Cinco meses antes de morir Lucero Montoya le dijo a su madre que tenía miedo de ser asesinada. Presentía que si quedaba a solas con su esposo, Norlan Maltéz, él la mataría. La madrugada del 30 de abril del 2017, Norlan la apuñaló once veces afuera de su casa, en el barrio La Fuente.
El de Lucero fue el femicidio número 16 que se registró en Nicaragua en este año. Después del crimen, Norlan fue linchado hasta la muerte por vecinos y familiares de Lucero.
El amanecer del primero de mayo dejó a tres niños sin sus padres. Esta es la reconstrucción, a través de entrevistas con familiares, amigos, compañeros de trabajo y vecinos, de la vida de esta pareja y la noche de su muerte. Algunos de los testigos pidieron el anonimato.
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Cuando Lucero nació el 27 de septiembre de 1994, Norlan tenía nueve años.
A él, su papá lo abandonó desde antes de nacer y tres años después, su mamá conoció a otra pareja y se fue dejando a su hijo al cuidado de su abuela Aurora Rodríguez.
«Norlan era mi mano derecha. Le gustaba acompañarme a la iglesia y hasta fue monaguillo como por ocho años. Eso era lo de él. Era tranquilo y me ayudaba muchísimo porque entendía que estaba anciana y hay cosas que me cuestan hacer», recuerda Aurora.
Lucero creció con sus padres en el barrio La Fuente. La joven pertenecía a la comunidad católica del Camino Neocatecumenal, donde sus papás, María Lidia Velásquez y Marvin Montoya, eran responsables. Ella era una de las estudiantes más destacadas de su clase, según su profesor de primaria, Walter Arcia.
“(Lucero) era una chavala talentosa y brillante. Salía excelente en clases y siempre estaba atenta y alegre”, cuenta.
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Cuando Norlan y Lucero se conocieron, él tenía 24 años y ella 15. Lucero estaba en cuarto año de secundaria y él en segundo de la universidad.
Después de clases, Norlan ayudaba en los controles de la radio católica Estrella de Mar, donde ella participaba en un programa llamado «Jesús quiere sanarte». Mantuvieron un noviazgo hasta 2011 y se casaron cuando ella se bachilleró.
Según la madre de Lucero, la joven estaba «emberrinchada» con casarse.
«Obviamente nos opusimos a ese matrimonio porque ella apenas tenía 15 (años) y yo le insistí terriblemente que esa no era edad para casarse, pero estaba ciega. Un día llegó y me dijo `Mamá, ¿hasta qué edad me tengo que casar?´ y le dije que hasta que estuviera dispuesta a amar hasta morir sin recibir nada cambio y ella tomó la decisión. Aunque estábamos negándonos, ellos siguieron con sus preparativos y no podíamos hacer nada. Se podía hasta escapar. Se casó de 16 y se fue a vivir unos meses a la casa de él, luego regresó porque había salido embarazada«, cuenta María Lidia.
Lucero conoció a la familia de Norlan pocos meses antes del matrimonio.
«No estaba de acuerdo con eso. Él nunca me la presentó, hasta un día que llegó con toda su familia para avisarme que se iban a casar. No se conocían bien, no era el momento. Ella estaba muy joven. Pero ambos me dijeron que ya estaban decididos», recuerda Aurora Rodríguez.
El primer hijo de la pareja nació en 2012. Norlan siguió trabajando en la radio y Lucero comenzó a dar clases de baile en algunos colegios cercanos a su casa. María Lidia asegura que en ese mismo año fue que su yerno agredió por primera vez a la joven.
«Una mañana Norlan la golpeó en la cara y ella llegó gritando a mi cuarto. Cuando le reclamé se fue de la casa y regresó en la noche pidiendo disculpas. Le creímos porque parecía verdaderamente arrepentido. Yo después le mandé un correo aconsejándolo y sentenciándolo», cuenta la madre de Lucero.
Una prima de Norlan, que pidió permanecer en el anonimato, confiesa que es difícil creer que él era violento pues su personalidad no lo sugería. Y es que todos lo describen como una persona “reservada, apartada y tímida”.
