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“El Hoyo”: Viaje al oscuro fondo de la condición humana
El Hoyo

Si quiere entender la ceguera voluntaria de los acólitos del régimen en Nicaragua, en la película "El Hoyo" hay algunas pistas.

En estos tiempos de incertidumbre y confinamiento, la tentación de refugiarse en la ficción es fuerte. La pregunta del millón es si una claustrofóbica excoriación de la condición humana funciona como distracción o tortura. “El Hoyo” es una especie de prisión en forma de torre. Cada piso es una celda espartana, una sobre otra. En el centro, cada una tiene un agujero abismal.

Una vez al día, una plataforma flotante baja, deteniéndose progresivamente cada nivel. Está cargada de manjares, producidos en una incongruente cocina gourmet que vemos en secuencias inconexas. Los prisioneros pueden comer hasta saciarse, pero solo por un par de minutos. Los niveles más altos son favorecidos, los más bajos solo reciben sobras y platos rotos. Cada preso come sin pensar en los demás.

Descubrimos el funcionamiento de este mundo infernal a través de los ojos de Goreng (Iván Massagué), un tipo noble que escoge llevar como objeto personal un ejemplar de “Don Quijote”. Él ingresa voluntariamente por seis meses, para dejar de fumar y leer. Saldrá además con un título profesional. Si es que sale.

«El Hoyo» funciona mejor en el tramo inicial

Quizás el “Centro Vertical de Autogestión” —a como lo llama una burócrata— no sea exactamente una cárcel, pero sí funciona como alegoría estructural sobre las asimetrías de la sociedad moderna. En esa línea pertenece un grupo que incluye a “High Rise” (Ben Wheatley, 2015) —lucha de clases en un edificio de apartamentos—, “Snowpiercer” (Bong Joon Ho, 2013) —lo mismo, en un tren posapocalíptico—, y la ganadora del Óscar “Parasite” (Bong Joon Ho, 2019) —la más sutil del grupo—.

La película «El Hoyo» funciona mejor en el tramo inicial, mientras armamos las piezas del rompecabezas para entender las reglas de este mundo. En esos momentos, la premisa se siente preñada de posibilidades. Goreng conoce a Trimagasi (Zorion Eguileor), un viejo cascarrabias que bien puede ser un psicópata asesino. El guion de David Desola y Pedro Rivero establece una estructura narrativa episódica.

Cada mes, los prisioneros cambian de celda. Eventualmente, conocemos también a Imoguri (Antonia San Juan), una mujer que trata de infundir algo de humanidad en el sistema; Miharu (Alexandra Masangkay), una mujer feral, supuestamente buscando a un hijo perdido; y Baharat (Emilio Buale), desesperado por escalar los niveles por sus propios medios.

«El Hoyo» cuenta con una producción es española, pero el reparto es multirracial, y los nombres políglotas apuntan a subrayar la universalidad de su crítica social. Eso la hace, en alguna medida, el producto perfecto para distribuirse a través de Netflix—al escribir estas líneas, figura como el largometraje más visto en el servicio de streaming—. Sin embargo, unos giros violentos empujan la trama hacia el territorio de horror. Espasmos de violencia gráfica pueden alienar a buena parte de la audiencia.

El sensacionalismo tapa algunas inconsistencias

Película El Hoyo

A medida que la trama de «El Hoyo» o en inglés «The Platform» sigue su curso, el sensacionalismo tapa algunas inconsistencias. Los personajes terminan operando como símbolos, que solo tienen razón de ser dentro de los confines de la cárcel —y la premisa—.

Los realizadores no son tan desalmados como creen. Algunos destellos de humor se atisban en los márgenes. Pueden ser surrealistas —en la esquina de una celda se ve fugazmente la tabla de surf que algún idiota llevó como objeto personal— o francamente obvios —el avaro que cuida fajos de billetes sobre su cama—. A pesar de su devoción a la antropofagia, pueden ser francamente cursis —Whitney Houston tenía razón cuando cantó que “los niños son el futuro” en “The Greatest Love of All”—.

A pesar del balance desigual, “El Hoyo” hace gala de sólidos valores de producción. Massagué y Eguileor hacen un dúo hipnótico —en sus escenas hay ecos de Hopkins y Foster en “The Silence of the Lambs” (Jonathan Demme, 1991) —.

El capítulo inicial establece un nivel dramático que el resto de la película no puede mantener. Antonia San Juan es memorable cómo la figura trágica que quiere cambiar un sistema viciado desde adentro. Si quiere entender la ceguera voluntaria de los acólitos del régimen, aquí hay algunas pistas.

“El Hoyo”
(The Platform)
Dirección: Galder Gaztelu-UrrutIa
Duración: 1 hora, 34 minutos
Clasificación: ⭐ ⭐⭐ (Recomendada con ciertas reservas)
*Disponible en Netflix.