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El comandante galáctico y las moscas fósiles

     

El discurso oficial del chavismo asegura haber devuelto a Venezuela su conciencia de ser la patria de Bolívar, y haber restaurado la dignidad de los venezolanos, antes perdida, dañada o extraviada.

Esta es la premisa falsa de miles de discursos espumosos y cursis, al peor estilo de las peores telenovelas de la peor cadena de televisión latinoamericana.

Porque, por supuesto, antes de Chávez y de su tenebroso y torpe sucesor, Venezuela ya era la patria de Bolívar, y ya Bolívar era héroe, revolucionario e independentista.

Dicho sea de paso, Bolívar también era –hay que poner al prócer en perspectiva humana– el autor de una política de exterminio contra los “españoles” de aquel entonces que hoy, sin duda alguna, sería catalogada como un crimen de guerra. Porque el Libertador fue, me disculpan los del templo, un político de carne y hueso, con grandes sueños y grandes fallas. Como todos, pero más, porque así corresponde muchas veces a figuras que se lanzan contra la Historia.

Hay que insistir, y no solo en el caso de Bolívar, sino en el de todos nuestros héroes nacionales: aunque termine uno de perder los pocos amigos que le quedan, aunque lo castiguen a uno por volverse contra el pueblo, a favor del imperio, o de la oligarquía, o de la derecha, o de la izquierda, o de la unidad, o de la santa madre iglesia, o del culto de moda, dejemos ya de arrancarle huesos a los muertos y de ponerlos en nichos de adoración.

Y hablando de nichos, y de Chávez: el “comandante galáctico” (vamos de las telenovelas a los cómics) fue a todas luces un megalómano sin muchas ideas; de hecho, sin ninguna que fuera nueva. En materia de estilo, siempre se vistió con la ropa parchada y bufonesca de algún almacén nostálgico-fascista de segunda mano. Como quien se encuentra las charreteras de Franco o la gorra de Mussolini y no resiste la tentación: “Me las llevo puestas”.

Todo anacrónico, burdo, basto.

El aparato de propaganda de sus sucesores es todavía peor, porque ahora necesitan compensar la ausencia del misterioso “carisma” que el fundador de la dictadura se llevó a la tumba.

O a las tumbas, si se cuenta el adefesio que Ortega y Murillo construyeron en Managua.

De tal manera que el chavismo ha intentado, siguiendo el catecismo autoritario, tapar su pobreza moral y programática con un nacionalismo-escudo, una repetición monótona e histérica que le arranca el corazón a palabras nacidas con mejores intenciones, como “dignidad”, “solidaridad”, “socialismo”, “cristianismo”, y para rematar: “paz” (Véase “Murillo, Rosario” y “Ortega, Daniel”, o “Nicaragua, Genocidio”).

Porque la ironía cruel, muy cruel, es que fue precisamente Chávez, con su arbitrariedad cuartelaria, quien empujó a Venezuela hacia el callejón sin salida que arrincona la dignidad de sus ciudadanos, y atrapa a muchos entre la decencia y el imperativo de sobrevivir el poder opresivo de un Estado que cree no tener límites.

Mientras tanto, el menú de los pobres se vuelve más pobre aún. El de los ricos, los de antes y los de la nueva clase, todavía incluye el plato de lujo, los viajes, la buena vivienda, los buenos servicios, lo de siempre.

Estos son hechos, y es verdaderamente lamentable que gente que se asume intelectual, inteligente, progresista, de izquierda, y libertaria, sea incapaz de reconocerlos.

Se han quedado atrapados como moscas fósiles en el ámbar de la ideología.