Su suegra no recuerda momentos en los que él se alterara con otros.
“Él era así solo con Lucero, con nosotros era respetuoso. Dos veces me gritó. Las dos veces fue porque la defendí a ella. Yo solo sabía lo que me contaba y eran cosas terribles. Solo ella podría decirle realmente lo que vivió en sus últimos años”, lamenta.
Según María Lidia “las cosas empeoraron a partir del segundo embarazo”. En 2013 Lucero y Norlan tuvieron gemelos. El dinero (un ingreso de ocho mil córdobas mensuales entre los dos) no les daba para mantener a una familia de cinco. Lucero decidió estudiar Belleza y encontró trabajo como estilista especializada en uñas en el salón Uñas Bellas, además de hacer trabajos adicionales en sus horas libres.
“A él (Norlan) no le gustaba que ella pasara tanto tiempo fuera de casa. Quería que renunciara pero no le daba apoyo, no ganaba suficiente para sostener la familia. Entonces como ella trataba de ser independiente a él no le gustaba y la torturaba verbal, física y económicamente”, cuenta la madre de Lucero.
«En realidad yo no quiero hablar de ella, solo sé que la adoraba. A ella y a sus hijos», afirma Aurora Rodríguez, abuela de Norlan.
Según María Lidia y algunos vecinos de la pareja, durante todo el matrimonio hubo múltiples agresiones, algunas reportadas a la Policía, pero ninguna trascendió a una demanda concreta.
Lucero lo describía ante sus amistades como “un hombre celoso y posesivo”. La madre de la joven recuerda que él le manejaba el celular y el dinero que ganaba y cuando ella se negaba, la acusaba de ser infiel y se ponía agresivo.
En «Uñas Bellas», empresa donde trabajó por dos años, la describen como «alegre, trabajadora y muy eficiente». Una de sus compañeras de trabajo que pidió no ser identificada comenta:
–Lucero era una chavala que nunca se metía con nadie. Era muy profesional. A veces era extraño verla apagada.
— ¿Apagada?
–Sí, triste. Quién sabe, pues. No te sabría decir. Pero ella nunca dejó de atender a alguien por esas razones. Era de las personas que si un cliente llegaba tarde, ella lo atendía alegre. Amaba su trabajo.
La noche de su asesinato, Lucero recibió a su última clienta a las 10 de la noche.
Walter Arcia, profesor y vecino de la estilista, recuerda que en los meses antes de la separación de la pareja, ella tenía prohibido hablar con “la gente de la calle”. “Ella me saludaba alegremente porque nos estimábamos, pero de repente pasaba y ni me volteaba a ver, pero yo comprendía sus motivos”, afirma.
A principios de 2016, María Lidia encontró a su hija desmayada en la cama y a Norlan a su lado. Él le explicó que ella se había debilitado de repente y se desvaneció. Días después, Lucero le contó a su madre que se había desmayado porque Norlan la asfixió por negarse a tener sexo con él.
En diciembre de ese mismo año decidieron separarse. Norlan fue echado de la casa porque golpeó a Lucero hasta reventarle los pómulos y las orejas. Hecho que nunca fue reportado a la Policía.
María Lidia habló con su hija para que regresara con él. Ella le respondió: “Yo no puedo estar en una habitación con Norlan y no sentirme con miedo. ¿Qué querés? ¿Encontrarme una mañana muerta?”, desde entonces no volvió a insistir.
Daniel Gaitán, compañero de trabajo de Norlan en Radio Estrella de Mar, comenta que entre marzo y abril de 2016, Norlan había cambiado totalmente de actitud. “Generalmente él andaba sonriendo, reservado pero alegre. Pero para marzo se volvió aún más callado y se le veía muy triste, depresivo”, confiesa.
