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Baby Driver: Un aprendiz del crimen, rápido y gracioso
Baby Driver review

Baby es el conductor designado en una pandilla de ladrones, administrada con puño de hierro y guante de terciopelo por Kevin Spacey

     

El director Edgar Wright ha hecho su carrera apropiándose en clave cómica de géneros populares. “Shaun of the Dead” (2004) se inspira en los filmes de horror de George Romero y anticipa a “The Walking Dead”. “Hot Fuzz” (2007) es una sátira de la acción policíaca. “The World’s End” (2013) juega con la ciencia ficción apocalíptica. Su culto de seguidores las conectan en la llamada “Trilogía Cornetto”, en alusión un helado que los personajes consumen como remedio para las resacas. Wright desarrolló “Ant-Man” bajo la sombra de Marvel, pero se retiró justo antes de iniciar el rodaje, por diferencias creativas. Su popularidad hace incomprensible la total ausencia de sus filmes en la cartelera nacional. Lo único que puede ver en Nicaragua, legalmente, es “Scott Pilgrim vs. The World” (2010), disponible en Netflix.

“Baby Driver” también es un filme de género. Es un “heist thriller”, una pieza de suspenso concentrado en las actividades de una banda criminal. Wright deja atrás la especificidad británica de sus películas anteriores, para hundirse en la cultura pop norteamericana con el celo de un adolescente que acaba de descubrir el sonido de Motown. Está embriagado con la música, el color de los carros y el olor de la gasolina. Y su euforia es contagiosa. Es como una película de Quentin Tarantino, para cinéfilos demasiado inocentes como para apreciar los placeres licenciosos “Death Proof” (2007), o para aquellos demasiado jóvenes como para haber visto a Steve McQueen en “Bullit” (Peter Yates, 1968).

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Baby (Ansel Ergot) es el conductor designado en una pandilla de ladrones, administrada con puño de hierro y guante de terciopelo por Doc (Kevin Spacey). La película arranca con uno de sus tantos golpes: Griff (Jon Benthal), Buddy (Jon Hamm) y Darling (Eiza González) asaltan un banco. Solo los vemos a través de las ventanas, porque nuestro punto es el de Baby. Es un as del volante. Cuando le toca llevarlos de regreso a su escondite, evade a la policía en una persecución espectacular por las calles de Atlanta. Wright prescinde de manipulaciones digitales. Los efectos son mecánicos, los autos reales. Olvídense de la hipérbole de “Rápido y Furioso”. Aquí no verá un lujoso coche deportivo haciendo carreras con un submarino nuclear en el ártico. La escala humana hace que película sea verosímil, y por ello, más emocionante.

Podría alegarse que la película es un musical. Los movimientos en algunas escenas son coreografiados como un baile. Las canciones omnipresentes se justifican narrativamente porque el protagonista vive conectado a una serie de iPods de colección. Así enmascara el zumbido permanente del tinnitus, herencia de un traumático episodio del pasado que vemos recreado en flashbacks.

El último golpe es una convención del género. Como tantos otros nobles criminales, Baby quiere dejar atrás esa vida, pero siempre lo arrastran de regreso a ella. Tiene una motivación extra para enderezarse al conocer a Debora (Lilly James). Su principal obstáculo es Bats (Jamie Foxx), otro lugarteniente en la pandilla de Doc, con una terrible afinidad a la violencia.

El guion, también escrito por Wright, es muy eficiente a la hora de introducirnos en este mundo caprichoso. A pesar de que Foxx es un villano de lujo, con su entrada la película pierde tracción narrativa. A medida que incrementa las complicaciones de su protagonista, pierde de vista las complicaciones éticas. El saldo mortal incrementa, pero nunca tomamos medida de los sentimientos ante esto. En alguna medida, eso ocurre porque simplemente no hay tiempo. La acción sube de volumen e intensidad, ensombreciendo la excentricidad que nos cautiva de entrada.

Pero la riqueza del filme está en los detalles. Siempre hay algo que ver y oír. Tome nota de los pequeños tatuajes en los cuellos de los amantes sellan su relación: el de Buddy dice “Hers” (de ella), el de Darling dice “His” (de él). Los motivos circulares recurren en las imágenes: un disco de vinilo, la rueda de control de un viejo iPod, los botones en el tablero de un carro. La fotografía de Bill Pope convierte el espacio urbano en una especie de parque de diversiones. El diseño de audio juega con la condición auditiva del protagonista, dejando que el zumbido del tinnitus se convierta en una canción más. “Baby Driver” es una pieza de entretenimiento irresistible, que pierde velocidad en el camino al panteón del cine pop.

“Baby: El Aprendiz del Crimen”
(Baby Driver)
Dirección: Edgar Wright
Duración: 1 hora, 54 minutos
Clasificación: * * * * (Muy Buena)

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