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Belleza donde se vea

Sin ninguna autoridad en la materia, pero con profundo interés me dispongo a explicar en estas líneas los que considero son los dos tipos de belleza existentes en los seres humanos. Cabe señalar que esta clasificación no es resultado de ningún estudio académico ni científico, sino que es producto de mi mente inquieta y mis ojos curiosos. Empecemos.

El primer tipo de belleza es el que salta a la vista, el que alborota los sentidos. Hay personas que simplemente destacan entre las demás, es inevitable voltear a verlas y, por lo general, ellas lo saben, están conscientes de su porte, de su genética bendita, de su rostro fino, de su cuerpo de proporciones armoniosas. Y está bien. No tiene por qué haber presunción en que alguien tenga claro que es guapo o guapa (de hecho es positivo, demuestra una autoestima saludable). A estos seres uno les dice «qué guapo sos» o «qué guapa sos», ellos responden «gracias» y sonríen… Y se ven todavía más guapos o guapas (si es que eso es posible).

Por otra parte, he visto que los dueños de este tipo de belleza procuran cuidarla y potenciarla: podemos encontrarlos en los salones de belleza, los spa, los consultorios dermatológicos, las tiendas de cosméticos… O bueno, no necesariamente, pero es casi seguro que cada mañana, antes de salir al mundo, se observan con detenimiento en el espejo después de haber pasado largo tiempo arreglándose.

Ser bello o bella del primer tipo significa que lo primero que los demás mortales notamos de ellos es su físico, dejando en un segundo plano cualidades más profundas, pero no tan evidentes, es decir, hay gente bendecida por los dioses que es guapa hasta decir basta y también inteligente o talentosa o noble, solo que requerimos más de una mirada para darnos cuenta.

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La belleza tipo dos es la que muchas veces pasa desapercibida hasta para el propio portador o portadora. Esto puede ser una mezcla de inseguridad y desinterés en sí mismos o el resultado de haber escuchado en la casa, la escuela o de boca de los amigos que eran feos… O muy gordos, muy flacos, muy bajos, muy altos, agreguen ustedes la característica que quieran.

Por lo anterior, estas personas niegan su belleza. Hagan la prueba, díganles «qué bonito sos» o «qué bonita sos» y analicen su reacción que puede ir desde una sonrisa apenada y luego un cambio de tema, un «no, claro que no» hasta creer que uno está bromeando o intentando pasarse de listo.

A veces me pregunto qué pasa por su cabeza cuando se paran frente al espejo. A lo mejor solo ven a alguien común y corriente sin ningún rasgo atractivo. Quizá les parece que todo lo que miran está mal. Es posible que inclusive eviten verse. El punto es que no logran ver en ellos mismos esos detalles que nosotros sí: sus cejas definidas, sus pestañas largas, su risa contagiosa, sus brazos fuertes o sus piernas torneadas.

Sin embargo, en muchos casos, el hecho de no encontrarse agraciados termina jugando a su favor pues desarrollan otras habilidades o virtudes para «compensar» la que (según ellos) no tienen. Es así que descubrimos a individuos divertidos, ingeniosos, amables, capaces de ver la belleza más allá de ellos mismos, en fin, gente con cadencia… Sí, cadencia, algo que la escritora Ángeles Mastretta definió en su libro Mujeres de ojos grandes como «esa indescifrable nimiedad que hace que alguien camine de cierto modo, hable en cierto tono, mire con cierta pausa, acaricie con cierta exactitud».

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La belleza es subjetiva, la belleza es relativa, la belleza está en los ojos de quien la mira… Se ha discutido tanto sobre la belleza como sobre el amor y de todas formas no logramos un acuerdo porque (seamos sinceros) simple y llanamente no hay manera de explicar lo bello, pero los seres humanos somos tan obstinados que aquí estamos, siempre intentándolo.


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