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Blog | Votar para cambiar
Votar para cambiar
Cientos de personas volvieron este viernes a protestar a la mítica Plaza Italia de Santiago, cinco días después de que se decidiera en un histórico plebiscito cambiar la Constitución heredada de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) con casi un 80 % de aprobación. EFE/Alberto Valdés | Niú

Votar para construir una mayoría es más difícil que levantar una barricada. Para construir mayorías debemos resignarnos a convencer en lugar de vencer. Ojalá

     

Voto en un pequeño pueblo costero de Chile. Un sol de primavera brilla sobre el Pacífico. Voy caminando hasta el liceo donde debo sufragar en el plebiscito constitucional. Me acompaña mi perra fiel, la Negra. Mientras recorremos estas calles ondulantes y empinadas conversamos mentalmente. La Negra protesta: “Es injusto que yo no pueda votar”. Le respondo: “El voto animal no está en la Constitución”. La Negra retruca: “¡Justamente, quisiera votar para cambiar eso!”. Su lógica perruna es mejor que la de muchos humanos. En las democracias hay que votar para cambiar.

Una fila espera con paciencia frente al liceo público del pueblo. Me uno a ella. Pero un joven y enérgico funcionario divisa mi barba blanca, alargada durante las cuarentenas pandémicas. El joven me ordena entrar. “Usted es de la tercera edad. ¡Pase ahora mismo!”. La Negra masculla: “Te he dicho que te cortes esa barba. Pareces un veterano a punto de estirar la pata”.

Mi mesa de votación está en un segundo piso. Desde la galería abierta sobre el patio veo a otros ciudadanos esperando para sufragar. Hay pocos “veteranos” y más jóvenes que en votaciones anteriores. La Negra me pregunta: “¿Y eso es bueno?”. Le respondo: “Yo diría que es muy bueno”.

Le explico a mi perra que en votaciones anteriores, de todo tipo, la participación juvenil era muy baja. El desinterés electoral hizo que las propias organizaciones estudiantiles quedaran en manos de grupúsculos extremistas. La federación de alumnos de la principal universidad chilena ni siquiera pudo renovar su directiva por falta de quórum. En sus últimas elecciones sólo votó un 14% de los inscritos.

“No entiendo”, me dice la Negra. “Pasé varios meses debajo de tu cama, erizada y temblando, por culpa de estallidos, incendios y caceroleos. Ese ruido lo hacían unos jóvenes que exigían mejor democracia. ¿Pero cómo iban a mejorar la democracia sin practicarla?”.

Una vez más, el olfato finísimo de mi perrita detecta las contradicciones humanas antes que nosotros mismos. Y ella no sabe que en las encuestas un tercio de los jóvenes chilenos justificaba la violencia física como herramienta política. ¡En democracia! Avergonzado de mi especie, le respondo a la Negra:

“Por eso es tan importante que ahora esta juventud vote masivamente. Y ojalá sigan haciéndolo. Ojalá que se acostumbren a elegir, aunque hacerlo nos exige escoger entre lo disponible y responsabilizarnos de nuestra opción. Ojalá que se organicen y ellos mismos controlen a los violentos. Votar para construir una mayoría es más difícil que levantar una barricada. Para construir mayorías debemos resignarnos a convencer en lugar de vencer. Ojalá”.

La Negra escucha mi discurso con sus orejas peludas erguidas. Pero no parece muy entusiasmada. La veo menear su cabeza y la oigo murmurar: “Las constituciones no hacen a los países. Son los países los que hacen las constituciones”.

Yo le pregunto: “¿Y tú cómo votarías en este plebiscito?”. La Negra me responde: “Yo votaría que apruebo cambiar la Constitución, pero sin hacerme ilusiones”.

Se nota que mi perra conoce a los seres humanos.