El ocho de marzo llegué a Madrid después de una actividad en Galicia en la que denunciábamos al régimen de Daniel Ortega. Al llegar al aeropuerto vi que mucha gente llevaba puesta mascarillas. Las noticias sobre el coronavirus asustaban, daban ganas de salir corriendo. Ese día hablé con un sobrino de siete años, quien me decía que me fuera de la capital, porque el número de contagios iba en aumento.
Por primera vez, registré el miedo en mi cuerpo, pero al día siguiente, fue peor. Cuando fui al supermercado lo que vi, me recordó el caos que viví en Managua en 2018. La gente compraba desesperada o se enfrascaba en discusiones acaloradas por papel higiénico, no me lo podía creer, otra vez respiraba caos y miedo.
Entramos a cuarentena voluntaria, días antes de que lo ordenara el presidente de este país. Mi jefe, un hombre sensato que sabía que el covid-19 era grave, nos ordenó que nos quedáramos trabajando desde casa – teletrabajo -. No salía del apartamento y, cuando lo hacía, trataba de no tocar nada, (mis experiencias en los buses de Nicaragua me ayudaron a surfear el metro de Madrid). Me lavaba las manos a cada rato y guardaba la distancia recomendada con otras personas.
Vuelven temores de 2018
Estar confinada me ha despertado fantasmas de 2018, no tengo tanto temor al virus, pero sí me da horror la idea de encontrarme con la policía en la calle. Es como si estuviera en Nicaragua huyendo de la policía que nos buscaba por ¨financiar al terrorismo¨. He tenido que salir a la calle desde que estoy confinada por recomendación de mi terapeuta. Leo comentarios de personas que están aburridas o cansadas del encierro, pero para mí será duro volver a la calle. Estoy convencida que me tocará enfrentar y superar ese temor como otros por los que he transitado.
Reconozco que como nicaragüense en otro país he tenido mucha suerte. Estoy un equipo de trabajo que prioriza la vida, una red que me acuerpa, amigas que están ahí, una familia que me adopta como una más, comparte conmigo desde su techo hasta la calidez de su cariño y esto último, en este frío, lo valoro mucho. Lejos de sentirme privilegiada creo que acá tengo lo que toda persona merece, derechos básicos como techo, trabajo, comida y atención sanitaria, aunque no todos están al alcance de muchos.
Mi preocupación sigue siendo Nicaragua, país que no termina de procesar los crímenes del gobierno en 2018, y ahora se enfrenta a la perversión disfrazada de normalidad. Confío en que mi pueblo resistirá como ancestralmente lo ha sabido hacer y que la solidaridad que afloró en abril de 2018, resurja en este abril 2020.
*Este texto es parte de la serie CróNicas, publicada en la Revista Niú, a partir de este 16 de marzo, sobre las experiencias y reflexiones de cómo los nicaragüenses en España viven las medidas de confinamiento tomadas por el Gobierno español. Desde finales de marzo también publicamos crónicas de nicas en cuarentena en Estados Unidos. Te invitamos leer más testimonios en este enlace.