A partir de la ruptura comenzaron las peleas por la pensión alimenticia de sus tres hijos. Norlan, según sus colillas del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social, INSS, ganaba 6,000 córdobas netos. De esos, 3,000, eran para sus hijos. Los familiares de Norlan subrayan que él era muy cumplido con sus responsabilidades paternas y que Lucero lo “acosaba” innecesariamente. En la entrevista con Niú Aurora Rodríguez, abuela del joven, relata la interacción de la pareja después del divorcio:
–Lo corrieron de la casa porque supuestamente lo acusaron de violento, celoso y agresivo. Pero yo me pregunto, si él tenía todos esos problemas ¿para qué lo llamaban constantemente? Por qué si ella decía que estaban separados, ¿para qué lo llamaban?
¿Usted fue testigo de esas llamadas?
–¡Claro!
–¿Cómo eran las llamadas? ¿Qué le contestaba él?
-Yo no escuchaba las llamadas, él me contaba.
–¿Qué le contaba?
Que (Lucero) lo llamaba frecuentemente para todo. Que porque uno de los niños estaba enfermo; que porque ella se iba para el trabajo; que porque los niños quedaban solos; que porque la empleada de ella se iba el viernes y necesitaba alguien que los cuidara; que porque los niños necesitaban dinero. Él me decía «Mamá, yo me la tengo que rebuscar para conseguirle cosas a los niños” y yo le decía: «¡pero si ahí está ella! ¡Qué busque! Ella es la madre, vos no podés andar pidiendo permisos, vas a perder tu trabajo» y él me decía «¡Pero son mis hijos» y yo le respondía: “Pero ella es madre y las madres tienen la obligación de rebuscar no el padre”. Aunque no lo detenía y se iba.
La madre de Lucero asegura que él no pasaba la cantidad de dinero estipulada. “(Ella) lo tenía que estar llamando porque si no no daba el dinero. Él le apagaba el celular pensando que Lucero quería volver con él. Pero no, era por los niños. Eran sus hijos y su responsabilidad”, cuenta.
Norlan, según su suegra, empezó a enviar 3,000 córdobas luego de una mediación donde, acorde a mensajes de Lucero a su madre, él la violentó verbalmente.
El 30 de abril de 2017, a eso de las nueve de la noche, Lucero lo buscó una vez más. Uno de los gemelos estaba enfermo y necesitaba ir al hospital, pero ella estaba trabajando y no podía llevarlo. Norlan llamó a las 10 de la noche a la casa de ella preguntando por el niño y por su esposa.
Marvin Montoya, padre de Lucero, atendió la llamada y le negó que estuviera grave. “Le dijimos que no viniera, que el niño estaba bien y que no era serio. No lo queríamos ver porque había tratado muy mal a nuestra hija”, admite Marvin.
Pero eso no lo detuvo.
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El fatídico 30 de abril
En la casa que Norlan creció y donde vivió sus últimos días, habitan más de diez personas en viviendas dentro de un mismo terreno en las Sierritas de Santo Domingo. Allí lo vieron a eso de las 10 de la noche del 30 de abril, acostado en una hamaca, esperando que las cervezas que había tomado más temprano “le bajaran”. Él se llevó uno de los cuchillos de su cocina.
Una hora después, uno de los vecinos de Lucero, que pidió el anonimato, lo vio agachado cerca de unos árboles. Le preguntó qué le pasaba y él dijo: “Solo estoy esperando”. Luego, a las 11:30 de la noche, Herald Montoya, hermano de Lucero, regresaba del cine. Él no miró a Norlan, pero ante las autoridades admitió haber sentido a “alguien observándolo”.
Cinco minutos después, Lucero regresó en un taxi a su casa. Sus últimas palabras fueron para Herald, indicándole que fuera a despertar a su hijo para llevárselo al hospital. Mientras buscaba a su sobrino, él escuchó un grito de su hermana. Cuando salió vio a Norlan acuchillándola. En total, le propinó once puñaladas. La primera le partió el corazón en dos y las otras diez fueron, todas, en órganos vitales, revelaría luego la autopsia de la joven.
Herald trató de separar a Norlan del cuerpo de su hermana y quitarle el cuchillo. Por los gritos, algunos vecinos comenzaron a salir, ayudando a Herald y golpeando, en ese momento, al presunto asesino. Al mismo tiempo, otras personas entraron en la casa de los padres de Lucero para avisarles lo sucedido.
