En pantalla
El nudo de la crisis emocional del protagonista conecta con un personaje local, pero la película ni siquiera le concede una escena donde pueda resolver su problema dramático
El thriller geopolítico de los 80 trata de regresar con “Beirut”, una pieza de nostalgia por los días donde películas como “El año que vivimos en peligro” (Peter Weir 1982), “Under Fire” (Roger Spottiswood, 1983), “The Killing Fields” (Roland Joffé, 1984) y “Salvador” (Oliver Stone, 1984), conquistaban taquilla y Óscares.
Quizás por eso, “Beirut” se siente como un filme anticuado, no solo porque se desarrolla en el pasado, sino también por su tratamiento al conflicto que le sirve de escenario. La acción arranca en 1972. Imágenes de archivo tomadas de un viejo filme promocional nos ubican en el el momento histórico. El país es una especie de paraíso en medio de un polvorín. “Puedes esquiar en la mañana, ir a la playa en la tarde y bailar toda la noche”, dice un personaje. Pero bajo el hedonismo, se siembran las semillas de la guerra. Israelitas y palestinos pulsan por controlar el territorio. El golpe terrorista de las olimpiadas de Münich aún se siente. En un efectivo prólogo, conocemos a Mason Skiles (Jon Hamm). Él es un alto funcionario de la Embajada de Estados Unidos, brindando una recepción en su hermosa residencia. Mientras atiende a sus invitados, una pequeña crisis se desata: las autoridades quieren interrogar a Karim (Yoav Sadian), una adolescente palestino que trabaja en su servicio doméstico, y que los Skiles quieren patrocinar para llevar a EE.UU. Su colega, Cal (Mark Pellegrino) confirma la gravedad de la situación. El ruido de disparos interrumpe el jolgorio de la fiesta.
Saltamos en el tiempo una década, y encontramos a Mason sumido en el alcoholismo. En contraste al hedonismo soleado del prólogo, lo vemos en un Boston gris y lluvioso, trabajando como negociador de conflictos laborales entre empresas y sindicatos. El contraste con el glamour diplomático es radical. Pronto, es reclutado para volver, en contra de su voluntad, a Beirut. Cal ha sido secuestrado, y solo él puede salvarlo. Su viejo Beirut no existe. El esplendor de Líbano se ha reducido a escombros, mientras Israel y la OLP luchar por controlar el territorio. Mason es acogido por un grupo de diplomáticos que hacen horas extras como espías: el Embajador (Ian Porter); Ruzak (Shea Whigham), la agregada cultural Sandy Crowder (Rosamund Pike) y Gaines (Dean Norris). ¢ØEn quién puede confiar Mason?¢ØEstá vivo Cal? ¢ØQué hará cuando una figura clave de su pasado se manifieste?
“Beirut” es la sombra de la película que pudo ser. Puede sentir como los realizadores, aterrados ante la posibilidad de perderse entre la complicada dinámica del momento histórico, lo reducen y simplifican para que sirva de trasfondo a una trama que se revela cada vez más simple y elemental. El escenario, y el sentido del lugar – recreado en locaciones de Tanger – es fascinante, pero podríamos ver esta trama desarrollándose en cualquier lugar. El director Brad Anderson, se queda corto a la hora de explotar las posibilidades del guion de Tony Gilroy. Los personajes simplemente esperan a aclarar en sus parlamentos quién traiciona a quién, y porqué.
El problema de “Beirut” es que termina separándose del contexto donde habita la narrativa. Si los thrillers geopolíticos de antaño podían caer en la condescendencia poscolonialista, esta película hace gala de cierta indiferencia. El nudo de la crisis emocional del protagonista conecta con un personaje local, pero la película ni siquiera le concede una escena donde pueda resolver su problema dramático, ya no digamos un simple close-up. La atención de la cámara reside en los forasteros. Así, reduce el conflicto de fondo del protagonista a una nota marginal.
En esta dinámica, nos queda disfrutar del trabajo de los actores. Será difícil que Jon Hamm logre superar su lacerante retrato del hombre que se inventa a sí mismo en la magnífica serie “Mad Men” (2007-2015), pero aquí, logra poner al servicio de la película su apariencia de ídolo de matinée echado a perder. Shea Whigham pertenece a otra estirpe actoral: es el actor de reparto por excelencia, capaz de reinventarse y desaparecer en cada personaje que interpreta. Cada vez que veo su nombre en los créditos, sé que independiente de la calidad del filme, no será pérdida total. Rosamund Pike y Dean Norris (Hank en la serie “Breaking Bad”) llevan la peor parte, tratando de darle vida a simples accesorios de la trama.
*Leé la reseña completa del autor en su blog personal.