llorando y sin entender bien lo que había pasado. Era mi segunda vez teniendo sexo. Janzel nunca me volvió a hablar y hasta me eliminó de todas las redes sociales.
Quedé totalmente traumada y sin querer saber nada de los hombres. Cada vez que quería volver a tener sexo, no podía. Me excitaba pero en pleno acto lloraba. Me bloqueaba totalmente porque sentía que iba a suceder lo mismo.
Gracias a Dios puedo contarlo hoy, pero todavía hay algo extraño en mi corazón que me pone mal.
Nunca pensé en denunciarlo porque no sentía que me habían violado. Fue hasta hace poco cuando vi denuncias en redes que me di cuenta de la gravedad de lo que me había pasado, pensé: «creo que a mí también me violaron». Esto no se lo había contado a nadie porque sé que llevo las de perder. Creo que hasta me tomó fotos mientras estaba desnuda y parte de mí tiene miedo que las publique.
Janzel es todo lo asqueroso de esta sociedad y varias veces él mismo se ha expuesto en las redes como un violador en potencia. La justicia llegará por si sola.
«No puedo confiar en nadie»
Carolina, 22 años. Ha sido abusada varias veces por distintos amigos
A mí me han pasado varias situaciones que me han hecho sentir violada, acosada y terrible. No me han penetrado a la fuerza, pero sí he pasado por cosas espantosas que me hacen sentir como si no valgo nada. Las que más recuerdo son dos.
La primera, fue cuando tenía 14. Estaba como en tercer año y fui a la casa de un amigo a hacer tareas. De repente llegó un grupo de chavalos de nuestra generación que vivían cerca de donde él. Yo no entendía porqué habían llegado si no les tocaba con nosotros. Al final no era mi casa, así que seguí trabajando.
De repente entró al cuarto uno de mis compañeros y cerró la puerta con llave. Lo primero que me dijo fue: “Enseñámelas”. Yo no comprendía qué le iba a enseñar y él me insistió: “Que me enseñés las tetas”.
Obviamente le dije que no quería. ¿Por qué yo me iba a desnudar en frente de alguien que no era nada mío? Él insistía y yo me negaba. Hasta que se desesperó. Me empujó a la cama y me quitó la camisa a la fuerza.
Me tocó los senos como quiso. Yo le insistí que no quería nada hasta que finalmente me dejó. Ese día no pude ni dormir. Poco a poco se me olvidó y hasta le sigo hablando al maje.
Lo otro fue hace dos años. A mí me gusta salir a fiestas y considero que es algo normal y cualquiera está en su derecho de hacerlo o no. Ese sábado estaba saliendo de una discoteca de Managua a las 04:30 de la mañana. Había tomado un poco y me sentía cansadísima, solo quería llegar a mi carro e irme.
Andaba con un grupo de amigos, pero no le quería dar ride a nadie porque en realidad no confío en ellos y siento que me pueden hacer algo malo en el camino. Sin embargo uno de ellos me dijo que me iba a “acompañar para que llegara segura”, yo le dije que no había necesidad. No necesito a alguien que me ande cuidando.
Hay muchas cosas borrosas de ese día, pero recuerdo que cuando desenllavé el carro, él se subió al asiento del pasajero y no se quería bajar. Me comenzó a decir: “Dale, cojamos. Quiero cogerte”, yo lo apartaba y le decía que no quería nada con él, que me dejara en paz. Pero él insistía e insistía.
Logró besarme y yo como sentía que me iba a violar, salí corriendo a decirle a un guardia de seguridad. El maje le dijo que éramos novios y que yo “era bien bromista”. El señor le creyó a él. Pero se chivió y decidió dejarme. Antes de irse me amenazó con un: “Andáte con cuidado, porque te voy a dar muerte”. Y eso se me quedó grabado hasta hoy.
Por cosas así mi autoestima está bajísima y siento que nadie me busca para algo serio. Me entristece mucho.
A él no le volví hablar. Una vez que iba caminando en la universidad me llamó y yo hice como que no lo conocía. Sinceramente me da miedo. Aún con eso, nunca lo he denunciado, ni pienso hacerlo. Yo creo que si lo hago nadie me va a creer, porque él es de esos majes que no parecen malos y yo sí. O peor, se van a reír de mí.
«Juntos para siempre»
Gabriela, 20 años. Su exnovio, Mateo, la violó cuando ella tenía 16 y él 17.
Vengo de una familia totalmente conservadora. De esas que dicen: “si no llegás virgen al matrimonio no servís”. Es por eso que todavía no saben que fui violada por mi exnovio hace tres años.
Nos conocíamos desde pequeños, porque estudiábamos juntos, pero nos hicimos novios cuando yo tenía 14 y él 15. Éramos de esas “relaciones modelos” que todos veían y querían imitar. Pertenecíamos a la misma iglesia y al mismo voluntariado.
Éramos inexpertos en temas de sexualidad, pero yo no quería tener sexo y él sí, desde el principio de la relación me confesó que quería “coger” para probar si la pornografía era verdad o no. Siempre que me lo sugería le decía que no estaba lista y que era incorrecto.
