Cultura
Amalia Morales, periodista y especialista en crónicas, recogerá historias populares en distintos puntos del país. ¿Le contarías la tuya?
Guillermo Cortés Domínguez, especial para Niú:
Aunque a esta hora los hirientes rayos del sol ya caen casi perpendiculares, el lustrador no sabe cuántas personas se han sentado en el pequeño taburete que esta mañana puso una mujer menuda, de pelo ensortijado, quien además llevó otro para sentarse ella también, así como un texto breve y el dibujo de un gato negro en dos cartulinas, una verde y otra anaranjada, que pegó a ambos lados de una armazón de madera que las sostiene y que ahora está en la acera convocando al público. “Vení contá tu historia”, exhorta el rótulo a los transeúntes. La de mirada amorosa y sonrisa amigable, quien laboró durante casi dos décadas en el diario La Prensa y que llegó al sitio poco después de la primera hora, es la especialista en crónicas, Amalia Morales.
¿Qué hace Amalia aquí a medio sol? Una joven señora de camisa verde le cuenta algo de su vida, mientras la periodista no para de mover sus manos, sobre todo la izquierda, porque en la derecha sostiene una grabadora portátil negra que registra hasta los suspiros. ¿Cómo saldrá la grabación? ¿Captará la voz en medio del ruido infernal que ofende los oídos en esa acera del Complejo Cívico Camilo Ortega, junto a la estrepitosa Pista de la Resistencia, frente al Ministerio de Educación? Del otro lado de la vía está el Centro Comercial Zumen.
No solo pasan demasiados vehículos, sino los buses escandalosos que a cada instante aturden con su ruido trepidante. Pero Amalia graba como si no pasara nada. Ambas mujeres están ahí como si estuvieran en otro sitio, en uno confortable, aislado, silencioso, entre árboles y flores, en comunión con la naturaleza, y no en este ambiente ruidoso, ardiente, sofocante y hostil. Ambas están ahí a la vista de chóferes, pasajeros y transeúntes, pero están tan concentradas que no reparan en su entorno vocinglero, como si solo existieran ellas.
No es que desprecie a los famosos, pero ha sido evidente en sus crónicas publicadas en los últimos años en el diario La Prensa la preferencia de Amalia por las personas comunes, por la gente de a pie, por los ciudadanos de la vida cotidiana, quienes en muchas ocasiones la han gratificado con historias maravillosas e interesantes, a veces ejemplarizantes, verdaderos modelos a seguir, lo que quizás explique por qué está ahora bajo el sol entrevistando a la orilla de una pista de circunvalación. Ha abrazado un loco proyecto de recopilar historias en la propia calle al que ha llamado “El Gato Negro”.
El lustrador no le contará su historia
Un árbol pequeño de Laurel de la India, rodeado de círculos escalonados de concreto, que generosos sirven de asiento a quien lo requiera, tiende los tímidos extremos de un par de ramas verdes, verdes, verdes, cerca de la entrevistada y la periodista. Hacia el otro extremo del arbusto está el lustrador en plena faena, con cuatro hombres que no son clientes sino platicadores empedernidos como él, que no le dan respiro, o él a ellos.
La empatía de la periodista ha cautivado a la entrevistada, que se deja seducir por una mirada que inspira confianza, por sus preguntas suaves y melodiosas. Habla quizá de violencia intrafamiliar o de su grandiosa abuelita que la crió y llevó a la universidad, o del reencuentro con su papá 30 años después, o de sus vivencias como alfabetizadora en los años ochenta, o como sanitaria o combatiente heroica en la guerra de esa época, quizá entrenada en los campamentos contrarrevolucionarios en Honduras.
Como su entrevistadora, la que ha accedido a contar su historia casi en media calle, con rapidez mueve sus manos, se pasa de una a la otra una botella azul de plástico de la que hace mucho sorbió el último trago de agua y se agita su brazalete con chaquiras en su brazo derecho, donde es notorio un anillo en su dedo anular. ¿Casada? La camiseta blanca de la periodista rechaza los fuertes rayos del sol, también tiene un sombrero crema con dos bandas café y un chal rosado encendido que por ahora reposan en sus piernas enfundadas en un pantalón azul de mezclilla.
Los cuatro hombres en sillas plásticas que rodean al lustrador han comentado con curiosidad el inusual suceso: la llegada esa mañana de esa menuda mujer de colochos negros con sus dos pequeños taburetes, su rótulo verde y su gato negro pintado. El de la caja de lustrar irá más tarde con sus dientes de oro a preguntarle a Amalia qué es lo que se trae, pero si se tratara de contar su historia, le dirá que no, no está dispuesto a hacerlo porque considera que es algo privado, solo suya, quizá a su padre se la habría referido, pero ya no, ya no tiene a quién contar su cuento.
¿Le querés contar la tuya?
Responde tranquila y pausada la mujer de camisa verde, que también sostiene un bolso crema oscuro debajo del cual hay un folder amarillo que hace contraste con el café de la faja de su pantalón azul y el blanco de sus zapatos tenis. Le gusta echarse el pelo negro, liso, hacia adelante, que le llega hasta un poco debajo de los bustos medianos y redondos. Por momentos, Amalia la estimula con una seguidilla de preguntas en un breve intervalo. ¿Qué le habrá contado?
Se despiden como amigas, pero desconcierta cuando la del folder amarillo parece decir: “Me alegro que no haya grabado”. Sin embargo, todo el tiempo la grabadora estuvo sostenida por la entrevistadora en posición de registrar la amena conversación. ¿Qué pasó ahí? Quizá escuché mal. Queda la duda. Solo podrá responder la formidable cronista Amalia Morales, quien este martes ha comenzado esta inusual relatoría urbana que hará que periódicamente cuelgue crónicas interesantes en su sitio web. Sé de una experiencia similar en Nueva York.
Mañana Amalia recogerá otras historias, quizá ya no en el mismo sector. Podría estar en el mercado Oriental o en el Mayoreo, o quién sabe si en un parque, una terminal de buses o una esquina de un barrio. Ella ha dejado tirado su empleo, sus ingresos fijos y su seguro social, ha abandonado el confort maravilloso de su hogar para salir a las calles libre como el viento, para que “El Gato Negro” haga de las suyas y salga a plena luz del día a cazar historias. ¿Le querés contar la tuya?