Cultura

Dos novelas de José Adiak Montoya: reseña de Gioconda Belli
Dos novelas de José Adiak Montoya
Fotoarte: Staff Niú | Niú

La escritora nicaragüense Gioconda Belli, reseña dos novelas de Montoya que confirman que "es de uno de los mejores novelistas jóvenes de América Latina y, por ende, de Nicaragua", dice.

     

José Adiak Montoya es un escritor joven, nacido en junio de 1987 en Nicaragua. Es un hombre de muchos amigos, dulce, afable y sin aires de grandeza. Se ríe y se entusiasma como un niño grande y tiene una prolífica y original imaginación que, entre cuentos y novelas, lo ha llevado a ser seleccionado este año 2021 como uno de los mejores escritores jóvenes de América Latina por la revista Granta. Lo llegué a conocer bien y nos hicimos amigos cuando trabajó conmigo durante un tiempo. Conversábamos de literatura a menudo. Me encantaba oírlo contar sus atrevidas ideas para historias de ficción, como la de un libro que publicó: Lennon bajo el sol, una ucronía que hace nacer a John Lennon en Nicaragua. También conversábamos sobre lo que cada uno escribía entonces. Él estaba obsesionado por una novela sobre la escultora nicaragüense, de origen danés, Edith Gron. Yo escribía en ese entonces Las Fiebres de la Memoria, sobre uno de mis misteriosos ancestros.

Su entusiasmo por Edith Gron y lo que iba descubriendo de ella, su casi tembloroso deslumbre cuando en una reunión en la librería Hispamer sostuvo en sus manos un busto de Pablo Antonio Cuadra que Edith Gron había esculpido, me hacían aguardar impaciente la lectura de su novela.

En 2018, ante la inseguridad y el cierre de oportunidades en Nicaragua sacudida por la rebelión de abril, José Adiak se trasladó a la Ciudad de México donde reside ahora.

«Aunque nada perdure» fue publicada por el sello de Seix Barral en la Editorial Planeta en julio de 2020. Para entonces, José Adiak había ganado varios premios como cuentista. Creo que es el único novelista joven nicaragüense que se publica en esa prestigiosa editorial. Durante la pandemia, la leí en Kindle. En mayo, 2021, se publicó en la misma editorial El país de las calles sin nombre. Sobre esas dos novelas quise escribir esta reseña.

En la nota introductoria de «Aunque nada perdure» nos dice que Edith Dorthe Gron Rassmusen murió en Managua un 15 de marzo de 1990, y que su muerte pasó casi desapercibida por los medios, enfocados en la derrota electoral del Frente Sandinista en febrero de ese año. “Muchos de sus monumentos públicos, anota, permanecen en deterioro, imbatibles al tiempo y olvidados por las autoridades pertinentes”

Basada en datos reales de la vida de la artista, José Adiak nos introduce en la historia de esta mujer, hija de Vilhem y Sofie, inmigrantes daneses que llegan a Nicaragua cuando sus hijos, Niels y Edith son adolescentes.

La novela comienza con esta familia, muy unida, disfrutando de un día en la playa. Han vivido el terremoto de Managua en 1931 e intentan descansar y distraerse del trabajo de reconstruir su negocio, la Casa Dinamarca, tras el sismo. Al regreso del viaje, un instante de distracción del padre causa el accidente automovilístico donde el rostro de belleza nórdica de Edith, se ve convertido en “una masa sanguinolenta e informe” El tiempo de ella en el hospital, las afectaciones físicas y psicológicas que sufre en su larga y difícil recuperación es el primer hilo narrativo que el autor usa para delinear su personaje.

El otro hilo nos conduce al taller donde ella, ya convertida en escultora, recibe a un grupo de alumnos del Instituto Ramírez Goyena que le piden que, para el centenario de la Batalla de San Jacinto ocurrida en 1856, haga la escultura de Andrés Castro, el soldado que, a falta de armas, usó una piedra contra un atacante filibustero norteamericano. Edith acepta con una serie de condiciones, entre ellas que el modelo será de su elección. Esta parte es el eje central de la novela, la que nos descubre sus Estudios en la Escuela de Bellas Artes, donde se enamora de Bill Turcios, un boxeador y nos revela las diferentes obras escultóricas de la Gron: la figura del Cacique Diriangén en la entrada del Parque Las Piedrecitas de Managua, el busto de Rubén Darío en la Universidad de León, la magnífica cabeza de Víctor Hugo en la biblioteca francesa y el conjunto escultórico El Relevo en la plaza del Palacio de Comunicaciones, que causó escándalo por tratarse de figuras desnudas a las que le obligaron que les cubriera los genitales. Sobresale por supuesto, la historia de cómo de una masa de piedra emerge la figura imponente de Andrés Castro, porque Edith decide que el modelo debe ser Bill Turcios, su antiguo amor y también su mayor desengaño. No le importa volver a llamarlo, tras años de no verse, porque sabe que ese cuerpo es el que mejor representará a Andrés Castro.

