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Crónica de la muerte de «Marcelo Tiradora» contada en un hilo de Twitter
El cuerpo de Marcelo Mayorga quedó en medio de una calle de Masaya. Él solamente tenía una tiradora en su mano. Cortesía | Niú

Un amigo de Marcelo Mayorga, quien pasó a ser recordado como "Marcelo Tiradora", narra a un año de su muerte los últimos momentos que vivieron juntos antes de que lo asesinaran en Masaya.

     

**Marcelo Mayorga fue asesinado durante la operación limpieza que efectuó la Policía Nacional el 19 de junio de 2018 en Masaya en la que pretendían rescatar al comisionado Ramón Avellán, quien tenía semanas acuartelado en la estación de Policía. Mayorga fue inmortalizado con el mote de «Marcelo Tiradora» porque el día que murió solamente tenía una tiradora en su mano, frente a las armas de sus asesinos. Uno de sus amigos de lucha narró en Twitter cuáles fueron las últimas palabras que le oyó decir. A continuación reproducimos la historia** 

Hace un año hablé con Marcelo (Mayorga). Jamás imaginé que era la última vez que lo iba a ver con vida. Eran como las once de la noche de un 18 de junio. Había llovido en la tarde y la noche estaba húmeda. Había unos cuantos charcos en las calles, por los huecos que quedaban después de levantar barricadas.

Llegó la doñita de la esquina, con un balde de café y unas bolsas de picos para compartir con las más de treinta personas que resguardábamos el tranque. Después de andar por casi todas las barricadas en el norte de Masaya, yo había regresado a mi zona, la cual no mencionaré por seguridad.

Se decía que Nindirí se había vendido para dejar pasar a la guardia. Y que el ataque (a Masaya) era inminente. Dentro de la zona de las barricadas, estábamos en distintos grupos, bromeábamos y chiliábamos, mientras nos tomábamos café. Habíamos convocado una pequeña reunión con representantes de distintos barrios para planear y hablar sobre la situación. Iba a ser otra noche en vela.

Vimos cruzar una moto entre las barricadas. Y alguien dijo: “Debe de ser Marcelo”. Él llegaba donde nosotros con bastante frecuencia, y en efecto, era él. Se bajó y se unió a la charla diciendo: “No jodas loco, a ustedes los atienden bien. Solo viven hartándose”.

Nosotros seguimos con las bromas, mientras esperábamos a las demás personas. Estuvimos hablando, planeando estrategias por bastante tiempo hasta que llegamos a acuerdos y terminó la reunión. Marcelo antes de irse dijo: “Primero nos matan, pero a ese hijueputa (el comisionado Avellán) de aquí no lo sacan”. Después encendió la moto y se fue. Esas fueron las últimas palabras que oí salir de su boca.

A Marcelo también le decían “Cailagua”. Era muy popular en Masaya. Creía fervientemente en San Jerónimo «Tata Chombo» y pertenecía al grupo de peañeros que cargaban al santo.

La muerte de «Marcelo Tiradora»

Amanecíamos con la incertidumbre de lo que iba a pasar. Eran las cinco de la mañana del 19 de Junio. Yo me fui a descansar un par de horas, porque habíamos pasado en vela toda la noche. Recuerdo que el celular sonó mientras me bañaba, no revisé las llamadas perdidas y me acosté. En esos días me costaba conciliar el sueño y cuando lo lograba hacer, todo era pesadillas. Ese día no fue la excepción.

Salté de la cama de un brinco por el sonido de una ráfaga de balas cercanas a mi cama. De inmediato supe que se trataba de una ametralladora tipo PKM, de grado militar. Tomé el teléfono y empecé a revisar mensajes y llamadas. Eran las siete de la mañana y tenía alrededor de cincuenta llamadas perdidas y cientos de mensajes de Whatsapp.

En todos los mensajes me decían que cerca de mil efectivos, entre: policías, antimotines y paramilitares, amenazaban con entrar a Masaya a cualquier costo para rescatar al comisionado Avellán y a los otros policías, que llevaban más de dos semanas acuartelados.

Eran camionetas tras camionetas, las que habían logrado desalojar y atravesar el tranque que empezaba desde el kilómetro 14 carretera de Masaya a Managua.