Muchas veces lo empujé para que dejara de tocarme.
No me sentía cómoda, pero me convencía que así eran los hombres y que él no haría algo que me dañara, aunque siempre tuve miedo de que nos quedáramos solos.
Las tareas se hacían en la sala de mi casa, sí o sí. Pero ese tres de marzo, a cinco días de mi cumpleaños 17, me convenció de pasar por su casa después del colegio para ir a traer algo que “se le había olvidado”.
Era mentira. Entramos a la casa, enllavó la puerta, empezó a besarme salvajemente y a tocarme la pierna. Yo quitaba sus manos desesperadamente porque presentía sus intenciones. Me agarró y me metió directo a su cuarto. Recuerdo que le grité tres veces “NO”. No escuchó o no quiso escuchar. Yo lo empujaba y golpeaba.
“Soy tu novio, esto es normal. Nadie se va a dar cuenta”, me decía. Todavía lo recuerdo y se me eriza la piel. Me quitó la ropa y comencé a llorar. Nunca había visto a un hombre desnudo y tenía miedo.
Cuando me tiró a la cama, después de volver a decirle que no quería y tratar de empujarlo, me quedé quieta. Solo dejé que siguiera, mientras lloraba y gritaba de dolor. Él me susurraba cosas al oído, pensando que quizás yo lo estaba disfrutando también. “Tranquila, si vamos a estar juntos para siempre”.
Eso no me quitaba el miedo ni el dolor.
Cuando terminó, vi toda la sangre en su cama. Lo único que me dijo fue: “Me dejaste toda sucia la chochada, deberías de lavarme las sábanas”. Llorando, me vestí rápido y casi salí corriendo de ahí. Pensaba mil cosas. Pensaba que era mi culpa por ir a la casa de él. En realidad, sigo pensando que en parte es mi culpa.
Él me lo confirmó. “No deberías llorar mientras lo hacemos. Los novios tienen sexo y nosotros somos novios. Es normal. Acostúmbrate”. Y eso hice. Me acostumbré, por dos años, a tener sexo que yo no quería tener.
Y aunque intentaba evitar quedar a solas con él, de todas formas volvía a pasar, al menos cuatro veces al mes, hasta que en mayo del año pasado decidí terminar la relación porque él comenzó a salir (y tener sexo) con otras.
Yo he pasado un año tratando de superar esa relación, pero esta es la primera vez que hablo abiertamente sobre quién era él. Mi familia sufrió por la separación. Quedé como la “mala mujer” y él como el buen chico. Mi papá todavía dice que perdí al mejor hombre que podría llegar a tener. Mi mamá me recuerda que lo sigue queriendo como un hijo.
Él ya tiene novia: una chica de 16 años, la misma edad que tenía cuando me violó por primera vez. Pero yo, de 20 años, quiero superar y olvidar. Porque sé que mi vida no se acabó, apenas comienza.
«La que pierdo más soy yo»
Elena, 16 años. Fue violada cuando tenía 14 por “Víctor”, de 22 años.
Todas sueñan que su primera vez sea como en los cuentos de hadas. La mía fue cuando tenía 14, mientras estaba inconsciente en una calle oscura de Estelí, con un tipo seis años mayor que yo al que apenas conocía.
Un amigo nos presentó. Él se mostraba muy interesado en mí y a mí me gustaba mucho. Me parecía increíble que le gustara a un hombre mayor. Hablamos intensamente por Snapchat como por un mes hasta que por fin nos encontramos.
Desde que me propuso el lugar donde nos veríamos me pareció raro. Yo quería ir a un café por la tarde, y él a una fiesta en un bar por la noche. Cedí y decidí ir a la fiesta porque tenía miedo de perder la oportunidad de conocerlo.
Ahora me arrepiento.
Eran como las siete de la noche. En cuanto nos sentamos, él pidió licor. Yo no bebía del todo, pero él me decía: “No seas aguada, tomá”. Le seguí el juego y sin darme cuenta me había bebido un litro. Él ordenaba un montón de cosas, pero no se las estaba tomando. Todos los vasos eran para mí.
Llegué a un punto en el que veía todo borroso y no podía pararme firme. Él me dijo que era hora de irnos. Recuerdo que estaba lloviendo y le dije que esperáramos y nos fuéramos en taxi, pero él insistió que sería bonito ir caminando bajo la lluvia y me llevó casi a rastras. Cruzamos todo Estelí porque mi casa estaba al otro lado de la ciudad. O al menos pensé que íbamos a la casa.
Son pocas cosas las que recuerdo. Como que él llamó a una amiga para que le prestara un cuarto y no le contestó, que igual llegó a la casa de su amiga donde una señora le dijo que yo me veía muy pequeña y que me dejara en paz, y él le dijo que yo era su hermanita menor.
También recuerdo que se enojó y me llevó arrastrada a un callejón oscuro de por ahí. Todavía siento sus manos heladas sobre mis senos y vagina. De repente se me viene a la mente cuando lloraba desconsoladamente mientras tenía su pene dentro de mi boca y trataba de escaparme porque no podía respirar. Después todo lo tengo en negro.
