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"Ha pasado ya casi un año desde que Ortega-Murillo lanzaron su furia contra un pueblo desarmado, pero las heridas siguen abiertas y aún están sangrando"
Nicaragua (1985)
Tenía cinco años cuando mis hermanas mayores se encargaron de aleccionarme con la figura del monstruo que más temor me infundiría durante mi niñez: Tacho Somoza.
Un ser siniestro, cruel y despiadado que, sin necesidad de invocarlo, podía aparecerte en cualquier momento o sitio para torturarte y matarte.
A esa edad, no tenía la mínima noción que se tratara de un personaje de la vida real, sino hasta que cumplí ocho años, cuando mi abuelita Carmen, me contó como la Guardia Somocista llegaba a la casa en busca de mis tíos.
Sin justificación entraban armados y revoloteaban todo en busca de rastros que indicaran que en esa casa vivían uno o tres posibles traidores de la dictadura de Somoza.
El monstruo regresó en abril
Había olvidado a ese personaje hasta abril de 2018 cuando regresó a mi vida en la figura del dictador Daniel Ortega Saavedra, que al igual (o peor) que Anastasio Somoza, no ha parado de cazar jóvenes disidentes.
- De la autora: La niña que apedreó al policía.
A mi cabeza volvía el relato de mi abuelita sobre como lavaba las botas de mis tíos para que parecieran nuevas sin que nadie, en especial la Guardia Somocista, sospechara que las habían usado para luchar en la montaña.
Más de 70 años han transcurrido desde el inicio de aquella dictadura. Estábamos en tiempos de democracia, pero nuevamente tendríamos que valernos de tretas para engañar una nueva dictadura, esta vez, una que era liderada por aquel que derrocó al último miembro de la dinastía somocista, Anastasio Somoza Debayle.
Nicaragua cambió, nosotros cambiamos
La mañana del 19 de abril cuando las universidades amanecieron tomadas por jóvenes valientes, me emocionó saber que finalmente Nicaragua saldría del letargo magenta en el que se encontraba. Lo que vino después fue dolor, llanto, rabia, más rabia, frustración y hasta odio.
- Además: Violencia sexual desde el orteguismo.
Ha pasado ya casi un año desde que Ortega-Murillo lanzaron su furia contra un pueblo desarmado, pero las heridas siguen abiertas y aún están sangrando. Nicaragua cambió, nosotros cambiamos. No somos los mismos de hace 12 meses.
De hecho, ya ni siquiera vivo en mi propia casa. La persecución de los partidarios de Ortega-Murillo, me obligó a abandonar, junto a mi hijo, mi vivienda. Nos despojó de nuestro espacio seguro, nuestro hogar y nuestra familia porque la persecución ha llegado hasta la casa de mi madre.
No soy la única. Sé que muchos nicaragüenses aún viven en casas de seguridad, más de 60 mil se han exiliado, eso sin dejar de mencionar los asesinados, lesionados, desaparecidos y los presos políticos, así que lo mío es poco comparado con esas vidas.
Ortega y Murillo están a diario en nuestras vidas
En medio del dolor y la desesperanza trato de no decaer y seguir luchando desde los espacios posibles, pero me quiebro cada vez que mi hijo, de cinco años, me pregunta: “Mamá, ¿Cuándo se van Daniel y la Chayo?
Atrás dejó su casa, su cuarto, nuestras salidas constantes a la playa, las visitas dominicales al Puerto Salvador Allende, al parque Luis Alfonso, al cine. Hoy somos prisioneros en una casa que no es la nuestra, pero que nos protege del monstruo de Ortega.
- También: Hagámosle la guatusa al régimen.
Ese Daniel Ortega al que mi hijo le tiene tanto o igual terror que lo que un día le tuve a Tacho Somoza, pero no es de miedo sino desprecio porque ante los acontecimientos, Ortega y Rosario Murillo, se han convertido, para mi hijo, en el referente de la peor maldad humana.
Son los hijos que ninguna madre quisiera haber tenido, por eso aun cuando su presencia es despreciable, Ortega y Murillo están a diario en nuestras vidas como ese mal ejemplo, ese trago amargo, esa historia fresca que Nicaragua no debe de repetir jamás.