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¿“Diálogo” contra la democracia?

Foto: Carlos Herrera | Niú

Cuelgo de las redes un meme algo provocativo, para invitar reflexión: “Creo que lo que hay en INCAE estos días es un intento de pacto entre viejos socios que habían tenido que distanciarse. ¿Podrán?”

Me responde un amigo a quien aprecio y respeto por sus conocimientos de historia y política: “No es así de simple”.  Y tiene razón: no es nada simple, ni para el observador, ni para los participantes en la política del diálogo.

Simple se había convertido para orteguistas y empresarios hasta abril del 2018; ya estaban claras las reglas y sus beneficios, y no parecían haber grandes costos. A partir de entonces los riesgos se volvieron una pesadilla para los empresarios, a quienes no quedó más alternativa que distanciarse públicamente del régimen y “cruzar la acera” hacia la oposición.  En esa acera, sin embargo, tampoco han estado a sus anchas de comodidad; recelan de los impulsos más “radicales” que desde su perspectiva tiene una porción del movimiento entre los jóvenes autoconvocados.

Su preferencia, como es natural, es obviamente una solución conservadora, controlada, que no ponga en peligro, ni en cuestión, lo fundamental de su papel económico, ni los haga perder demasiada influencia en la conformación del futuro modelo político. Les caiga bien o mal el gobernante de turno, los empresarios son por hábito e institucionalmente muy capaces de hacer cálculos fríos, al margen de la retórica de “valores” que viste la política nica. De hecho, hay que reconocer que en el corto plazo han sido diestros, porque tras quedar pésimamente posicionados en abril, se han apoderado de cierta iniciativa, y son dueños de “lo que hay” en términos de negociaciones. Y en eso están, viendo cómo salen del hoyo, y cómo se redefine todo sin que ellos pierdan.

¿Sus límites? Buscan desesperadamente que el enfrentamiento con la dictadura al que han sido empujados por la insurrección cívica y por la barbarie del régimen no sea tan directo y tan brutal como fue, por ejemplo, el del Cosep con Somoza en 1978. También tienen que atravesar ilesos el campo minado de la indignación ciudadana.

Entre estas dos paredes se mueven, buscan penosamente un acuerdo. Es un cuarto muy estrecho, que encierra un problema impenetrable: no hay transacción posible que satisfaga a la vez a la ciudadanía democrática y a Ortega.

Si es así, ¿por qué perseveran?

El problema es que los empresarios, aunque han sido capaces de rebotar tácticamente, y tienen una poderosa red de influencia, padecen de miopía histórica y no logran dar el salto que en Nicaragua supone unirse a una revolución democrática.  Entienden, correctamente, que esta conlleva pérdida de privilegios. Identifican, erradamente, “privilegios” con “derechos”.  Sienten que perder privilegios “ya les pasó en 1979”, y que ahora necesitan ser más precavidos. En su defensa, insisten que la comunidad internacional quiere y apoya el diálogo. Esto es innegable, pero no es suficiente justificación.  ¡Claro que es importante sumar aliados en el mundo! De hecho, en determinados momentos puede ser crucial. Pero hay de sobra ejemplos, argumentos, evidencia, de la intolerancia despótica del FSLN en el poder.  Y no olvidemos que son los nicaragüenses los que cargan la cruz, y los que deben, necesitan, tener potestad sobre su destino.  Tampoco olvidemos esto: la “comunidad internacional” está en la práctica constituida por burócratas y políticos de otros países, en otros sistemas, otras realidades. Cuando les toda decidir por otros o hacer recomendaciones a otros, aunque sea con la mejor voluntad, lo hacen desde esa perspectiva, que es casi la de un consultor externo que pone un plan sobre el papel. A veces esos planes dan saltos optimistas sobre las dificultades. Incluyen recetas perfectas que colapsan en el detalle.

En cualquier caso, volvamos al inicio: los que quieren pacto no la tienen fácil, pero no parecen “ver” otra alternativa por el momento, y temen que el proceso se les escape una vez más de las manos, por lo que tratan de hacer lo que creen saber hacer, lo que han hecho antes, pactar.

De los ciudadanos democráticos depende hacerlos fracasar, y de paso aprovechar cualquier desliz de la dictadura para que avance la causa democrática. Repito: hacerlos fracasar.  Habrán quienes en la élite política, y entre gente de buena voluntad que no pertenece a ella, tachen una declaración así de “irresponsable”.  Si tienen razón, les lanzo de nuevo el reto: expliquen cómo en la negociación con Ortega creen posible lograr que Ortega, con su séquito, acepte retirarse del poder, que renuncie a “gobernar desde abajo”, y que se someta, con su séquito, a la justicia.  Es decir, cómo piensan hacer que voluntariamente Ortega abra la puerta a Libertad, Democracia y Justicia.  Porque si los nicaragüenses no consiguen las tres, no consiguen ninguna. Esto no es teoría ni prosa poética, es la realidad que la experiencia con Ortega y su pandilla de sicarios ha enseñado desde que “perdieron el poder” en 1990.

Así lo veo yo.  Y si me equivoco, ojalá que los que tengan la razón sean los bien intencionados que insisten en “diálogo”, no los perversos que saben a qué van. Me alegraría infinitamente con los primeros, aunque ahora recomiende no seguirlos.


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