Nos detuvimos delante de un cuadro: El triunfo de la muerte de Pieter Bruegel El Viejo. Ese fue el que más te atrajo. Esa enorme pintura en tonos ocres. Esa representación de cientos o miles de calaveras, agonizantes y muertos. En mi papel de guía te hablé de ella y casi al finalizar señalé sus esquinas inferiores. En la izquierda, un rey con su capa, cetro y corona ignora a la muerte que lo toca por la espalda sosteniendo un reloj de arena. En la derecha, dos enamorados romancean, él toca la mandolina, ella lee unas partituras y detrás de ellos la muerte hace sonar un violín. Me escuchaste con atención, comentaste, tomaste fotos con tu celular y nos fuimos. Pero no nos salvamos.
A veces uno conoce a alguien y tiene la sensación de que esa persona está a punto de saltar de un precipicio. Entonces se propone evitarlo utilizando inexistentes súper poderes. O pretendiendo actuar como ángel de la guarda. O elaborando un irresistible discurso acerca de lo bueno y lo malo. O solo confiando en que ese ser tan valioso e inteligente logrará detenerse a tiempo y dar media vuelta. Pero no. Nada ni nadie detiene a alguien que sabe adónde va, incluso si su destino es una caída al vacío.
Luego todo es incredulidad y recuerdos. Repetir “no puede ser” en la mente hasta borrar los demás pensamientos. Recordar de repente el tono de su voz, la amplitud de su sonrisa, algún gesto, alguna manía, su buena ortografía o la manera perfecta en que pronunciaba las palabras una tras otra sin comerse las letras. Y seguir luchando, un día sí y otro también, por respetar su decisión. Aunque uno continúe inventando respuestas a los porqué. Aunque uno todavía imagine un mejor final.
Releo mensajes tuyos enviados desde ese número que no vas a usar nunca más. Me detengo en el que dice “ojalá algún día escribas de mí” y me pedís que si lo hago mencione la versión corta de tu nombre. Lo lamento. No escribo sobre vos, escribía para vos. Y nunca te llamé por la versión corta de tu nombre. Ni siquiera esa noche cuando me soltaste la mano y supe que adónde ibas yo ya no iba a poder seguirte. Ni siquiera en estas noches en que me pregunto si ya tocaste fondo y si algún día vas a volver.
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