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Blog | Lo peor (y lo mejor) de 2020
China - Coronavirus
La gente en Wuhan, China, hace un homenaje a los fallecidos por coronavirus, mientras continúan practicando medidas de distanciamiento social. Efe/Roman Pipley | Niú

Este año 2020, peor que malo, extremó su maldad hasta convertirla en regalo. Ahora podemos estar casi seguros de que el próximo año será mejor.

     

“Fue la mejor de las épocas; fue la peor de las épocas”. Así empieza Cuento de dos ciudades, de Charles Dickens. Quizás algún día también nosotros recordaremos este año de la Gran Pandemia con una sabiduría semejante: equilibrada en un balancín.

Fue el peor de los años: la peste desoló nuestras calles. Fue el mejor de los años: el virus desató los nudos del tráfico, lavó las ventanas del cielo y acalló nuestro bullicio. Volvimos a ver las estrellas y escuchamos a los pájaros urbanos que cantaron más bonito (un estudio demostró que el ruido humano los desafina).

El 2020 fue de lo peor: los confinamientos nos robaron muchas libertades. Pero asimismo este año nos obligó a valorarlas: junto con perder esas libertades redescubrimos cuánto las necesitamos. Quienes disfrutamos de la libertad solemos olvidar que ella es como los viejos amores: volvemos a sentirlos cuando nos faltan.

Fue el peor de los años. El 2020 transformó algunos de nuestros placeres en pesadillas. Sentirse en casa fue sinónimo de sentirse prisionero. A menudo, la extensa convivencia con los parientes colmó nuestra paciencia y la de ellos. Incluso quienes viven solos se impacientaron consigo mismos. En la prolongada intimidad del confinamiento supimos de vicios ajenos que habríamos preferido desconocer. Y destapamos defectos propios que escondíamos tanto de los demás como del espejo. Pero esos sinceramientos obligados mejoraron el saldo de este año: es probable que la “tasa de verdad” en nuestras vidas haya aumentado. Y la verdad sana más que las vacunas.

Este fue el peor año económico desde la Gran Depresión de los años treinta. Las amenazas del coronavirus disminuyeron o detuvieron la producción de infinitos bienes y servicios necesarios o suntuarios. Para sobrevivir tuvimos que frenar los motores de nuestra ambición. Muchos negocios colapsaron, millones perdieron sus trabajos. Escondida entre estas maldades podríamos descubrir una bondad, si supiéramos buscarla y apreciarla. La máquina del progreso nos arrastra pero no nos controla, todavía. Aún somos dueños de nuestro destino. Aún podríamos dirigir mejor nuestro crecimiento desbocado. La moderación forzada de nuestras actividades frenéticas redujo entre un 4% y un 7% la producción global de gases con efecto invernadero.

Lo peor del peor de los años: millones de personas fallecieron desgarradas por las espinas de un bicho coronado. Muchas de esas muertes podrían haberse evitado si hubiéramos actuado con más solidaridad y con más responsabilidad. Sin embargo, hasta en esa tragedia asoman reversos positivos. Los abuelos que murieron por la imprudencia de sus nietos le dieron a estos una última e imborrable lección: no basta con amar, es necesario cuidar.

Qué año más absurdo: tuvimos que saludarnos con los codos. ¡Pero en los años normales los usamos para abrirnos sitio a codazos!

Este año 2020, peor que malo, extremó su maldad hasta convertirla en regalo. Ahora podemos estar casi seguros de que el próximo año será mejor.