Cultura
El carnaval poético se toma las calles de la ciudad. Con él, decenas de chicheros, bailarines y actores, que llenaron la tarde de música y color.
El reloj marca las tres de la tarde en el atrio de la iglesia La Merced en Granada, cuando de todas partes, comienzan a llegar personas esperando ansiosas por ver un derroche de arte y cultura. El centro de atención hoy, es el Carnaval Poético. La música de chicheros que empieza a florecer, indica que la hora de partir ha llegado.
Mientras tanto, las miradas se las roba Jenerth Bermúdez que coquetea con los que pasan cerca. Usa un vestido bastante corto color rosa, una peluca desaliñada amarilla y tacones de más de diez centímetros. En su cara tiene sangre falsa, él explica que es parte de su “performance”. “La sangre representa el maltrato que hay hacía las mujeres y grito para que dejen de que ignorar la realidad” comenta, mientras sigue sonriendo hacía los espectadores que no paran de tomarle fotos.
De repente, el encargado de su comparsa le llama para que se una a la alineación con el resto del grupo de bailarines, todos provenientes de San Marcos, Carazo. Jenerth corre hacía donde su equipo y segundos después se escucha un grito lejano que hace silenciar al resto. Es la voz de la poeta Gloria Gabuardi, que enuncia con fuerza: “¡Qué viva la poesía! ¡Qué viva la poesía!». Todos comienzan a avanzar.
Encabezando el desfile, se encuentra un misterioso carruaje negro arrastrado por dos caballos blancos que llevan el cuerpo «sin vida», del odio y la violencia en el mundo. Fueron asesinados por los poetas: sus armas fueron las letras. En los arreglos florales pegados al coche, se pueden leer las leyendas “¡Aquí está Granada!” y “¡Qué viva el amor!
Detrás lo siguen unas dos mil personas, unos solo de espectadores, otros turistas, poetas, periodistas o simples curiosos. Más allá, resaltando sobre la multitud, los agüizotes de Masaya, algunas personificaciones mal hechas de poetas importantes, la Mocuana, El Viejo y La Vieja, y otros monstruos de descendencia extranjera como las brujas medievales y las máscaras de Scary Movie.
Atrás de la caravana, va una pequeña tarima color azul con la cara de Rubén Darío plasmada. Esta, sirve para que los poetas de distintos países declamen sus obras en cada esquina. En la primera, llaman a Yolanda Castaño, una española que decidió leer su poema en gallego. Muchos sin entender le aplauden, «La poesía va más allá de las palabras» expresa la poeta, al finalizar su declamación.
Por el micrófono también se escuchan poemas en inglés, francés, alemán, noruego, entre otras lenguas. No se necesita traducción para que los sentimientos te lleguen, es cuestión del corazón.
Todos los años el carnaval tiene once paradas medidas por esquinas en medio de La Merced y el Lago Cocibolca. En esta ocasión alrededor de cuarenta y cinco poetas lograron leer sus poemas entre espacio a espacio. En cada esquina, más gente se juntaba a acompañar el festejo, y prestaba atención a los versos declamados.
Otros optaban por criticar, como Jacinto de 70 años, que comentaba entre su círculo de amistades con algunas cervezas dentro, que “la poesía nunca es leída, sino improvisada, recién salida del alma, como un buen pan caliente… en sus tiempos era distinto”, manifestó.
De cada canto, cada paso de baile y cada grito de entusiasmo de los artistas, salen más expectadores de todos los rincones de las calles de la Gran Sultana. Ancianos viendo desde la puerta de su casa, unos obreros arriba de una construcción sin terminar tomando vídeos de los bailes, algunos clientes de cafeterías en La Calzada con sonrisas de mejilla a mejilla apreciando del arte que están presenciando, muchos aplauden por la emoción.
De vez en cuando se grita al unitono ¡Queremos paz! ¡Queremos paz! Seguido pasan bailando las comparsas, que vienen de todos los rincones del país. Es una mezcla de culturas sin igual. Cada persona lo hace a su manera, cada uno le agrega un detalle, un color, una chispa.
El ambiente denota alegría. Algunos bailaban graciosamente al ritmo de la música, otros tratan de seguir el paso y torpemente fallan, pero eso no los detiene de sentir el gozo del Festival.
Los poetas que siguen muy de cerca la tarima de declamación, tienen cervezas y cigarrillos en mano, algunos andan panderetas, otros van tomando fotos, para crear una memoria del momento que perdure «para siempre». De lejos se les ve saltando de vez en cuando, siempre con sonrisas en la cara, sintiéndose vivos, seres plenos y libres…
Cuando la caravana llegó al colegio Carlos A. Bravo, centenares de infantes ya los estaban esperando en largas filas que llenan alrededor de dos cuadras rectas. Todos visten el famoso uniforme azul y blanco, en sus manos tienen pequeñas banderas nacional para denotar respeto a la literatura… o eso es lo que les dijo su profesora.
Los agüizotes son los primeros en interactuar con los pequeños. Una de las alumnas grita“¡El diablo, corraan!” muchos se dispersan, tratando de huir de un joven disfrazado de diablo rojo, proveniente del grupo de baile de Masaya, que al ver la oportunidad comienza a perseguir a los más pequeños. Algunos logran escapar, otros son tomados y metidos en los sacos que llevaban, hasta que alguno comienza a a llorar. Los diablos solo bajan a los niños, se ríen y siguen cazando más «almas»
Más al norte, arriba de la tarima, dos estudiantes de sexto grado declaman un poema de agradecimiento a todos los poetas del mundo “¡Gracias a todos los poetas que existan, por enriquecer nuestra imaginación!” Los adultos reían y se llenaban de gozo al ver a la niñez involucrada en la literatura. Arrancan de nuevo al punto final, el entierro simbólico de todo el odio y la violencia del mundo.
El sol baja lentamente, indicando que la noche esta por venir. Llegan al lago que tiene una tarima donde poetas como Antonio Gamoneda, una de los personajes más emblemáticos del festival y el presidente del evento, Francisco de Asís Fernández, “Chichi” que da unas palabras de agradecimiento y avisa que los famosos bailes de todas las comparsas están apunto de iniciar.
En ese momento, vuelve a escena Jenerth Bermúdez, el bailarín disfrazado de mujer. Que se está quejando un poco de sus tacones, pero no lo detienen al bailar. “Es la última forma de destacar, nada puede salir mal”, se repite a sí mismo.
Probablemente cada uno de los participantes artísticos de este carnaval, se dicen lo mismo, ya que sus actos son el sello final de esta ceremonia tan “formalmente informal” y muchos practican todo el año, para este día.
Cae el sol y solo el lago queda de testigo de todo lo que sucedió después. La farra apenas empieza. Los bailarines, poetas, comerciantes, artistas, turistas, curiosos, todos se hacen uno sin entender cómo, sin avisar, solo siendo… existiendo. Su mayor logro, haberse tomado las calles de Granada en nombre del arte. ¡Vale la pena celebrarlo! ¡Qué viva la poesía! grita por una última vez Chichi.