Icono del sitio Revista Niú

El poco placer de migrar

Desde que me gradué de la universidad soñaba con salir del país, o al menos eso pensaba. Siempre planeé aplicar a becas e irme al extranjero, porque muchas personas me dijeron que mi país era pequeño y necesitaba conocer el mundo. Fue así, que empecé a viajar y tuve la oportunidad de estar un par de meses viviendo en Estados Unidos. Nunca fue algo permanente y las condiciones siempre eran cómodas.

Sin embargo, hace tres meses dejé Nicaragua, desconociendo que no regresaría. Esta vez, no tenía una oportunidad o un plan, pero la situación actual del país no me permitía volver. Medios como Al-Jazeera, están en contra de llamar “inmigrante” a una persona que sale de su país por miedo a perder su vida; en cambio, usan el término “refugiado”. Considero, que esa es la palabra y concepto que más me identifica en estos momentos.

Existen muchos tipos de migraciones, unas más duras que otras. Yo tengo el privilegio de contar con el apoyo de familiares y amigos. Sin embargo, eso no hace menos difícil la crisis personal que me toca vivir.

Luego de enviar mi CV a cientos de lugares y numerosos ataques de pánico, hoy me encuentro trabajando en Ciudad de México. Aún estoy en adaptación e intentando construir una vida, no es nada fácil dejar todo y verte obligada a madurar de golpe.

Por eso deseaba compartirles lo que he aprendido… hasta el momento.

Todo nica es un amigo

No puedo explicar la felicidad que siento al encontrarme con una persona de mi país. Incluso, conocí a un mitad nica e inmediatamente se convirtió en un amigo. No sé si es porque somos un país pequeño, pero me siento afortunada de encontrarme a otra persona que comparta mi forma de hablar y dolor.

Los nicas hacemos comunidad en todos lados. Lo vi en Estados Unidos y ahora lo veo acá, no nos abandonamos nunca. Sin importar quién eras en Nicaragua, fuera todos nos queremos y apoyamos. Creo que una de las causas, es que ningún extranjero entiende lo que hemos pasado. No digo que no lo intenten, pero sabés que si no pasaron por algo similar, es imposible de comprender.

Obvio no mantendré contacto con todo nica que conozca, pero si llegaran a necesitar de mí, ahí estaré. Migrar me ha enseñado lo importante que es la solidaridad entre compatriotas, que fuera de tus tierras, compartir nacionalidad se convierte en sinónimo de ser familia.

¿Nacionalismo?

Yo nunca he sido fan del nacionalismo, de hecho, me parece muy peligroso. A pesar de ello, he descubierto que me siento mucho más orgullosa de mi país de lo que pensaba. Cuando salís, las cosas que antes te parecían insignificantes sobre tus modos o cultura, se transforman en detalles importantes que deseas gritar al mundo.

Esa “mala costumbre” de comerte las “s” o pequeñas palabras como “maje”, empiezan a tomar otro significado. Ahora ya no es una muletilla o falla, es tu idiosincrasia y la forma en que conservás tus raíces. Ni siquiera importa cuánta comida deliciosa exista en México, siempre añoro la fritanga de Doña Tania o el gallo pinto de mi mamá. En otro lado, jamás sabrá igual.

“¿Eso está pasando en Nicaragua?”

Cada vez que me preguntan por qué me fui del país, debo empezar a relatar la historia desde 1979, para terminar explicando la crisis sociopolítica actual. Les tengo una noticia: nadie tiene idea de lo que pasa. La mayoría de estadounidenses y mexicanos con los que he conversado, se sorprenden al escuchar la historia. Las únicas personas informadas sobre ello, son periodistas o amigos de nicas.

Es triste saber lo invisible que somos para muchos medios y países, pero a la vez, he comprendido la importancia de repetirlo cuantas veces tenga la oportunidad. Como nicas, fuera del país, también tenemos la responsabilidad de resistir y esparcir la voz sobre la crisis en Nicaragua.

Me siento triste ¿y ahora qué?

El domingo pasado tuve una crisis nerviosa, estaba tirada en la cama y llorando, sintiéndome miserable. Fue en ese momento de profundo dolor que me di contra la realidad: no tengo a quién abrazar. Jamás me había sentido tan sola y frustrada.

Mudarse a otro país significa no tener una base social, ni contar con una red de apoyo. Y sí, el internet y las aplicaciones de mensajería instantánea nos hacen sentir más cerca de los amigos, pero nada reemplaza la tranquilidad que puede darte un abrazo.

Sé que con el tiempo construiré relaciones de amistad y podré contar con personas en momentos de tristeza, pero mientras tanto, me toca enfrentar sin abrazos los domingos tristes.

Empezar de cero

Ya me había tocado antes, tener un reality check donde te das cuenta que no sos mucho en este mundo gigante, pero jamás así. Salir de tu zona segura, especialmente viniendo de un país centroamericano, es llegar a ser nadie en otro lugar.

De pronto, todo lo que pensabas te sumaba como profesional, ya no suma. También, te toca lidiar con la discriminación, que lamentablemente está en todos lados contra latinos y entre latinos. Pasar de una ciudad con 2 millones de habitantes a una con más de 20 millones, es un shock.

Tantas personas haciendo miles de cosas, con historias y esfuerzos que vos apenas empezás a hacer. Es complicado aceptar que las condiciones del juego no te benefician, que todo va a costar el doble o cinco veces más, si le agregas que sos mujer.

La culpa

Muchas personas migran a diario, pero no todas lo hacen dejando atrás un país que se cae a pedazos. Son muy pocas quienes deben irse con la preocupación de saber que sus familias corren riesgos y necesidades, que no tienen la certeza de regresar pronto, por falta de garantías.

Entonces cuando tienes la oportunidad de salir, te sentís culpable de estar fuera y de tus privilegios. Cuesta salir a comer y reírte, conocer lugares, disfrutar de una cerveza o caminar por la ciudad. Todo lo que hacés se siente amargo, porque sabés que cientos están presos injustamente o han sido asesinados.

Sin importar cuánto te esforcés por cuidar de tu salud mental y emocional, seguís leyendo Twitter y los grupos de WhatsApp. Es el momento en que todos tus problemas como migrante se vuelven pequeños y te sentís egoísta por quejarte.

Jorge Drexler, mi cantautor favorito, lo dijo muy bien en su última entrevista al New York Times:

“La migración nunca es un acto placentero, siempre es traumática y eso es lo primero que hay que entender… De repente te das cuenta de que, dondequiera que estés, siempre vas a tener gente que echarás de menos.”