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Blog | Las lecturas que me salvaron en el año más difícil
Lecturas que me salvaron
Foto: Agencias | Niú

Este año he decidido dejar de engañarme y proponerme la única intensión que creo ser capaz de completar: leer

Fue con toda seguridad el año más duro de las primeras dos décadas de nuestro siglo. Superado solo por cómo nos imaginamos el caótico futuro. El 2020 pasará a la historia como un capítulo ensayístico lleno de tensiones.

Todos vivimos de distintas e insondables maneras en el año más difícil. Unos, sujetando las manos de sus seres queridos que cayeron en cama por un virus. Otros, llevándose la peor parte de los estragos económicos, preocupados por el desempleo y la recesión y a merced de un futuro incierto. Luego están los que pudimos gozar de ciertos privilegios, como dedicarnos durante varias horas al ocio de la lectura.

Un año tan absurdo como este ameritó llenar ciertas ausencias y ciertos vacíos con inocente ficción.

Yo hice lo impensable y lo absurdo, muy acorde al tiempo que acabamos de vivir. Me tomé siete meses sabáticos. A finales de enero renuncié a mi trabajo y me dediqué a terminar mi tesis de grado y a leer. La pasé mal, pero no tanto, porque los libros me salvaron. Mientras todo un planeta se caía a pedazos, me entregué sin pudor a la inutilidad de mis lecturas.

Mientras algunos buscaban la cura a este bicho y otros salvaban vidas, me desconecté completamente de la realidad. No me malinterpreten, en ciertos momentos me avergüenzo de ello y me vivo reprochando mi inconsciencia.

Pero en los últimos tres años he sido demasiado consciente de muchas otras cosas que nos acongojan. Pensé que tenía el derecho a desenchufarme de todo este frenesí.

Durante el año más difícil hice una sola proeza que me llena de orgullo. Fui un hedonista literario. Me entregué a los placeres de libros enormes que en medio del ajetreo de los quehaceres reales sería imposible tomar. Leí, de una sentada, mi sueño adolescente: la trilogía completa de El Señor de los Anillos.

Al finalizar toda la serie escribí en mi registro de lecturas:

“Pausar la vida y leer algo mágico. Un completo descanso a la realidad”. Y así fue. Tomé la manó de Bilbo Bolsón, en un primer momento con El Hobbit, y luego la de Frodo. Dos pequeños hobbits que me enseñaron que por muy cómoda que podamos concebir la vida, vale la pena aceptar la invitación a una aventura. Más de mil páginas de viajes donde los antiguos ents se revelan contra la crueldad y donde la lucha contra el bien y el mal está llena de matices.

“El coraje se encuentra en sitios insondables”, le dijo una vez Gandalf a sus pequeños amigos. Seres que no estaban hechos para hacer cosas heroicas, pero cuya voluntad es demasiado inmensurable.

Entre esta épica se colaron algunas otras lecturas. Releí 1984 para reconectarme un poco con la distópica realidad de mi país, Nicaragua. Me llevé todas las enseñanzas de Lev Tolstói en una selección de sus cuentos más selectos sobre el karma y la sed insaciable de ese animal llamado hombre. Recorrí con Rubén Darío su periplo literario.

Y luego caí con otro gigante que me destrozó por completo. John Steinbeck y su Al este del Edén casi acaban conmigo.

El 10 de agosto escribí: “Han pasado semanas desde que leí Al este del Edén, pero siento que sus personajes todavía me persiguen”. Ese es el problema de las grandes novelas, a uno lo agarran y no lo dejan hasta tenderte en la lona. Me adentré al universo asfixiante de los Trask, a la decadencia de un siglo que también fue maldito, como este año. Toda la condición humana está aquí, entre estas páginas.

“Tarde o temprano aparece algo que desbarata cuanto te rodea, y el desorden que crea se esparce en círculos concéntricos, como las ondas que se forman al arrojar una piedra en un lago tranquilo”. John Steinbeck, Al este del Edén.

Y en medio de las tantas tristezas me atreví a ojear a Cioran con mucho temor y cautela.

“El hecho de que yo exista prueba que el mundo no tiene sentido”. Emil Cioran, En las cimas de la desesperación.

Finalicé algunos arrastres. Por ejemplo, la increíble y completísima Historia del Jazz de Ted Gioia, que había iniciado a finales de 2019.

Luego, mi masoquismo me pidió adentrarme a la podredumbre de Knockesmitiff con Donald Ray Pollock y su descripción tan certera y para nada moralista de lo que muchos llaman la whitetrash.

Si estas palabras son una forma de “buscarle el lado bueno a las cosas”, creo que me he acercado bastante. Este año he decidido dejar de engañarme y proponerme la única intensión que creo ser capaz de completar: leer. Desear felicidad y prosperidad en estos tiempos es un tanto complicado. Que sea un 2021 lleno de vida.

Y de lecturas apasionantes.

*Este artículo fue publicado originalmente en el blog del autor. Puede leerlo en este enlace.