María Lidia Velásquez fue la primera en ver a su hija, recostada en un pequeño muro, junto a un árbol donde ahora está una cruz con su nombre. Al levantarla, del pecho le salió la sangre que empapó el rostro de su madre. En medio de la confusión, mientras la gente forcejeaba con Norlan, María Lidia y su esposo, llevaron a Lucero al hospital. Al llegar, los doctores le dijeron que no había nada por hacer. Ella falleció instantáneamente.
Norlan murió en la acera de la casa de sus suegros, debido a una “agresión colectiva». Herald fue llevado a la Policía como responsable de su homicidio. Hasta la fecha ninguno de los vecinos que presenció el linchamiento ha querido hablar sobre los hechos.
La familia de Norlan se enteró del crimen la mañana del primero de mayo al leerlo en los medios de comunicación.
«Nadie nos avisó. Nadie nos dijo nada sobre él. Tampoco dejaron que los niños fueran al funeral», cuenta Aurora Rodríguez, abuela de Norlan.
Esmelda Estrada, prima hermana del joven, sigue pidiendo «justicia» por la muerte de su familiar. «Seguimos sin entender lo que pasó. Es claro que él no se suicidó, como dijeron en los medios. Mi hermano también fue asesinado», enfatiza.
El único que fue acusado por la muerte de Norlan fue su cuñado, Herald Montoya. El 28 de julio en el juicio que se llevaba en su contra, fue absuelto de todos los cargos pues se determinó que actuó en «legítima defensa».
A los tres hijos de Lucero y Norlan se les dijo que «sus papás se habían ido con Papa Chú». Ellos, según su abuela materna, siguen preguntando por ambos. «Cuando vamos a la iglesia ellos miran el anuncio de Estrella de Mar y me piden que los lleve ahí, porque ahí trabaja su papá. Me preguntan que cuándo se va a levantar Lucero», afirma. Para los niños todo sigue siendo un sueño.
La abuela de Norlan asegura que no le molestaría cuidar a sus bisnietos y que planea en algún momento apelar para tener su custodia. «Lo único que me queda de Norlan son sus hijos. Mi niño se fue y yo me fui con él», lamenta.
Lucero iba a cumplir 23 años el 27 de septiembre. Su mamá cuenta que tenía muchos planes, entre ellos, instalar un salón de belleza en casa. «Mi hija apenas estaba empezando a volar. Tenía una vida por delante, (planes) que ya no se dieron porque alguien lo decidió así».
Dos cruces entrelazadas hay bajo el árbol donde Lucero murió. Una tiene su nombre y la otra el de Norlan. La familia Montoya Velásquez dice que quiere dejar «en paz» a su hija. «Perdonamos todo lo que pasó, pero considero que otras mujeres deben ponerse más alerta para que no les pase lo mismo. Queremos paz para nuestra familia y para Lucero», enfatiza María Lidia Velásquez.
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«No lo ven como violencia»
Lorna Norori, psicóloga experta en violencia hacia la mujer, enfatiza que la sociedad en la que vivimos ha enseñado a «poseer» a las mujeres como una propiedad. Por eso, los hombres violentan solo a sus parejas, mientras mantienen una imagen «perfecta» ante los demás. «Las mujeres, en la mente del femicida, se merecen lo que ellos les hacen. No lo ven como violencia», comenta.
Según la experta, hay muchos factores por los que ellas no salen de las relaciones tóxicas: la normalización de la violencia, la co-dependencia emocional, el «qué diran» y la esperanza de las víctimas de que su pareja va a cambiar.
«Muchos te prometen que nada de eso va a volver a pasar, que fue la primera y la última. Pero al final, las terminan asesinando. (Las mujeres) se vuelven ciegas. La violencia normalizada no las deja ver. Lo ven como lo común. Tienen miedo de salir de una relación así, porque nos han infundido miedo a estar solas. Miedo a perder el plan de sus vidas: conocer a alguien, casarse, tener hijos y envejecer felices. Es lo que la historia les ha dicho que es correcto», lamenta.