En pantalla
La nueva obsesión de Steven Soderbergh es reducir la escala del andamiaje de producción, intercambiando las cámaras profesionales por teléfonos inteligentes. Así filmó “High Flying Bird”, un drama deportivo que corre el peligro de pasar desapercibido en la rejilla de Netflix.
Steven Soderbergh es uno de los talentos más audaces de nuestro tiempo. Navega entre el arte y el comercio, con un dominio magistral de la técnica audiovisual y los géneros narrativos. Ganó la Palma de Oro en Cannes con un filme independiente esencial — “Sex, Lies and Videotapes” (1989)—, conquistó la taquilla con un trío de glamorosas comedias —la trilogía de Danny Ocean (2001—2007)—, se llevó un Óscar jugando con el molde hollywoodense del filme de “problema social” —“Traffic” (2000)—. Exploró las posibilidades de la nueva era dorada de la televisión, produciendo y dirigiendo dos temporadas de “The Knick” (2014—2015), drama de época, escenificado en un hospital en el Nueva York de inicios de siglo XX. Su nueva obsesión es reducir la escala del andamiaje de producción, intercambiando las cámaras profesionales por teléfonos inteligentes. Así filmó “Unsane” (2018), película feminista de horror protagonizada por Claire Foy. Ahora, estrena “High Flying Bird”, un drama deportivo que corre el peligro de pasar desapercibido en la rejilla de Netflix. También fue filmada con un iPhone, aderezado por lentes especiales que mejoran sus capacidades. La cualidad de la imagen digital, y la movilidad del dispositivo, infunde intimidad y energía nerviosa.
La temporada de la NBA se encuentra en paro por una disputa salarial entre los dueños de equipos y el sindicato de jugadores. Son malas noticias para Ray Burke (Andre Holland), el agente que representa a Erick Scott (Melvin Gregg), uno de los novatos más prometedores del año. Durante una tensa conversación, descubrimos que Erick aceptó un préstamo usurero —sin jugar, no puede recibir su dinero—, y el restaurante rechaza la tarjeta de crédito de Ray. La crisis ya los está afectando. Ray se dispone a manipular el sistema para salvarse a sí mismo, y quizás, de paso, redimir el juego contaminado por la codicia blanca.
Observar cómo sobrevive la gente en el capitalismo es una de las preocupaciones recurrentes de Soderbergh. En “Magic Mike” (2012) y su secuela (2015), el morbo apenas escondía el drama de un hombre enfrentándose a los límites que el sistema impone en su talento. Y en “The Girlfriend Experience” (2009), Sasha Grey interpretaba a una acompañante profesional, que toma las riendas de la explotación de sí misma. “High Flying Bird” se presenta como un drama deportivo, pero perversamente, nunca presenta ni un segundo de juego. La verdadera acción está en restaurantes, oficinas, carros conducidos por choferes y saunas. Son los lugares donde los poderosos y sus empleados deciden sobre el destino del negocio, y por extensión, las personas que dependen de él.
Esta maniobra de negación puede delatar frialdad, pero Soderbergh es un humanista. La ficción está temperada por ocasionales interludios, en los cuales legítimos novatos de años pasados, filmados en blanco y negro documental, hablan directamente a la cámara, compartiendo sus experiencias e implantando una carga de consecuencias reales a las alegres intrigas de los personajes ficticios. El corazón de la película reside en las escenas que reúnen a Ray con Spence (Bill Duke), viejo entrenador de un gimnasio comunitario para adolescentes en Brooklyn. Apesarado por los efectos del paro, Spence recuerda el momento en que la liga de básquetbol de los afroamericanos se plegó a la NBA, hambrienta de absorber a sus talentos. “Inventaron un juego encima de nuestro juego”, se lamenta, aludiendo a las maquinaciones empresariales que convirtieron el deporte en máquina para explotar talento negro en beneficio de ricos blancos. Al dominar este “supra juego”, Ray alcanza algún grado de reivindicación personal. En su pasado, pesa la memoria de su primo Gavin, un talento extinguido en circunstancias que gradualmente se hacen evidentes.
“High Flying Bird” tiene los huesos de una película convencional, pero Soderbergh, trabajando sobre el guion de Tarell Alvin McCraney, lo ejecuta como una comedia de cámara, con los personajes alternando en duelos verbales densos. Alguna familiaridad con los parámetros generales del deporte puede ser necesaria para seguir las sutilezas de la crisis, pero si yo puedo seguirlo, cualquiera puede. Y si los detalles se le escapan, nadie lo criticará por mantenerse a flote con la musicalidad de los diálogos. El reparto está lleno de caracterizaciones memorables, incluyendo tres formidables personajes femeninos: Zazie Beetz (de la serie “Atlanta”) es una asistente subiendo en la estructura de poder; Sonja Sohn es la intensa negociadora por el sindicato de jugadores; y Jeryl Prescott la “madre alpha” de una joven promesa.
“High Flying Bird”
Dirección: Steven Soderbergh
Duración: 1 hora, 30 minutos
Clasificación: (Buena)
Disponible en Netflix