Blogs

Boxeo y tragos
Boxeo

Golpe, trago. Golpe, trago. Trago, golpe. Trago, golpe… Hasta caer noqueado

     

Irremediablemente asocio el boxeo con el trago. Desde que tengo memoria, cada vez que un púgil nicaragüense subía a un cuadrilátero internacional, la tertulia tomaba forma frente a un televisor: La mesa dispuesta con boquitas, botellas de ron, hielo y cervezas. Épicas fueron aquellas noches de Rosendo Álvarez imponiéndose al ‘Beibis’ Mendoza, las peleas circenses de Mayorga, las esperanzas que daba Luis Pérez (con sus peinados particulares), y la consistencia que han mostrado los puños de Román ‘Chocolatito’ González.

Este sábado, el ‘Chocolatito’ nos convoca a otra de esas tertulias con trago, que no solo son costumbre en mi entorno. De hecho, en varios círculos sociales escucho lo mismo. Recuerdos gloriosos de las peleas de Alexis Argüello por las madrugadas, ya fuese pegado al radio o al tevé, con el trago en mano, siguiendo las combinaciones del ‘flaco explosivo’ desde Tokio o el Fórum de Inglewood, en California.

Beber mientras dos púgiles intercambian golpes aviva la pasión que provoca este deporte. Uno se vuelve comentarista o lanzamos golpes al aire remedando ganchos o uppercuts que nuestro púgil conecta con precisión. Nos mordemos los labios, brincamos, sudamos, cuando la eminencia del nocaut amenaza a nuestro boxeador favorito o viceversa. Siempre está el buen trago (de ron o cerveza) apaciguando el ánimo, cuando la campana de la esquina marca el descanso entre cada asalto.

De esas exasperaciones boxísticas era experto el viejo Ernest Hemingway. Lo único que este escritor-boxeador solía llevarlo más allá. En ‘París era una Fiesta’  leemos cómo Hemingway utilizaba cualquier sala como cuadrilátero en la capital francesa para retar a golpes a sus amigos. Tuvo la paciencia de enseñarle a boxear a Ezra Pound, o batirse con seriedad con otros más duchos en el box, como el canadiense Morley Callaghan. Siempre con el abundante vino a granel de por medio, con el trago como acompañante del boxeo.

Hemingway protagonizó con Callaghan una de las anécdotas más memorables de su entusiasmo como boxeador. Dicen que Hemingway, recio como un búfalo americano, tenía una pegada poderosa, como la del enorme Muhammad Ali. Muchos le temían a su mito de cazador y la robustez de su figura. Un día retó a Callaghan. Su compañero del Toronto Star no solo escribía cuentos de boxeadores, sino que lo practicaba; tenía más técnica que Hemingway. Una tarde parisina, Scott Fitzgerald midió el tiempo de los rounds, pero por alguna razón (¿descuido o adrede?), dejó correr el cronometro más de lo acordado. El round se alargó. El viejo Hemingway se cansó, y Callaghan lo mandó a la lona de un zarpazo.

— ¡Bravo, Scott! — dijo Hemingway con el orgullo herido—. Si querías darte el gusto de verme noqueado en la puta lona, pues dilo. Pero no me digas que te equivocaste.

Ernest Hemingway

Hemingway era de esos búfalos que no aceptaban la derrota. Era su filosofía de vida. En ‘El Viejo y el Mar’ lo hizo aforismo: “Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”. Quizá por eso justificó el hecho con que había bebido en el almuerzo varias botellas de Borgoña y un par de whiskys para terminar de calibrarse.

Boxeo y trago. La distancia que separa la casa de Hemingway en Key West, Florida, de Sloppy Joe´s, el bar preferido del escritor, está llena de historias. Hemingway volviendo a casa borracho, guiado por el faro, tras una tertulia en la que, tal vez, retó a alguien a ponerse los guantes. La vez que visité este bar, la influencia pop de Hemingway era evidente, pero todavía conserva sus hechuras originales, que lo hacen perfecto para ver una pelea.

Boxeo y trago. En Nicaragua hay varios bares para ver al ‘Chocolatito’ enfrentarse al tailandés Srisaket Sor Rungvisai. Es la segunda vez que Román pelea en 115 libras. La noche depara, tomando en cuenta que la anterior pelea con Carlos Cuadras fue cuesta arriba para el nica. Lo ideal sería un sportbar en Managua, aunque en peleas como éstas, cualquier sitio instala un televisor para los clientes.

Wilfredo Miranda | Niú

Este sábado puede dirigirse a Lekker (aquí limítese a beber, no a comer), Capitan Morgan (en Plaza Caracol), La Selva (aquí sí coma), Sport Bar Tom 3, Hippos de Galerías Santo Domingo, Fridays (ese día la promoción es Heineken, si gusta cerveza), House GastroPub (aunque el tele es muy pequeño) y Don Ceviche (en plaza Eclipse). Pero esto es Managua. En Granada puede verlo en Road House y Oshea’s Irish Pub. En San Juan del Sur puede seguir el combate en los bares de cajón: Iguana o en Arribas Bar.

Aunque si economizar quiere, solo basta el televisor de su casa, amistades, el gusto por este deporte, boxeo y trago. Román pelea en New York, una ciudad que se descongela tras el paso de la tormenta Stella. La cita es entre nueve y diez de la noche. Lo bueno, como en toda tertulia boxística, es que las repeticiones alcanzan para enfilarse hasta la madrugada viendo, analizando, el round decisivo. Golpe, trago. Golpe, trago. Trago, golpe. Trago, golpe… Hasta caer noqueado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.