En pantalla

Eastwood corrige el récord y tuerce los hechos en “Richard Jewell”
Richard Jewell

La película encuentra un clímax prematuro cuando reconstruye el atentado. Porque sabemos lo que va a pasar, la tensión acelera el pulso al máximo.

El 27 de julio de 1996, un atentado tuvo lugar en el Parque Centenario de Atlanta, durante las celebraciones de los Juegos Olímpicos. Richard Jewell (Paul Walter Hauser), un modesto agente de seguridad privada, descubrió una mochila abandonada que contenía un dispositivo explosivo, a tiempo para reducir el costo humano. Tom Shaw (John Hamm), agente del FBI, asegura que Richard tiene el perfil del terrorista solitario y abre una investigación. También filtra la información a la periodista Kathy Scruggs (Olivia Wilder). Publicar la simple sospecha convierte al héroe en un villano. Así, Richard y Bobi (Kathy Bates), su madre viuda, sucumben ante el asedio de los medios y el acoso de las autoridades. Su único aliado es Watson Bryant (Sam Rockwell), el abogado que asume su defensa.

El director Clint Eastwood, trabajando sobre un guion de Billy Ray, arranca en una nota sobria, preocupado por ponderar el espacio que ocupan los marginados de la cultura del éxito del sueño americano. Cuando conocemos a Richard, años antes del evento que lo convertirá en noticia, es un asistente de oficina. Su disposición, oscilante entre obsequiosa e infantil, siembra la duda sobre sus capacidades sicológicas y sociales. Él sueña con convertirse en policía, pero nuestros prejuicios se activan por la eficiente actuación de Hauser. Menos que una meta, es una fantasía.

La Atlanta que se nos muestran se presenta sin la idealización de Hollywood. Estamos en la Norteamérica contemporánea y proletaria. Es aquí donde Richard se encuentra con Bryant, un engranaje más en una oficina legal corporativa, apenas algunos escaños encima de Richard, pero a un abismo de distancia. El profesional se relaciona con desdén hermanable hacia su subalterno. Años después, cuando el abogado le pregunta porque lo contrató para llevar su caso, Richard le dice “Fuiste la única persona que me trató como a un ser humano”. Te rompe el corazón, porque sabes que es verdad.

La película encuentra un clímax prematuro cuando reconstruye el atentado. Porque sabemos lo que va a pasar, la tensión acelera el pulso al máximo. Eastwood ejecuta una puesta en escena directa y sin adornos, que destaca la naturaleza colectiva de tragedias como esta. Los prejuicios de la gente hacia Richard se vuelven un elemento más de la fatalidad. No prestan atención a sus advertencias porque es gordo, pobre, demasiado inocente o poco inteligente. Y de esa manera, pone sus vidas en peligro.

La recreación del evento es emocionante. Cuando el polvo de la explosión se asienta, la maquinaria mediática encuentra a Richard y lo ensalza como el héroe de la jornada: el hombre común que ha hecho algo extraordinario. Pero en cuestión de horas, los medios y las autoridades se vuelven en su contra. Es aquí donde la película descarrila su agenda ética, cambiando una ignominia por otra. La periodista Kathy Scruggs, un personaje tan real como Richard, es presentada como una arpía sin escrúpulos, capaz de ofrecer favores sexuales a cambio de información. Scruggs falleció en el año 2001, y no puede disputar el tratamiento que le prodigan los cineastas. Por alguna razón, a los agentes del FBI involucrados en la malograda investigación se les extendió la cortesía de usar nombres ficticios.

Así, la película se regodea en la suspicacia contra la prensa, el Gobierno y la academia —el director de una universidad llama la atención de los agentes sobre un episodio conflictivo en el pasado de Richard, sonando la alarma—. Estos son los villanos de cajón para estratos ultraconservadores de la sociedad norteamericana. La caricatura traiciona el espíritu humanista que “Richard Jewell” trataba de invocar en su tercio inicial. Además, simplifica las complicaciones éticas que la habrían convertido en un drama más interesante. Es posible que el celo profesional conduzca a errores trágicos. ¿Por qué no explorar cómo afecta esto a los humanos que los cometen? Eso implicaría, primero que nada, no convertirlos en villanos de caricatura.

Afortunadamente, el personaje de Richard se mantiene complejo y frustrante. Su fijación con la idea de convertirse en policía lo hace fatalmente obsequioso con las autoridades que quieren entramparlo. Su fanatismo por las armas lo hace sospechoso. Cuando revela el arsenal que guarda bajo su cama, la exasperación de Bryant es la materia prima de la comicidad más fina. Hauser y Rockwell son excelentes, y salvan a la película de sus propias faltas.


“El Caso de Richard Jewell”
(Richard Jewell)
Dirección: Clint Eastwood
Duración: 2 horas, 11 minutos
Clasificación: ⭐⭐⭐ (Buena, recomendada con ciertas reservas)