El recuerdo más cercano es cuando llegué a mi casa sola y toda mi familia me estaba esperando. No les dije nada y me fui a dormir. Mis tías me levantaron a mitad de la noche para que les contara adónde había ido. Yo les inventé una historia y ellas me dijeron que “era una gran borracha”.
Al día siguiente desperté pensando que todo había sido un sueño. Tomé mi teléfono y tenía un mensaje de WhatsApp de él que decía: “Tomate la pastilla”. Bloqueé su número. Me levanté de la cama con todo el cuerpo ligado, me dolía caminar y tenía el calzón repleto de sangre. Me ardía orinar, pasé así como por dos semanas.
Una amiga me compró una PPMS. Yo no sabía nada de anticonceptivos y me sentía perdida, pero le inventé que otra de nuestras amigas la necesitaba, no yo.
Traté de eliminar todo contacto con ese hombre que ahora me causa repulsión, pero me sigue chateando. Siempre con la misma línea: “¿Querés que nos tomemos unos litros otra vez?”. Lo he bloqueado de todas las redes sociales, pero siempre se las arregla para buscarme.
Nunca he pensado en denunciarlo porque tengo miedo de que mi familia se entere que ya no soy virgen. Si denuncio, la que pierde más soy yo. Dejarían de pagarme mis gastos porque para ellos “la que coge es que se puede pagar la vida”. Además, mi mamá se decepcionaría de mí y hasta se enfermaría, porque padece del corazón.
Una vez le conté esto a un amigo y lo que él hizo fue divulgarlo con todo el colegio diciendo: “La Elena es puta porque ya cogió”. Siento que si hablo me van a pedir un montón de pruebas para creerme y yo no tengo nada de eso. En realidad, para mí ya está superado todo. Si el precio para vivir en paz es callar, prefiero callar.
Según el artículo 167 del Código Penal de Nicaragua, violación es «cualquier acceso carnal o que se introduzca a la víctima o la obligue a que se introduzca dedo u objeto con fines sexuales, por vía vaginal, anal o bucal, usando fuerza, violencia, intimidación o cualquier otro medio que prive a la víctima de voluntad, razón o sentido»
Abuso sexual, de acuerdo al artículo 172 se define como «quien realice actos lascivos o lúbricos tocamientos en otra persona, sin su consentimiento, u obligue a que lo realice, haciendo uso de fuerza, intimidación o cualquier otro medio que la prive de voluntad, razón o sentido, o aprovechando su estado de incapacidad para resistir, sin llegar al acceso carnal u otras conductas previstas en el delito de violación».
Finalmente, acoso sexual es «quien de forma reiterada o valiéndose de su posición de poder, autoridad o superioridad demande, solicite para sí o para un tercero, cualquier acto sexual a cambio de promesas, explícitas o implícitas, de un trato preferencial, o de amenazas relativas a la actual o futura situación de la víctima».
A pesar de que en la Ley 779 se indica el fortalecimiento de las Comisarías de la Mujer y la Niñez, estas ya no existen pues fueron fusionadas con la Dirección de Auxilio Judicial (DAJ), según el informe «Violencia contra las mujeres. Realidades, desafíos y pistas para el cambio«, del Instituto de Estudios Estratégicos y Políticas Públicas (Ieepp)
Este mismo estudio menciona entre los obstáculos que sortean las víctimas cuando denuncian están la poca priorización de los casos, la falta de valoración de riesgos para las víctimas y que no son remitidas a los albergues de las organizaciones en contra de la violencia.
¿Por qué denunciar en redes sociales la violencia sexual?
Margarita Quintanilla, especialista en género y violencia hacia la mujer, aseguró que hay que dejar de minimizar las denuncias en redes sociales.
«Vivimos en una sociedad donde se tiende a legalizarlo todo. Como que la denuncia legal es la única respuesta, y no se prepara la recuperación de la victima. Nos quedamos en la cuestión legal, como si eso ha solucionado muchos casos, y no nos preocupamos sobre el escrutinio social del victimario. Es un proceso, en realidad. Nunca debería de existir una denuncia pública sin acompañamiento. Que la chavala sepa que tiene apoyo, porque hacer eso marca internamente», enfatizó.
La experta consideró que no debe descalificarse una denuncia pública solo porque no fue presentada en los juzgados, ya que muchas víctimas han dejado de creer en el sistema judicial.
Lorna Norori, por su parte, explicó que en Nicaragua es necesario modificar cómo se califica la violencia sexual en la legislación.
«Se tiene que entender que la violación no es solo una cosa que un extraño te ve en lo oscuro y te viola. Puede ser el marido, un novio de tu edad, menor o mayor, amigos, profesores. Nadie está exento. Tampoco se debe tener miedo de hablar, porque siempre existirá, al menos alguien que te apoye», sentenció.
Los nombres usados en estas historias no corresponden a los de las víctimas, ni a los de sus abusadores. Fueron nombres escogidos al azar.
Si sentís que vos o alguien que conocés está en situación de riesgo, podés llamar al Movimiento Contra el Abuso Sexual: 2278 7503