Se libraron cruentos enfrentamientos desiguales en las principales calles de Masaya. Todos los barrios del norte de la ciudad, se unieron para impedir el acceso de la guardia (Policía Nacional), pero fue imposible. Ellos estaban totalmente armados y nosotros solo teníamos armas caseras como morteros, tiradoras, piedras, chibolas, bombas de contacto, pero sobretodo muchos huevos y ovarios.

Y a pesar de eso, les tomó aproximadamente nueve horas, poder recorrer doce cuadras, qué hay desde la entrada a la ciudad hasta la estación de Policía.

Mientras los barrios aledaños a las calles centrales de la ciudad resistían, los otros barrios trancaban con más fuerza la entrada a la ciudad por la barranca. Un grupo de treinta chavalos se ocultó detrás de las paredes del cementerio de San Carlos, con bombas en mano. Repelieron unas 15 camionetas de efectivos (Policías), quiénes se regresaron y no pudieron entrar a la ciudad por ese sector.

El resto de barrios se sumaban cada vez más. Las lluvias de las balas, el humo, las carreras, los gritos desesperados, hicieron de Masaya una película de terror.

Era medio día y las ráfagas no cesaban. A unos cinco metros de mí, allá por la casa de leña, le dieron un tiro a un amigo. Ha como pudimos corrimos a socorrerlo, nos metimos a los barrios que conectan por el UTR y salimos por otro lado, para llevar a atenderlo. En todo ese trayecto vi a mi amigo desangrarse.

Tenía la adrenalina al cien y una preocupación agobiante, sumada al cansancio y el hambre. Uno de los chavalos me gritó: “Lobo, pegaron a Marcelo”. No le hice caso y seguimos corriendo con el herido a cuestas.

Llegamos al puesto médico y supimos que mi amigo tenía un tiro con orificio de entrada y salida, la bala le había atravesado el brazo y le había golpeado el costado. “Nada grave”, dijo la muchacha enfermera que lo atendió y yo después de un suspiro, le solté una sonrisa y me senté a beber agua.

Saqué mi celular y uno de los chavalos me lo quitó. Aún recuerdo su cara de angustia y sus ojos llorosos. Me abrazó y me dijo: “loco, pegaron a Marcelo”. El tipo se soltó en llanto. Vi esta imagen de mi hermano tirado en la calle y se los juro que no pude más.

Se me creó un nudo en la garganta inmenso, pero las lágrimas no me salían. No sé si es por querer ser fuerte o porque mi reacción fue esa. A los minutos de darme cuenta, me llegó el video donde arrastran a Marcelo para que puedan pasar las camionetas.

Después de esas imágenes, el corazón se me llenó de tanta ira y actué impulsivamente. Estaba a unas ocho cuadras de donde había caído Marcelo y empecé a correr y correr en dirección a Marcelo, en medio de las balas. Seis de mis amigos, me siguieron gritándome que me detuviera, que me iban a matar, pero yo no escuchaba nada. Uno de ellos se me lanzó encima y caímos al suelo. Trataron de calmarme, pero no podía borrar de la mente las imágenes de cómo arrastraban a Marcelo.

Uno de los chavalos llegó con una sábana blanca e hicimos una bandera en señal de paz, para poder ir a recuperar el cuerpo de nuestro hermano. Cuando íbamos por la escuela Simón Bolívar, desde la Iglesia y el parque San Jerónimo, nos empezaron a disparar. Nosotros nos tiramos detrás de aceras y paredes, pero siempre en la calle, pero por más que sacábamos la bandera, ellos no dejaban de disparar. No podíamos salir de ahí. Todo el parque san Jerónimo estaba tomado por la guardia (Policía).

Estábamos acorralados, cuando de pronto se apareció un grupo de chavalos que jamás volví a ver, y a punta de morteros, nos cubrieron la salida, mientras nos gritaban: “Salgan hijueputas, ustedes están locos, que están haciendo hasta aquí, los van a matar”. Logramos salir de esa calle y en eso miré otro video de Marcelo.

Marcelo, hermano, Dios sabe lo mucho que intentamos ayudar a tu mamá y a tu esposa a levantar tu cuerpo. Pero a punta de balas, no nos dejaron llegar y te pido perdón por ello. Los gritos de ellas aún me desgarran.

Con un tiro en la sien, apagaron tu vida, tus sueños, tus metas, destrozaron la vida de tu mamá, tu esposa, tus hijos, tus amigos. Necesitaron un ejército para vencerte a vos, armado solo con una tiradora, pero con aquella convicción enorme y aquella sed de justicia.