El fantasma de la apropiación cultural se cierne sobre “Coco”, la nueva película de los estudios Pixar. La acción se desarrolla en México, y sus tradiciones definen la trama. La suspicacia es comprensible. El tío Walt era famoso por ser ultraconservador y racista. El corto “Song of the South” (Jackson & Foster, 1946) es tan ofensivo para la población negra, que se mantiene fuera de circulación comercial. En la década de los 90, Disney se puso a la altura de la sensibilidad cultural moderna, con protagonistas de etnicidad variada. Pero “Aladdin” (Clements & Musker, 1992) y “Pocahontas” (Gabriel & Goldberg, 1995) fueron fenómenos aislados. Más que anunciar un cambio sostenido, eran una oportunidad para congratularse por romper barreras.
“Coco” es la bisabuela del verdadero protagonista, Miguel (Anthony González). En pleno Día de Muertos, los sueños de Miguel chocan con la tradición familiar. Quiere ser cantante, pero oculta su afición porque la música es vista como una maldición, desde que la tatarabuela Imelda fuera abandonada por su esposo, un músico frustrado. Obligada a mantener sola a su pequeña hija, Imelda aprendió a fabricar zapatos y prosperó, creando una legítima dinastía de zapateros. El episodio se reproduce a través de una simple pero hermosa animación en dos dimensiones, materializada en banderines de papel. Los intentos de Miguel por validarse conducen a una agria confrontación, y un hechizo que lo manda a la tierra de los muertos. Ahí, tendrá unas cuantas horas para conseguir la bendición de sus antepasados y volver a la Tierra.
Como ninguna otra película infantil, “Coco” toma la mortalidad como su preocupación principal. La presenta como un fenómeno natural, y no una maldición, o un escarmiento cósmico. Es uno de esos temas que los adultos luchan por mantener fuera del radar de los niños. El uso de las tradiciones facilita su tratamiento. La representación secular del más allá es francamente revolucionaria, apoyada en una conceptualización que imagina el inframundo como una visión exaltada de nuestra realidad. Los muertos, visibles como esqueletos animados, habitan una ciudad fantástica. Inspirados en Ciudad de México, diseñadores y animadores han creado un escenario magnífico. A veces, uno quisiera liberarse del empuje de la trama para perderse por sus calles.
La densidad ofrece múltiples oportunidades de hacer guiños a México y su cultura. José de la Cruz, una imaginaria estrella de la música ranchera y el cine, recuerda a Pedro Infante y Jorge Negrete. Ellos aparecen con él en una fiesta, para librar a los realizadores de cualquier asociación negativa. Antes de quejarse de que es muy obvio una aparición de Frida Khalo, recuerde que la audiencia meta del filme son niños que aún no saben quién es ella. Que de la Cruz sea una estrella de la música ranchera abre el cajón del tesoro de la época de oro del cine mexicano. El techo de la monumental estación migratoria que sirve de entrada y salida a los muertos que visitan a sus parientes vivos, tiene vitrales en el techo como el Gran Hotel Ciudad de México.
Los realizadores sortean el campo minado de la apropiación cultural, reclutando consejeros y mucho talento de origen mexicano. No tengo capacidad para declarar categóricamente si no han incurrido en ningún crimen, pero sí creo que han acertado a la hora de picar la curiosidad del público. Yo mismo salí con ganas de ver más cine mexicano de la era dorada. Algunas referencias son tan rebuscadas, que denotan conocimiento enciclopédico. Vea la cariñosa burla al kitsch del mundo del espectáculo, cuando una directora pone en escena un número musical: “los bailarines saldrán de una papaya gigante…¡en llamas!”
Al final, la decisión de hacer una película anclada en la cultura latina es un buen negocio, tomando en cuenta el tamaño del mercado hispano. Pero “Coco” va más allá del deber, convirtiéndose en un alucinante clásico animado. El actual clima político añade algo de sustancia. No es una casualidad que al entonar una melancólica balada, un hombre pide perdón a su familia por haber migrado en busca de sus sueños. Y nada puede prepararlo para el impacto emocional del desenlace. Ya había hecho mi lista de las mejores películas del año, pero ahora tengo que encontrar lugar para “Coco”.
“Coco”
Dirección: Lee Unkrich, Adrián Molina
Duración: 1 hora, 49 minutos
Clasificación: * * * * (Muy Buena)