Diríase que la tensión narrativa se elevará frente a la dinámica de ella y él compartiendo a solas las sesiones de modelaje donde él presta su cuerpo a los ojos de ella. Sin embargo, aquí el autor no deja que la ficción lo seduzca y se mantiene fiel a su concepción del carácter de la escultora. Hace, a mi juicio, una elección que podría haber aliviado a su protagonista de una visión un poco unidimensional de su carácter austero.

El tercer hilo narrativo es otro salto temporal que nos lleva a su vejez y a una larga espera en el aeropuerto de Costa Rica antes del vuelo a Managua, consciente de que la muerte anda muy cerca de ella y en el que se pregunta si alguien la recordará. Una pregunta dolorosa pues al revisar varias versiones de la historia oficial se menciona la escultura que celebra al héroe omitiendo el nombre de la escultora: “En el kilómetro 40 de la Carretera Panamericana está el Monumento consagratorio de la valerosa acción del sargento Andrés Castro. Luce airoso su gesto a la entrada de la histórica Hacienda San Jacinto”

La alternancia en el tiempo de estos tres hilos narrativos es un acierto literario. Cada uno se engarza con el otro y enriquece la dimensión de Edith Gron situándola en su relación familiar, su desarrollo artístico y sentimental y su estoica reflexión sobre el fin que se aproxima. Es notable cómo el lenguaje del narrador absorbe y se adapta a la mirada de la protagonista y a su comedida manera de ver la vida y verse a sí misma. Esto hace que la novela se aparte del romanticismo y se apoye en la fuerza de la vida misma de Gron para resaltar su humanidad y su manera reservada de apreciar sus triunfos.

En esta novela, José Adiak Montoya devuelve al mundo a una de las tantas mujeres artistas que hacen historia, pero que el tiempo y sus conciudadanos olvidan. Hay que celebrar que un escritor joven como él escriba y le dé a esta mujer la gloria que se merece.

Su novela más reciente, con el poético nombre “El país de las calles sin nombre” es una novela muy bien lograda, que se lee ansiosamente y que captura al lector desde el principio. La trama está urdida con destreza y tiene un final inesperado. Las protagonistas son Alice y Fernanda. Alice vive desde niña en Estados Unidos donde viaja con su madre a instancias de su abuela preocupada por ellas durante la llamada guerra de la Contra. Años después, Alice regresa luego de que su abuela muere asesinada cruelmente en un crimen no resuelto, La razón de su viaje es encargarse de la venta de sus propiedades. Un accidente fortuito le permite a Alice experimentar lo que su abuela pudo haber sufrido. El suspenso y terror sumen a quien lee en un ambiente de misterio, que luego se convierte en la tensión y angustia de Alice y Fernanda cuando se desata la insurrección de abril de 2018. A través de los ojos de Alice, cuyo padre murió en la guerra como combatiente, vivimos los días terribles de las primeras protestas y los primeros asesinatos. Acompañando a Fernanda que sigue el rastro de un joven trabajador de su hotel que se une a la rebelión y desaparece, Alice se ve inserta en la violencia de esos días, y se debate entre regresar a sus comodidades y el marido que la espera en EE.UU., o quedarse y averiguar qué sucedió con su padre y cuál será la suerte de Félix, el muchacho desaparecido que Fernanda quiere como un hijo.

La novela es extraordinaria en muchos sentidos. El lenguaje logra en su ritmo y belleza transmitir la azorada y nebulosa memoria de Alicia sobre su infancia, su asombro de sentir los vínculos de sangre y empatía con el país -un país que por cierto no se nombra, pero que tampoco se oculta- Desde la primera frase, vemos la realidad desde los ojos de Alice Miller: “A través del cristal del auto, se extendía la oscuridad. La lluvia golpeaba frontal, con fuerza” Por sí sola, la frase describe dos sentimientos que son el leitmotiv de la novela: la oscuridad y la fuerza. El carácter de los personajes se va modificando a medida que el entorno va siendo afectado por la violencia y la incertidumbre, provocando entre ellos la cercanía de la solidaridad. En medio de los sucesos de abril, se percibe que estas dos mujeres solas buscando a Félix, comparten la estupefacción general y la indignación de la población que se ve asediada y cazada como un enemigo por una dictadura que revela la saña que guardaba detrás de sus santulones discursos de amor. La descripción de su recorrido por la ciudad logra en pocas páginas retratar con acierto el ambiente de esos días, el miedo, la rabia e incluso el azoro de la gente y de los jóvenes que nunca habían vivido una agresividad policial semejante. José Adiak logra insertar el pasado de la revolución y de la guerra de la Contra por medio de relaciones y tramas secundarias. Estas referencias y entrecortes muestran un país castigado por la irracionalidad de sus dirigentes y las secuelas de guerras cuyos dolores no resueltos son un trasfondo fantasmagórico. Alice Miller lo va reconociendo desde las memorias fragmentadas de la infancia hasta la revelación sorpresiva que cierra la novela.

Las dos obras que aquí he reseñado vienen a confirmar el dictamen de la revista Granta: José Adiak Montoya, es de uno de los mejores novelistas jóvenes de América Latina y, por ende, de Nicaragua. No se pierdan de leerlo.