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A veces la vida nos obliga a evolucionar no en términos biológicos, sino en el más humano de los sentidos: el emocional.
Quién me iba a decir hace una semana que me haría ilusión escuchar a mis vecinos desde sus ventanas. En un país donde reina la prisa no da tiempo para intimar con los vecinos más allá de los del bloque y con los que nuestros hijos comparten colegio. En una sociedad globalizada nuestros amigos están repartidos por la ciudad, por el país, por el mundo.
Ahora me veo obligada a compartir cita con los grandes desconocidos, los vecinos de mi calle. A las 8 de la noche siempre puntual el vecino del bloque de enfrente pone la música a todo volumen, empieza “Resistiré” del Dúo Dinámico, se escuchan los aplausos y silbidos por toda la calle a la vez que retumban los de las calles adyacentes. Es el homenaje a los sanitarios que enfrentan al temido virus en primera línea de batalla y a los que salen cada día a trabajar para que el país siga funcionando.
Lo nuevo se volvió cotidiano, con una buena rutina todo se hace más ligero. Ya lo dice el dicho popular: “No hay mal que por bien no venga”.
Nos adaptamos. A veces la vida nos obliga a evolucionar no en términos biológicos, sino en el más humano de los sentidos: el emocional.
*Este texto es parte de la serie CróNicas, publicada en la Revista Niú, a partir de este 16 de marzo, sobre las experiencias y reflexiones de cómo los nicaragüenses en España viven las medidas de confinamiento tomadas por el Gobierno español. Te invitamos leer más testimonios en este enlace.
