Ayer pasé por una de las experiencias más traumáticas de mi vida. Me sigue atormentando y lo seguirá haciendo en el futuro. Una experiencia que seguramente a muchas otras mujeres les ha pasado y otras sufrirán. De alguna forma, tengo que canalizar las energías negativas que esto me trajo y el blog me lo permite.
Salí tarde del trabajo y quería llegar lo más pronto posible a casa. Decidí montarme en el primer autobús que iba hacia mi destino. Algunas paradas después, un tipo de alrededor de cincuenta años se subió en el bus y casi instintivamente se acercó a mí. Yo iba de pie. Él comenzó a hablarme pero traté de ignorarlo. Se veía mal, olía a licor barato y yo no tenía el más mínimo interés de saber lo que decía.
Poco a poco la insistencia del hombre se intensificó, al punto que se colocó detrás de mí para intentar “dominarme”. Entró el pánico en mí y decidí escuchar lo que estaba hablando. Algunas frases que decía: “Aunque me ignorés te voy a coger, ya sos mía”, “De esta no te escapás”, y la peor: “Ya quiero escuchar tus gritos de dolor mientras te violo”.
Mi cuerpo se congeló. Dejé de funcionar.
Todos lo iban escuchando y nadie hacía nada para detenerlo. Solo miraban y callaban. Silencio y más silencio. Yo tampoco dije nada. No podía moverme. No quería existir. Sentía que quizás el futuro que estaba por delante era el de ser abusada y asesinada. Ser una más de las cifras. Convertirme en un personaje pasajero en la agenda de los medios y al final, ser olvidada.
Lo único que podía hacer era llorar. Y lloré sin importar nada. Alguien que iba sentado interpretó mis lágrimas como un grito de ayuda, me cedió su asiento y empujó al cerdo, que siguió insistiendo por hablarme hasta que se bajó (o lo bajaron) del bus. Yo seguí llorando hasta llegar a mi casa. Yo seguí temblando. Todavía tengo miedo.
Al contar esta historia, muchos me han preguntado: «¿Y es que vos no hiciste nada?», «¿Y cómo andabas vestida?», «¿No crees que es muy noche para que una muchacha ande en la calle?». La respuesta a todo es NO. La víctima no es la culpable.
Nadie está preparado para pasar por una situación en donde tu vida e integridad corren riesgo. No se nos enseña ni en el colegio, ni en la universidad, ni en el trabajo, ni en ningún lado. Hemos normalizado la violencia callejera.
El único culpable de situaciones así son los abusadores. Y la sociedad machista en la que vivimos es abusadora. La sociedad les enseñó a estos enfermos que está bien hacer lo que deseen con los cuerpos de personas que no conocen. La sociedad les ha aprobado su conducta. No se les castiga, no se les hace nada.
Desde que decimos “es que los hombres son así”, les damos el poder a violadores como el de ayer para que se sientan en el derecho de abusar (verbal o físicamente) de los demás.
Muchos preguntan «¿por qué no denuncian en la Policía el acoso callejero?». Pues porque si vas a alguna delegación hay muchas probabilidades de que te digan “si no la ha agredido físicamente, no podemos hacer nada”. La autoridad espera que pase algo grave para actuar. Pero nosotros no podemos tomar esa misma posición totalmente absurda. Nosotros debemos hacer algo.
Me han gritado en la calle, me han perseguido hasta mi casa, me han tratado de tocar. Y ayer, me intentaron violar. ¡Ya no más! Desde usar un spray de pimienta, hasta tomar valor y denunciar públicamente al abusador. Desde enseñar a los niños a no violar, hasta apoyar a alguna chica que esté sufriendo de acoso ante nuestros ojos. Todo influye, todo aporta.
El abuso estará presente hasta que nosotros decidamos hacer algo para cambiarlo.
Creo que uno nunca se acostumbra al acoso callejero. Por más experiencias que vayan pasando, siempre me va asustar que un hombre me grite “¡qué rica estás!” en la calle. Como me asustó la primera vez, cuando tenía nueve años, quizás menos. Y el ciclo se repite y lo seguirá haciendo. Y el miedo sigue y se seguirá sintiendo… hasta que comencemos a gritar.