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Blog | Las malas lecturas contribuyen a las crisis

Malas lecturas

Foto: Agencias | Niú

No contento con enfermarnos, empobrecernos y matarnos el coronavirus también nos vuelve más ignorantes. La UNESCO acaba de informar que “la COVID-19 aumentará en cien millones el número de niños sin competencias básicas de lectura”. Ahora mismo, en todo el mundo, 584 millones de personas en edad escolar carecen de una comprensión lectora mínima. Esta cifra representa un brusco 20% de aumento sobre el año anterior. La causa de este colosal hundimiento en el alfabetismo efectivo de los niños son los cierres de escuelas durante la pandemia.

Según la UNESCO la región más afectada por esa debacle cultural es Latinoamérica. Una zona del mundo que ya estaba entre las más iletradas. De muestra, un botón: Chile es el país con los mejores índices educativos de esta región. Sin embargo, ese record apenas nos alcanza para que un magro 40% de los niños que pasan a segundo básico pueda leer unas pocas palabras. El 60% restante sólo desliza sus deditos bajo las letras y balbucea los sonidos correspondientes sin descifrar lo escrito.

Una mayoría de esos niños pagará las consecuencias de aquella ignorancia temprana durante el resto de su vida. Llegarán a la adolescencia y a la juventud y seguirán balbuceando mentalmente. Malentenderán lo poquísimo que lean. Sólo una minoría ínfima comprenderá textos complejos. En Chile apenas el 1% de los egresados de la educación media y sólo el 7% de los egresados de la educación superior, tiene una comprensión lectora alta. (En la OCDE esas cifras son 5% y 24%, respectivamente). El resto hace lecturas inexactas o francamente erróneas de textos simples.

Esas malas lecturas generalizadas contribuyen a la crisis que sufren las democracias contemporáneas. La incomprensión lectora exacerba la incomprensión política y cívica. El que malentiende un escrito sencillo probablemente malentenderá también los desafíos de un mundo crecientemente complicado.

La complejidad de nuestras sociedades aumenta exponencialmente mientras nuestra capacidad de entender los relatos que expresan esa complejidad permanece estancada o disminuye. La proliferación y aceleración de las demandas ciudadanas revienta las costuras de nuestros sistemas políticos. Aparecen nuevas identidades y otras que estaban ocultas se revelan. Todos piden mayor reconocimiento, quieren ser “leídos” y comprendidos. Esas voces centuplicadas se entrecruzan formando un texto social largo e intrincado, con narradores múltiples y argumentos ramificados. La “novela” de nuestros tiempos exige buenos lectores. En su lugar tenemos, mayoritariamente, usuarios de redes incapaces de concentrarse más de un minuto para descifrar las burdas trampas de un tuit.

Desanima pensar que estos años de pandemia empobrecerán aún más la comprensión de lectura en nuestras sociedades. Este desánimo se convierte en angustia cuando admitimos que entender una lectura no basta. En tiempos revueltos y violentos incluso los lectores comprensivos suelen entregarse a esa ignorancia voluntaria que es la indiferencia.

En el Museo Lazaro Galdiano de Madrid puede verse un viejo cuadro que representa a San Pedro Mártir de Verona. Este santo lee tranquilamente un libro mientras de su cabeza sangrienta sobresale un enorme machete. Alguien acaba de atacarlo por la espalda y le ha partido el cráneo medio a medio. Pero él lo ignora o prefiere ignorarlo.