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En estos meses, el hemisferio norte del planeta Tierra está más expuesto al Sol, siendo su radiación más intensa. Tenemos que proteger nuestra piel y nuestros ojos de los efectos de dicha radiación.
Desde que llega el verano la mayoría de nosotros ansiamos ir a las playas o a una piscina a refrescarnos y disfrutar del sol. A todos nos gustaría disfrutar de una piel bronceada que nos haga parecer más sanos, sin embargo debemos recordar que el bronceado es la respuesta del organismo al daño producido por los rayos solares, en particular a la radiación ultravioleta.
Controlar los melanomas
Existen dos tipos de rayos ultravioleta que alcanzan la superficie terrestre y que pueden causar alteraciones en nuestro material genético, UVA y UVB. Los rayos UVB originan la mayoría de quemaduras en la piel y los UVA son capaces de penetrar más profundamente en la piel y contribuyen en gran medida al envejecimiento cutáneo.
A pesar de que numerosos estudios han relacionado la exposición a radiación ultravioleta con un mayor riesgo de padecer cáncer de piel, la incidencia del melanoma, el cáncer de piel más agresivo, está aumentando en los países desarrollados, debido en gran medida a motivos estéticos y al tan ansiado bronceado. Si el melanoma se detecta temprano, se puede eliminar mediante cirugía pero, una vez se extiende, es muy resistente a terapias, por lo que la detección temprana es clave.
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Para ello, es recomendable realizar autoexploraciones con el objetivo de conocer bien nuestra piel, identificar si aparecen lesiones nuevas o cambian las ya existentes. En este caso, se puede seguir una sencilla regla, denominada del A, B, C, D, E, para monitorizar nuestros lunares (A=asimetría; B=bordes irregulares; C=color; D=diámetro y una última E= evolución o cambios en cualquiera de estos parámetros). Si este es el caso, debemos acudir al dermatólogo para un diagnóstico adecuado.
Prevención bajo el sol
Pero la mejor estrategia contra el cáncer de piel es la prevención. Esto incluye una serie de medidas como el uso de cremas solares con un factor de protección solar (FPS) adecuado para nuestra piel. Por ejemplo, un FPS de 30 indica que su uso retrasa 30 veces el tiempo que tarda en aparecer una quemadura solar.
Este tiempo depende de cada persona, en particular de su fototipo, que varía entre el I de las pieles más claras hasta el VI de las pieles muy oscuras. Cuanto menor es el fototipo antes se producen las quemaduras. Además, es recomendable elegir cremas solares con protección frente a UVB y UVA, aplicarlas 30 minutos antes de la exposición al sol y de manera abundante y frecuente, en especial después del baño o de haber sudado.
Sin embargo, el objetivo principal de estas medidas fotoprotectoras no debería ser permanecer más tiempo bajo el sol, sino que estemos mejor protegidos cuando así sea. Por lo que la mejor estrategia de prevención es dar preferencia al uso de barreras protectoras físicas como son las camisetas o gorras y evitar exponernos al sol cuando los rayos UV inciden de manera más directa en la superficie terrestre, particularmente en verano y en las horas centrales del día.
“Ver” la radiación ultravioleta
También tenemos que tener en cuenta nuestros ojos.
El sistema visual de los seres humanos es sensible a una parte minúscula del espectro electromagnético. Solo vemos las longitudes de onda entre aproximadamente 380 y 740 nm. Las que se encuentran entre 400 y 380 nm son interpretadas por el sistema visual humano como luz de color violeta y, a las que están por debajo de 380 nm, las denominamos ultravioleta (UV). Las longitudes de onda alrededor de 700 nm son percibidas como luz de color rojo, de manera que a las superiores a 740 las denominamos infrarrojas (IR).
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Aunque nuestro sistema visual no es capaz de detectar la radiación infrarroja, sí lo hacen otros sistemas sensoriales de nuestro organismo. Como es una radiación térmica, alerta a nuestros termorreceptores y, posteriormente, a nuestros receptores de dolor, generando respuestas inmediatas de protección, por ejemplo apartarnos de esa fuente de calor.
Algo muy diferente sucede con la radiación ultravioleta, que no es detectada por ningún sistema sensorial humano y no evoca esa respuesta refleja, a pesar de que es dañina a corto y largo plazo para los tejidos expuestos. Por eso es importante aprender a protegernos de ella, especialmente en las situaciones en las que es más intensa, como sucede en verano. En estos meses, el hemisferio norte del planeta Tierra está más expuesto al Sol, siendo su radiación más intensa, tanto la parte visible del espectro como otras longitudes de onda del espectro electromagnético, incluyendo IR y UV.
Las gafas de sol
La mayoría de los rayos UV son filtrados por la córnea, la cúpula transparente en la parte anterior de nuestro ojo. Cuando se sobreexpone el ojo a radiación UV muy intensa, provoca daños de manera aguda en su superficie (el epitelio corneal), apareciendo en pocas horas una inflamación de la córnea (queratitis actínica) tremendamente dolorosa que, afortunadamente, remite en 1-2 días, al tener nuestro epitelio corneal una enorme capacidad de regeneración. Es una afección muy frecuente tras pasar el día en una playa de arena blanca o, en invierno, en un lugar nevado, estando nublado. Pensamos que no es necesario ponernos gafas de sol y, sin darnos cuenta, permitimos que los rayos UV que se reflejan en la superficie de la playa o en la nieve nos lesionen la superficie ocular.
¡Cuidado! Aunque en un día nublado haya una disminución de la intensidad lumínica visible, no necesariamente ha disminuido la intensidad del UV.
La exposición repetida a intensidades bajas o moderadas de radiación UV también es nociva para nuestro ojo, ya que los UV causan daños acumulativos que acaban provocando el “suicidio” de las células (apoptosis), apareciendo a largo plazo problemas en los tejidos del ojo con poca (o nula) capacidad de regeneración. Los rayos UV que consiguen atravesar la córnea son filtrados casi totalmente por el cristalino, cuyas células van lesionándose poco a poco y se pierde la trasparencia, patología que conocemos como catarata. Una parte pequeña de rayos UV consigue llegar a la retina, causando daño acumulativo en sus células, que carecen de capacidad de regeneración y se dañan a largo plazo.
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Debemos aprender cuanto antes que la manera de proteger nuestro sistema visual de los efectos dañinos de la radiación ultravioleta es usar unas gafas que filtren de manera eficaz esa parte del espectro electromagnético. Como no tenemos un sistema propio para valorar si efectivamente los UV se están filtrando, debemos adquirir esas gafas siempre de un proveedor de absoluta confianza, que nos garantice el rango específico de longitudes de onda que van a ser filtradas.
*Este artículo es republicado de The Conversation bajo licencia Creative Commons. Leer el artículo original. Berta López Sánchez-Laorden, Científico Titular, Instituto de Neurociencias (CSIC – UMH) and Juana Gallar Martínez, Catedrática de Fisiología en el Instituto de Neurociencias, Universidad Miguel Hernández