En pantalla
“El Ciudadano Ilustre” pertenece a la tradición contemporánea de la comedia negra, explotando las cualidades cómicas de la incomodidad y la mortificación
“El Ciudadano Ilustre” es la película argentina con más proyección internacional en años recientes, o al menos, desde que “Relatos Salvajes” (Damián Szifrón, 2014) conquistó una nominación al Óscar. La película ganó los premios Goya y Ariel a Mejor Película Extranjera. En el Festival de Cine de Venecia, los directores Mariano Cohn y Gastón Duprat compartieron el premio Vittorio Venetto a Mejor Filme, y el protagonista, Óscar Martínez, se llevó el premio al Mejor Actor. La resaca del kirchnerismo ha hecho maravillas a la hora de abonar el humor negro en ese país. Si Michael Haneke alguna vez hiciera una comedia, se parecería mucho a esta.
Daniel Mantovani (Martínez) es un notable escritor argentino, radicado en España desde hace décadas. La película lo introduce momentos antes de recibir el premio Nobel. Pero en vez de resaltar la pompa de la situación, lo vemos sentado en una silla, en un pasillo banal, aledaño al escenario donde se posan los reyes de Bélgica y otros tantos notables. Es la primera de muchas pretensiones sociales que serán desmontadas con ferocidad. El agresivo discurso del laureado, prácticamente regañando a los suecos por premiarlo, lo pinta en un escenario de crisis: solo escribe cuando se inspira. Y tienen años de no escribir.
Por eso, Mantovani acepta la invitación de la Alcaldía de Salas, el pueblo del cual salió más 40 años atrás, al cual no ha regresado ni para enterrar a su padre. El villorrio en el sur de Argentina lo recibe para cuatro días de eventos sociales y culturales, que servirán como escenario de una feroz sátira social. El escritor no oculta cuán superior se siente con respecto a los aldeanos. Poco a poco, queda en evidencia el motivo real de su visita: toda su obra se basa en su experiencia de vida en Salas, y necesita más material. No faltan personajes que lo inspiren: Irene (Andrea Frigeiro), la novia que dejó atrás; Antonio (Dady Brieva), el mejor amigo que terminó casándose con ella; Cacho (Manuel Vicente), el sufrido alcalde del pueblo; y Julia (Belén Chavanne), una groupie adolescente.
La película asume el punto de vista del protagonista, adecuando el estilo visual al temperamento de Mantovani. Observa el lugar y los personajes con distanciamiento frío. La fastidiosa composición geométrica de las imágenes infunde una cualidad clínica. La mayoría de los habitantes se presentan como caricaturas grotescas, pero los realizadores guardan una reserva de empatía para algunas figuras que se mueven en los márgenes: la azorada secretaria cultural de la Alcaldía, el joven dependiente de hotel que tímidamente muestra sus propios cuentos al gran escritor, o la pareja de ancianos que comparte un mate cuando Mantovani, derrotado, se derrumba en un banco fuera de su casa. Mientras menos tiempo en cámara tiene alguien, más humano es el tratamiento.
“El Ciudadano…” pertenece a la tradición contemporánea de la comedia negra, explotando las cualidades cómicas de la incomodidad y la mortificación. La fórmula es conocida: el hijo pródigo descubre que realmente nunca puedes volver a tu hogar. Se suele invocar en clave inspiradora, pero aquí se ejecuta como pura misantropía. Al menos hasta que unos inesperados giros de la trama matizan el discurso de los realizadores. La relación del sujeto con el arte, y la banalidad de la celebridad, surgen en el discurso. Las trampas de la ficción se activan. Quizás Mantovani no solo se estaba burlando de sus coterráneos campechanos.
Martínez no es extraño a la idea de explorar el privilegio asediado por la realidad. En “Relatos Salvajes” interpretaba al burgués que trata de convencer a su chófer de asumir la culpa de su hijo, causante de un mortal accidente de tráfico. Aquí, ofrece una actuación brillante, reflejando los efectos de la fricción entre la pretendida superioridad intelectual de su personaje y la humildad de sus orígenes.
El guion plantea circunstancias a las cuales debe reaccionar salvaguardando su orgullo: las tres conferencias que brinda, cada vez ante menos público; el escarmiento que ofrece a un fan demasiado entusiasmado con la idea de invitarlo a comer a su casa; los duelos verbales con un intelectual de pueblo ofendido porque han rechazado su cuadro en un concurso de pintura. Al activar bombas cómicas como el video biográfico que el canal local de TV ha realizado, nos pone en los zapatos de Mantovani. Su mortificación es nuestra también.
“El Ciudadano Ilustre”
Dirección: Gastón Duprat, Mariano Cohn
Duración: 1 hora, 58 minutos aprox.
Clasificación: * * * (Buena)
* Disponible en Netflix*