El acné es la clásica pesadilla de la adolescencia. Por suerte, la mayoría supera esa etapa con éxito. Yo pensaba que era de esas afortunadas, hasta el año pasado, cuando tuve la PEOR crisis de acné de toda mi vida.
Desde entonces, me he dedicado en cuerpo y alma a encontrar una solución, o al menos una explicación. Me alegra reportar que luego de un año entero y de probar miles de productos y tratamientos, finalmente he superado lo peor y he vuelto casi a la normalidad.
Como sé que no estoy sola en esta guerra, quise compartirte un poco acerca de mi historia y lo que he descubierto a lo largo de todo este proceso.
No hay un solo culpable
Lo primero que tenés que saber es que no hay una sola causa para el acné. No son los chocolates, ni el estrés, ni tu rutina de limpieza, ni tus hormonas. ¡Es todo junto! Digamos que es una combinación de varios factores que van creando una reacción en cadena.
Las hormonas
Todos los doctores a los que acudí me diagnosticaron un desorden hormonal. Lo que ninguno me supo decir es el por qué de ese desbalance y se saltaban a recetarme pastillas anticonceptivas para “controlarlo”.
Mi problema con eso es que no me gusta hacer cosas sin entender el por qué. Tampoco me sentía del todo cómoda con meterme hormonas así como así. En general, odio tomar pastillas porque me dan la sensación de estar envenenando mi cuerpo. Así que desistí. En su lugar, me dediqué a buscar la razón del famoso desorden.
La tormenta perfecta
Analizando un poco cómo era mi vida durante la crisis encontré cosas muy importantes. Estaba comiendo pésimo, me desvelaba mucho y me ejercitaba muy poco. Por otro lado, tenía mucha ansiedad acerca de mi futuro y me tocó confrontar muchas situaciones incómodas al mismo tiempo.
Resulta que todas estas cosas se combinaron en una tormenta perfecta de muchas hormonas que no solo me causaban el acné, sino también alteraciones en el ciclo menstrual, ovarios poliquísticos, sobrepeso… en fin, un cóctel.
Así que como el problema era una combinación de muchos factores, era necesario atacarlo por todos los frentes.
La dieta y el ejercicio
Esta parte fue quizás la más difícil para mí. Por suerte, tenía a mi mejor aliada en mi propia casa. Resulta que mi mamá se dedica precisamente a tratar problemas de sobrepeso. Con ella aprendí que no solo se trata de las calorías, sino en la química del cuerpo y de cómo todo tu sistema responde a los diferentes tipos de alimentos.
También aprendí que el ejercicio no solo es necesario para bajar de peso, sino que es clave para controlar el ambiente hormonal. No quiero entrar en tantos detalles porque sino este post no acabaría nunca pero te dejo por acá el enlace a su página por si te interesa el tema.
La ansiedad
El otro tema importante con el que tuve que lidiar fue conmigo misma. Me tocó indagar hasta lo más profundo de mis emociones y recuerdos para tratar de encontrar el por qué me sentía tan angustiada todo el tiempo.
Cuando finalmente lo encontré, me tocó todavía más duro. Tenía que sacarlo, lo cual siempre ha sido súper incómodo para mí. Lo bueno es que con la práctica y luego de un tiempo comencé a sentirme mucho más tranquila.
Pequeños grandes avances
Un par de meses luego de comenzar con la dieta, el ejercicio y de trabajar en mi ansiedad empecé a ver resultados. No cambié radicalmente, pero podía sentir como el dolor y la inflamación iban disminuyendo. Ya no me daban ganas de llorar con solo verme al espejo. Las manchas seguían ahí, pero los brotes ya no eran diarios.
La siguiente etapa
El siguiente paso fue revisar mi rutina y los productos que estaba usando. Comencé a ser mucho más estricta con la limpieza. Reduje la cantidad de productos como al 50 por ciento y dejé de usar maquillaje todo el tiempo.
Aparte de eso, me tomé una semana de vacaciones y me dediqué única y exclusivamente a hacer cosas que me alimentan el alma.
Para octubre ya estaba significativamente mejor. Los brotes que antes aparecían por toda mi cara, ahora se limitaban al área de mi barbilla, lo cual era mucho más manejable. Así que de regalo de cumpleaños decidí ponerme en manos de una profesional.
El paso final
Con ayuda de una cosmiatra, comencé una terapia semanal de limpiezas y tratamientos con luz magenta. Con ella, aprendí la importancia y la forma correcta de extraer las impurezas. Aparte, la luz magenta me ayudó muchísimo a tratar la inflamación, las manchas y a controlar la frecuencia de los brotes. Realmente fue una inversión que valió mucho la pena.
La lucha sigue
Un año después de haber comenzado esta guerra, la lucha sigue. Mi piel no es ni por cerca perfecta pero he aprendido a hacer las paces con eso. Ahora siento que me conozco mucho mejor y puedo anticiparme a los nuevos brotes y controlarlos mucho más rápido.
También he aprendido a valorar los días en que todo está bajo control. Aprovecho para tomarme muchas MUCHAS fotos porque sé que no durará para siempre. He aprendido que los días malos tampoco duran para siempre, así que me estreso menos al respecto.
Creo que lo más importante es que ahora entiendo cómo funciona mi cuerpo y tengo las herramientas para “ordenar la casa” cuando siento que me estoy saliendo de control.
Hay luz al final del túnel
Así que si vos ahorita estás pasando por una crisis como la mía, no te desesperés. Dejame un comentario y contame lo que has probado, lo que te ha servido y lo que no. Quiero dedicar más posts a este tema para compartirte todo lo que he aprendido y sigo aprendiendo al respecto.
Yo sé lo doloroso y vergonzoso que puede llegar a ser el acné. Sé lo horrible que es sentir dolor con solo lavarte la cara; pero te prometo que con esfuerzo y paciencia, vas a salir de eso.
Y por si no me creés…
Por aquí algunas fotos de mi “antes”, durante las distintas etapas de mi crisis. Solo para que veas que no estaba exagerando.
¡Ánimo y hasta la próxima semana!
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