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En El obsceno pájaro de la noche el lector es ese único ser normal ignorante de que es un fenómeno. Leyendo sus páginas empezamos a sospechar que nuestra atesorada identidad
La novela El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso, fue publicada en Barcelona, en 1970. Han pasado cincuenta años. Desde que rompió el cascarón esa ave literaria produjo efectos ambiguos para su autor. Por una parte, El obsceno pájaro… consagró a Donoso como un novelista imprescindible en la narrativa latinoamericana. Los graznidos de aquel pajarraco novelesco, su influencia literaria, llegaron lejos y duran hasta hoy. La reciente Premio Nobel polaca, Olga Tokarczuck, declaró que esa fue una de las novelas esenciales en su formación como escritora.
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Pero este libro tan influyente también fue un presente griego para su creador. Donoso tardó ocho años en escribir El obsceno pájaro… Como el águila a Prometeo, esta obra casi le arrancó el hígado. Y al fin, cuando la novela salió del huevo, ella le trajo a Donoso una fama de escritor oscuro, impenetrable para algunos lectores.
Aquella fama de “autor difícil” desesperaba a Donoso. Y con razón. Esa dificultad atribuida a su obra maestra era, paradójicamente, una simplificación.
Las novelas emblemáticas del boom de la narrativa latinoamericana son complejas. Sus estilos elaborados y sus argumentos ambiciosos exigen a los lectores inteligencia y tesón. Pero El obsceno pájaro de la noche nos demanda algo más. Para cruzar sus patios ruinosos y recorrer sus pasadizos oscuros necesitamos valentía.
La dificultad de El obsceno pájaro… emana, sobre todo, de nuestra reacción defensiva. Los lectores sentimos que la novela juega con fuego sicológico y nos ponemos en guardia. Entre sus páginas se abren grietas por las que brotan temores subconscientes que habitualmente relegamos a nuestras pesadillas.
Don Jerónimo de Azcoitía encierra a su único hijo, que padece deformaciones monstruosas, en un fundo que puebla con personas tan deformes como ese niño. Este patriarca desea crear “un mundo donde la deformidad no sería la anomalía sino la regla”. Así su hijo nunca descubriría su propia rareza. Pero alguien objeta que el administrador de ese fundo, el Mudito Peñaloza, es normal. El niño deforme podría enterarse del engaño si se compara con él. Don Jerónimo responde: “Un único ser normal en un mundo de monstruos adquiere él la categoría de fenómeno al ser anormal…”.
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En El obsceno pájaro de la noche el lector es ese único ser normal ignorante de que es un fenómeno. Leyendo sus páginas empezamos a sospechar que nuestra atesorada identidad, nuestra laboriosa invención de un “yo” estable, podrían ser una monstruosidad.
En otra escena clásica de El obsceno pájaro… el Mudito Peñaloza –poeta frustrado y narrador secreto de esta novela– es convertido en imbunche por “las siete brujas”. Esas sirvientas jubiladas envuelven al Mudito en muchos sacos, lo fajan y lo comprimen hasta reducirlo a un estado fetal, embrionario. Así imbunchado, Peñaloza adquiere los poderes mágicos de un fetiche. Como ocurre con los agujeros negros, una compresión total puede generar una potencia total. Ensacado en su propio relato, ese narrador monstruoso irradia una novela proliferante y recombinante compuesta de muchas capas.
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En una sesión de su taller literario escuché a Donoso citar una idea del físico Pierre Curie: “La asimetría crea el fenómeno”. En El obsceno pájaro… las simetrías son impotentes, la armonía es estéril. La belleza revela su deseo secreto: hacerse preñar por los monstruos.
Medio siglo ya, y ese pajarraco sigue graznando sus obscenidades fecundas.