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El espíritu innovador no es una predisposición genética, sino un esfuerzo activo de todos los días.
Los innovadores tienen algo en común llamado inteligencia creativa compuesta por la predisposición genética y el desarrollo de habilidades puntuales. Bajo esta “fórmula” todos llevamos fragmentos de ADN Innovador, si es así, los individuos somos potencialmente capaces de crear la próxima aplicación que revolucione al mundo, pero en la realidad no sucede así.
El más reciente Estudio Global sobre Índice de Innovación coloca a la cabeza a cinco países: Suiza, Reino Unido, Suecia, Países Bajos y Estados Unidos, este análisis considera más de 70 variables: entorno social y político, patentes registradas, investigaciones universitarias, propiedad intelectual, incluso la cantidad de videos que son subidos en YouTube.
Estos países han encontrado la combinación justa para desarrollar ideas y llevarlas a su realización. Es claro que las políticas de los estados influyen para favorecer este desarrollo, también la evidencia indica que sus ciudadanos de manera natural tienden a elegir innovar como un modo de hacer siempre las cosas.
¿Cómo fomentar la innovación cuando tiene menos riesgo hacer siempre lo mismo?
Everett Rogers catedrático de la Universidad del Estado de Michigan, divulgó su Teoría de la Difusión de la Innovación para explicar el proceso de adopción de los cambios tecnológicos, planteó que solo el 2% de la población forma parte de ese capa de innovadores, mientras que el grueso de la población adoptan los cambios tecnológicos de manera temprana, tardía o simplemente los emula.
Empresarios visionarios como Steve Jobs de Apple o Jeff Bezos de Amazon nos acercan a la idea que es posible convertirnos en el próximo innovador millonario, si fuera posible saber cómo funcionan estas mentes, ¿Qué podríamos aprender sobre el proceso de innovación?
Un estudio de la Universidad de Harvard encontró un conjunto de habilidades en distintos innovadores en el mundo de los negocios:
Asociar: es como un musculo mental que permite hacer relaciones con conocimientos previos. Es decir que se nos hace más fácil y natural aprender algo nuevo cuando lo vinculamos a algo ya conocido y este proceso estimula la imaginación y la creatividad.
Cuestionar: hacer preguntas: ¿Por qué si? Por qué no? ¿Qué pasa si? Nos permiten penetrar más allá de las respuestas obvias, e incentiva nuestra capacidad de análisis y reflexión.
Observar: muchos de los grandes avances tecnológicos provinieron de la búsqueda de soluciones a situaciones cotidianas. El 50% de los avances del internet de las cosas (IoT) son aparatos que facilitan tareas domésticas.
Experimentar: cuando pensamos en los grandes experimentos, se nos viene la imagen de Thomas Edison, sin embargo se trata de construir experiencias que despierten nuevos puntos de vista. Como dijo Edison, «No he fracasado. Simplemente he encontrado 10.000 maneras que no funcionan”. Para un innovador el mundo es un laboratorio de prueba y error.
Crear Redes: validar las ideas con colegas, amigos o familia es una opción que permite tener una perspectiva radicalmente diferente.
El espíritu innovador no es una predisposición genética, sino un esfuerzo activo de todos los días. El lema de Apple «Think Different» es inspirador, pero incompleto. Los innovadores deben actuar y trabajar de manera consistente para desarrollar esa chispa creativa.