Antes de hacer cualquier cosa, quiero que guardemos estos nombres: Levy Rugama, Yaritza Mairena, Victoria Obando, Byron Corea, Juan Alvarado, Nahiroby Olivas y Luis Quiroz. Jóvenes estudiantes que no han vivido ni la mitad de su vida y que se han convertido en víctimas directas de la dictadura orteguista. Justicia, honor y respeto para ellos y ellas. No merecemos tanto sacrificio.
Escribo esto con un dolor inmenso dentro del corazón, desde la distancia y desde el desconsuelo. El pesar se ha vuelto más grande, más incontrolable y hoy no puede más. Tiene que salir.
A Yaritza, Victoria, Levy, Luis, Byron, Nahiroby y Juan los secuestraron el sábado 25 de agosto, mientras participaban en una manifestación ciudadana en León. Son jóvenes que desde el 18 de abril se convirtieron en líderes estudiantiles activistas, luchando por la liberación de Nicaragua. De nuestra Nicaragua. Hoy el Estado genocida los presenta como terroristas.
Sus miradas perdidas, tristes, me limitan el aire en los pulmones y me parten el alma. Los siete son estudiantes, no terroristas. Son chavalos que hace cinco meses se dedicaban completamente a estudiar y vivir su juventud. Son seres nobles, que el contexto los ha puesto donde están. No se merecen nada de lo que están viviendo.
Conocí a Yaritza y Victoria en mayo, dentro de la UNAN Managua atrincherada. Con Yaritza había acordado previamente que ella sería mi guía en la universidad y a Victoria nos la encontramos buscándole pantalones a una chica que había manchado su ropa debido a la menstruación. Decidió acompañarnos y juntas recorrimos la mayoría de portones del recinto. Desde mi experiencia puedo constatar lo maravillosas que ambas son.
Yaritza tiene una mirada seria, firme. Realmente es un ser humano increíble. Cuando la conocés mejor, es bromista, pero muy elocuente. Me decía que al finalizar todo lo único que le interesaba era conseguir su título y descansar. Estaba traumada con los disparos que escuchaba cada noche y me confesaba que le daba un poco de pena salir en los medios de comunicación. Hablamos sobre feminismo y lo difícil que es luchar por nuestros propios espacios, aún en la insurrección. Coincidimos tanto en tan poco y desde entonces mi admiración a ella se hizo gigante.
Victoria es más risueña y “confianzuda”. Trataba de contestar todas mis dudas sobre la UNAN y si no sabía algo, corría hacia la persona más cercana para poder ayudarme mejor. Me contó muchas historias cómicas de lo que pasaba en la universidad. El orgullo que sentía por ser parte de la comunidad LGTBI y lo “atrevidísima” que eran las personas cuando no la llamaban por su nombre: Victoria. Recuerdo que me preguntó desafiantemente ¿cuándo iba a hacer un reportaje que visualizara la participación de “les cochones” en la lucha? Le prometí que aunque no le podía asegurar que pronto, sí lo quería a hacer. La iba a entrevistar a ella. Un mes después tuve que renunciar a mi trabajo. No le cumplí la promesa.
Por su parte, al resto de jóvenes los admiraba desde lejos. No tuvieron miedo al mostrar sus rostros, pese que sabían qué consecuencias traía. No tenían miedo. Los admiro. No puedo imaginarme todo lo que les han hecho dentro de esas mazmorras de tortura. No quiero pensar en las torturas misóginas dirigidas a Yaritza y Victoria. No me alcanza el pecho para describir el dolor que tengo en mi alma. Estos jóvenes son los fieles representantes del espíritu del pueblo. No hemos estado a su altura.
Si hay una promesa que quisiera cumplirle a Victoria, es que saldrá de donde está. Saldrá a ser una mujer increíble, como ya lo era. Saldrá a defender los derechos de la comunidad LGTBI. Saldrá a disfrutar de la nueva Nicaragua, porque gente como ella es la que más se la merece.