Icono del sitio Revista Niú

Cobarde

 

La quemaste viva. La apuñalaste. Le disparaste. La estrangulaste. La golpeaste hasta dejarla inerte. Hasta matarla. Sí, la mataste. Ahora empezás a repetirlo en tu cabeza, como si no estuvieras consciente, como si todo fuera un delirio. Pero no. La ves a tus pies o entre tus brazos y en ese instante se te abren los ojos y vuelven las luces a tu mente. No es posible. Estabas borracho, drogado o desesperado, fue un momento de rabia, un terrible error, un fatal arrebato, una posesión demoníaca, una orden divina. O un plan meditado, fríamente ejecutado y con un final que creés digno de una trágica historia de amor: matar y huir o matar y morir.

Si has decidido huir, vas a malvivir como un ser errante que nunca conocerá la libertad, ni la paz. O quizá no vas a correr lejos y pronto tus miserables huesos irán a parar a una celda, luego a un juicio y después a la lectura de una sentencia supuestamente justa y que seguro apelarás diciendo que estabas borracho, drogado o desesperado, que fue un momento de rabia, un terrible error, un fatal arrebato, una posesión demoníaca, una orden divina. O no. Tal vez vas a levantar la cabeza y a enumerar tus poderosas razones para matarla. Y vas a esperar que te comprendamos. Claro, ya con eso te habrás librado de culpa porque la habrás asumido como todo un hombre.

Si has decidido morir buscarás la forma más dramática o más rápida de hacerlo. Unas pastillas, una cuerda, un cuchillo, un disparo. Tu cuerpo a la par del suyo. Víctima y victimario cerrando el círculo. Claro, seguro pensás que con tu vida pagarás la suya, que no ibas a poder con tu conciencia sabiendo que la mataste, que así ya estarás limpiando tu crimen o tu pecado, que no ibas a soportar la prisión. Y vas a esperar que nos conmovamos. Que pensemos en el pobre hombre que en un relámpago de locura mató y se mató. Aceptás irte impune, sin explicaciones, ni sufrimiento. Y junto a ella hasta el final. Y te creés valiente por eso.

Pero no. Sea como sea, ya no valés nada. No hay castigo que sea suficiente. No hay infierno donde te traten como te merecés. La mataste, sí. Y a los demás solo nos queda un apestado más en un calabozo o un cadáver más en el cementerio. O peor. Un insignificante humano que creyó ser dueño de una vida, un triste macho con el ego herido, un cobarde más contaminando el mundo.