En pantalla
La película se plantea un desafío interesante al no idealizar a Ignacio, pero más allá de su ambición desmedida, es un hombre vacío.
A tiempo para el mes de la diversidad, Netflix estrena una película sobre un episodio clave en la historia LGBTI de México. El 17 de noviembre de 1902, una redada policial acabó prematuramente con una fiesta furtiva. 21 hombres vestidos de frac departían con 21 hombres vestidos de mujer. El número total de los arrestados se rebajó en uno. Las autoridades borraron del récord a Ignacio de la Torre, yerno del caudillo Porfirio Díaz.
La película de David Pablos, basada en un guion de Monika Revilla, dramatiza el evento a través de una historia de amor malogrado. Ignacio (Alfonso Herrera) es un apuesto aristócrata ambicioso de poder, que se casa por conveniencia con Amada (Mabel Cadena), la hija del mismísimo Porfirio Díaz (Fernando Becerril). Pretende que su nuevo suegro lo encarrile a convertirse en gobernador, pero su verdadera naturaleza complica el plan. Ignacio es homosexual, y pertenece a un grupo secreto que departe regularmente en reuniones furtivas. En los corrillos del Congreso, cruza miradas con Evaristo (Emiliano Zurita), a quien recluta como compañero de club y de cama.
La historia de amor entre Ignacio y Evaristo debería ser arrolladora, pero se siente curiosamente remota. Parte del problema es la caracterización de Zurita, quien tiene relativamente poco tiempo en pantalla para crear un personaje distintivo. La película se plantea un desafío interesante al no idealizar a Ignacio, pero más allá de su ambición desmedida, es un hombre vacío. Y no por la patología del clóset. La dinámica entre los personajes, incluyendo a la figura de la esposa, recuerda a “Brokeback Mountain” (Ang Lee, 2005), y “El baile de los 41” palidece en la comparación.
Es irónico que en un filme que pretende reivindicar el martirio de estos hombres perseguidos, sea Amada la que se robe la película. Se retrata con elocuencia el martirio particular de una mujer atrapada en un matrimonio sin amor, porque el hombre con quien se ha casado no puede vivir su verdad. Su dolor es daño colateral de la homofobia institucionalizada, y Mabel Cadena es extraordinaria invocando la confusión y la furia. Ella vive en su propia cárcel. Su género y rango social definen los barrotes. Y quién debería de ser su compañero de vida es el peor carcelero. Los encuentros sexuales entre marido y mujer son escenas crueles, que en retrospectiva, representan los momentos más sustanciales de la película. El acto físico del sexo y las expectativas sociales se esgrimen como armas.
Los valores de producción son sólidos, pero la película se siente menor que la suma de sus partes. El director pierde tiempo en gestos estériles, como iniciar los créditos del filme con el nombre de la dirección de casting. ¿Nos está tratando de desestabilizar, para anunciarnos que la película se separa del punto de vista tradicional? Al contrario, se muestra tradicionalmente morbosa al abandonar todo pudor para mostrarnos una orgía. Es más gráfica que la que Stanley Kubrick pudo editar en “Eyes Wide Shut” (2000). Muestra más piel, pero aporta menos a la historia. Incluso los gestos románticos se sienten fáciles. En un paseo por el campo, los amantes juegan como si estuvieran en el jardín del Edén. A raíz de esta escena, Evaristo se convierte en “Eva”, en un cortejo epistolar que confirma las sospechas de Amada. Ella convoca a “Eva” a su casa, pero nos roban el momento en que la esposa confirma el género de su rival.
Por cada decisión creativa desafortunada, hay una intrigante. A medida que el matrimonio se desintegra, la pareja solitaria pelea en casa, mientras el rumor insistente de una muchedumbre contamina el sonido ambiental. El gesto es literal, pero subraya como la reputación es tan preciosa para esta pareja de alcurnia como la integridad física —o quizás más—. Uno quisiera que la película explorara más los efectos de la desigualdad implícita dentro del grupo de los “41”. Por mucho que sus reuniones se pintan como una utopía carnal, los más pobres salieron peor librados del episodio. Y escarbando un poco en línea, pueden descubrir que el siguiente capítulo en la vida de Ignacio de la Torre pone en evidencia que los revolucionarios pueden ser tan homofóbicos como los oligarcas. El potencial de la historia apenas atisba en este filme, interesante, pero fallido. “El baile de los 41” lucha infructuosamente por trascender al escándalo.
“El baile de los 41”
(Dance of the 41)
Dirección: David Pablos
Duración: 1 hora, 39 minutos
Clasificación: * * (Regular)
*Disponible en Netflix