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Contra la obsesión por la “unidad”

Una vez más. Se ha vuelto un leitmotiv. “Divisionistas”. “Le hacen el juego a Ortega”. “No destruyan la unidad”. “Debemos confiar”. “Vos no estás informado”. “Vos solo criticás; no tenés idea de cómo resolver el problema”.

Claro, el meme a que se refieren es intencionalmente subversivo (¿vandálico?): “a los políticos del diálogo no les conviene que suelten a los presos políticos”. Más adelante lo explicaré. Y por supuesto que se puede estar a favor o en contra.

Más preocupa el leitmotiv en sí, el mantra, la consigna, bastante común entre quienes se han involucrado, o son partidarios entusiastas, en el diálogo con la dictadura: gente de la Alianza, gente del MRS, otra gente, y otras siglas.

Se trata de un grupo de nicaragüenses que son—es caprichoso el azar–protagonistas del momento en el choque de la sociedad con la dictadura orteguista, por lo que uno desearía que su orientación democrática fuera inmaculada. Pero, ay, no lo es: siempre que alguien los critica responden, no con un argumento serio, sobrio y sereno (aunque apasionado se vale, ya que no somos muy flemáticos por naturaleza) sino con acusaciones o insinuaciones de “divisionismo”.

Grave problema. Porque la obsesión de un demócrata no es nunca la “unidad”. El pavor de un demócrata no es la “división”. El estorbo de un demócrata no es la crítica. Por el contrario, la obsesión de un demócrata es la libertad. El valor de un demócrata es la diversidad. El camino de un demócrata es la crítica.

¿Cómo van a servir a la causa de la democracia, cómo van a construirla, si quieren que nos juntemos todos en un fascio de varillas endebles atadas para ser “fuertes”? Traigo a colación esa imagen para ilustrar que la “unidad” no es obsesión de demócratas, sino de autoritarios. Debemos tener mucho cuidado con esa tentación, sin duda profunda en nosotros, un hábito mental que nos hace rechazar lo diferente, excluir al diferente, temer la mera posibilidad de la diferencia.

En segundo lugar, un demócrata no subestima a sus compatriotas, no les lanza un reto arrogante y condescendiente; un “qué sabés vos de estas cosas”. Un demócrata, si lo es, lidera escuchando, guía aprendiendo, enseña demostrando. Un demócrata oye, aunque lo que digamos quienes no estamos en los salones sea, a su juicio, producto de nuestro insuficiente acceso a la información, o hasta de nuestro pobre intelecto.

Desafortunadamente, no es este el comportamiento de la Alianza, y por eso la gente sospecha, critica amargamente, ¡a lo mejor hasta equivocadamente! Pero si hay error o desmesura en los comentarios adversos que la Alianza recibe cada vez con más frecuencia, es una tempestad que la Alianza misma ha sembrado. La Alianza no empezó desprestigiada, en su inicio fue vista como representante de la voluntad general de cambio democrático. Si ya no es vista de tal manera, no es porque los ciudadanos se hayan despertado un día encaprichados a despreciar lo que antes ensalzaron.

Que no se engañen los políticos de la Alianza. Sobre todo, que no traten de engañarnos. Nadie sabe cómo va a transcurrir el resto de este drama horrible, y a lo mejor la historia oficial la escribirán los que triunfen, y los miembros y voceros de la Alianza estén entre ellos. Pero si su triunfo es un pacto que no da al traste con el sistema dictatorial, que abre la puerta a la impunidad y tranca el camino hacia una auténtica democracia, habrá muchos testigos, será difícil mentir y dejar la mentira grabada como verdad en la memoria de la nación.

Vuelvo ahora al meme

La idea de que “a los políticos del diálogo no les conviene que suelten a los presos políticos” no es ni impensada ni impensable. La “mesa” está dominada por políticos, muchos de ellos de vieja data. Más de la mitad son representantes del FSLN. El resto claramente persigue una agenda que anteriormente llamaron “aterrizaje suave” (ya no usan esta expresión, quizás porque la pista de aterrizaje se ha deteriorado tanto…). Es decir, una agenda muy conservadora, a la medida de “los señores banqueros”, para usar la expresión de Monseñor Mata, en la que se ha dado prioridad a una “salida” de la crisis en que ambas partes “se entiendan”.

Los presos políticos–y no lo digo yo, lo dicen ellos, de palabra y con sus actos–no quieren tal “entendimiento” con el verdugo. Han querido y quieren que el pueblo nicaragüense encuentre la forma de proseguir la lucha cívica a través de desobediencia civil, desobediencia fiscal, presiones internacionales, sanciones, etc., y si hay negociaciones, que sea para acordar los términos del fin de la dictadura, sin abandonar la esencial justicia. Los empresarios, cuyo control de la Alianza es más que evidente, se niegan a esto. El quid de la cuestión es que a ellos les sería muy difícil manejar el proceso político a su antojo si los líderes auténticos de la rebelión [¡pregúntenle a la gente en quién cree más, si en los presos políticos o en el Cosep-Alianza!] estuvieran en capacidad de movilizar y movilizarse.

¿Y qué hace la Alianza para liberarlos, y hacer respetar el derecho a la protesta cívica? Nada. Si en realidad creen, como dicen, que “Ortega negocia porque está acorralado”, pues oblíguenlo a soltar a los secuestrados y a permitir que la gente se exprese libremente. En lugar de intentarlo, van dóciles a una negociación en condiciones vergonzosas. Pasan cinco días discutiendo cómo discutir, se ponen fácilmente de acuerdo con la dictadura en censurar las informaciones sobre un diálogo “nacional” –la nación no debe saber lo que discuten, a menos que los padres de la patria decidan—y luego anuncian que se reunirán de 10 AM a 4 PM, lunes a viernes, durante los próximos 20 días, y ¡ya! fin de la crisis. ¿Tan fácil es hacer que Ortega deje el poder, que renuncie a gobernar desde abajo, y que se someta a la justicia? Porque si el 28 de marzo anuncian un resultado que no incluya las tres, el plato servido no tendrá otro nombre que “pacto”. Y ese sería su estigma, de por vida.