Un proverbio chino nos avisa del peligro de vivir en tiempos interesantes. Desafortunadamente, nos ha tocado vivir en tiempos muy interesantes.
Justo cuando estábamos preparándonos para afrontar la vida en una crisis económica permanente, ha venido un virus para recordarnos momentos más oscuros como, por ejemplo, la peste negra del siglo XIV, que mató a la mitad de la población europea, o la llamada “gripe española” de 1918, que realmente salió de una granja de cerdos en EE UU y que se llevó por delante a más de 18 millones de personas.
Viendo el lado positivo, es cierto que esta vez estamos mucho mejor preparados para afrontar una pandemia que entonces. No necesariamente en términos de infraestructura sanitaria, ni desde luego en cuanto a la coordinación política, pero sí tenemos cierta preparación psicológica y cultural. La globalización y la tecnología nos han proporcionado una buena predisposición para el confinamiento y el aislamiento social.
Aun así, atravesar las calles de las ciudades al principio de los tiempos del coronavirus nos dejaba a todos asombrados, como si de repente nos encontrásemos en una película de ciencia ficción donde no había tráfico y se oían los pájaros. Mientras tanto, nuestras casas ya se habían convertido en auténticos focos de entretenimiento, empujadas por el televisor de plasma y las plataformas para ver series y películas.
Todo está a nuestro alcance a través de la pantalla del ordenador, así que, hasta cierto punto, esta pandemia nos ha pillado muy bien preparados para el distanciamiento social.
¿De qué hablamos?
Pero, a pesar de todo, como seres humanos que somos, seguimos con este impulso impagable de comunicarnos. La cuestión es: ¿de qué hablamos en los tiempos de coronavirus? La respuesta es obvia: hablamos de las cosas de toda la vida, pero con matices COVID-19.
Curiosamente, en España uno de los temas de conversación más importantes siempre ha sido la salud. Este es un país con tendencia a la hipocondría.
En este contexto, frases de toda la vida del tipo “¿Cómo estás?” ya han adquirido matices más siniestros. En realidad, queremos saber si el otro nos va a contagiar, si estamos en peligro.
Preguntar por la gente mayor
Otra variante de la conversación tradicional es la familia. Preguntar por la salud de la gente más mayor ya se va convirtiendo en un tema delicado. Todo esto va vinculado a una sensación de que nuestras vidas están en pausa y que pronto volveremos a dar el botón de play.
Ha habido intentos de refugiarnos del monotema en la normalidad. Hemos creado, de hecho, un nuevo léxico: “la nueva normalidad”, obviando que cualquier cosa que perdura en el tiempo por definición se convierte en algo normal.
Ahora, cuando vemos películas y series con los protagonistas montando juergas alegremente sin mascarilla y sin ni un bote de gel a la vista nos empieza parecer algo de otros tiempos, como cuando se fumaba en los bares.
Lenguaje enriquecido…
La crisis del coronavirus incluso ha enriquecido nuestro lenguaje con el uso de términos nuevos que reflejan este entorno diferente. Ya no hace falta ser médico o trabajar en la salud pública para usar cotidianamente palabras como PCR, asintomático, neumonía bilateral, mascarilla quirúrgica, filtros, EPI, aerosoles y anticuerpos.
Una alternativa a la hipocondría colectiva es la política, que también vemos a través del prisma del coronavirus. La COVID-19 ha sido capaz de canalizar todos los asuntos políticos en un mismo tema. No se puede hablar del coronavirus sin hablar de la sanidad, la educación y la economía. Temas fundamentales de nuestro tiempo como la relación entre lo público y lo privado, el Estado y el individuo, la libertad y el control o dónde reside el poder político están todos en el coronavirus. No solo es un monotema, sino que abarca todos los temas.
…pero sin debate de ideas
Desafortunadamente, esto no ha generado un florecimiento del debate de ideas. En general, el virus ha servido para reafirmar a la gente en sus opiniones y prejuicios. Nuestro grado de aprobación de las medidas tomadas por las autoridades depende en gran parte de si aprobamos a quienes están tomándolas.
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Filtramos nuestra respuesta al virus según nuestra visión del mundo. Algunos ven racismo estructural en la pandemia, otros ven clasismo, otros ven tendencias liberticidas. Incluso hay quien lo ve como un tema estrictamente médico. Quizás los más felices son los creyentes en las teorías de la conspiración, que están en su salsa.
Durante todo este proceso, la mascarilla se ha convertido curiosamente en un símbolo de libertad o de conformidad, según nuestra perspectiva. También la mascarilla nos ha dado otra vía para expresar nuestras afiliaciones políticas y futbolísticas. En una época en la que los símbolos están por encima de todo, la mascarilla es el escaparate idóneo para expresar nuestra visión del mundo. Hay algo profundamente humano en nuestro intento de convertir los “bozales” en artículos de moda.
El ser humano es así. Nos adaptaremos a la nueva normalidad y luego nos adaptaremos a otra nueva normalidad y lo que venga después. Seguiremos pensando y hablando de lo mismo, aunque el contexto cambie. El coronavirus, al fin y al cabo, no es nada más que un nuevo contexto para nuestras vidas.
Nuestro lenguaje también seguirá evolucionando, igual que las mascarillas evolucionarán para responder a nuevas modas y nuevas oportunidades comerciales.
Sin duda, la mejor manera de romper el monotema del coronavirus es incorporarlo a nuestra realidad, y esto es precisamente lo que estamos haciendo todos. Porque la vida sigue.
*Este artículo fue republicado de The Conversation bajo la licencia Creative Commons. Lea el artículo original. Stephen Jenkins, Director de Masters en Enseñanza Bilingüe, Universidad Nebrija