En pantalla
¿Pensando en ver El Jilguero? Te contamos que al publicarse la novela en la cual se basó, la crítica especializada se dividió entre aplausos y abucheos.
“El Jilguero”, novela de la escritora norteamericana Donna Tart, fue una controversial ganadora del Premio Pulitzer en 2014. La crítica especializada se dividió entre aplausos y abucheos. Los defensores abrazaron su expansivo espíritu dickensiano. Los detractores la acusaban de indulgente e infantil. Yo la disfruté terriblemente. El éxito comercial la introdujo en el radar de Hollywood. Actores consagrados, como Nicole Kidman y Jeffrey Wright, y talentos emergentes, como Ansel Elgort (Baby Driver) y Finn Wolfhard (Stranger Things), conformaron el reparto. En un mundo marcado por héroes de cómic, este proyecto parece un remanso de humanismo para adultos.
Theo Decker (Oakes Fegley) visita el Museo Metropolitano de Nueva York con su madre, justo cuando un terrorista detona una bomba en las galerías. Al recuperar el conocimiento entre las ruinas, un anciano agonizante le exige al niño rescatar “El Jilguero”, pintura del maestro holandés Carel Fabritius que segundos antes admiraban. Aún aturdido, Theo obedece. La mete en su mochila y corre a su apartamento, para esperar a la madre que nunca llegará. El viejo también le entrega un anillo, que eventualmente conduce a su tienda de antigüedades, resguardada por el restaurador Hobie (Wright). Ahí, descubre su afición por “las cosas viejas” y el amor por Pippa (Aimee Laurence), otra pequeña sobreviviente del atentado. Theo es acogido en el hogar de los Barbour, la acaudalada familia de su mejor amigo, Danny (Ryan Foust). La señora Barbour (Kidman) no termina de decidir qué hacer con el desamparado, cuando Larry (Owen Wilson), su padre distanciado, aparece de la nada. Es un actor fracasado, acompañado por una novia vulgar. “Xandra con ‘X’”, dice alegremente Sarah Paulson. Nuestro protagonista pasa del regazo del lujo en la 5ta Avenida, al malogrado sueño americano de una urbanización abandonada al borde del desierto en Las Vegas. Siempre carga, como un secreto, la obra maestra en su mochila.
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La trama sigue a Theo de la infancia a la madurez (Elgort encarna al adulto), a través de traiciones familiares y amorosas, adicción, tráfico de arte y fatídicos encuentros con la mafia rusa. La novela desarrolla su narrativa picaresca en más de 700 páginas. La adaptación de Peter Straughan condensa los acontecimientos a dos horas y media. Traducir literatura al cine siempre implica un despiadado ejercicio de corte y compresión. Pero “El Jilguero” que llega a la pantalla se siente abrupto. En retrospectiva, quizás la novela habría estado mejor servida por el formato episódico y el tiempo extendido de una serie de televisión.
Más inexplicable es la decisión de cortar la secuencia lineal de los acontecimientos. La novela arranca con Theo adulto, encerrado en cuarto de hotel de Ámsterdam, huyendo de una peligrosa banda de traficantes. A partir de ese punto, seguimos su historia como un extenso ‘flashback’, hasta el desenlace de su desventura criminal. La película salta constantemente, de la infancia a la juventud, y de vuelta otra vez, oscureciendo su preocupación con la mortalidad, la fragilidad de la condición humana, y el poder del arte para darle sentido a la vida. Además del simbólico cuadro titular, los personajes se definen por su relación con el ejercicio o apreciación del arte. La pintura, como los seres humanos, es una enervante mezcla de fragilidad y resiliencia. Es un simulacro de vida, que pulsa con belleza. Los muebles clásicos en el elegante apartamento de los Barbour se convierten en “piezas de taxidermia”. Pippa, incipiente concertista de flauta clásica, no puede volver a escuchar música después del atentado. Theo se convierte en ‘merchant’ de piezas reconstruidas. Las vende como originales, por su afán de autodestrucción. La trama de “educación sentimental” de un joven pierde su progresión natural cuando barajan los episodios como si fueran naipes.
Aun así, hay mucho que disfrutar en este honorable fracaso. Crowley es hábil para retratar a los jóvenes como seres humanos todavía en formación, moviéndose a tientas hacia la persona que serán (no en balde, incluí “Brooklyn” en mi lista de las mejores películas de 2016). Kidman es excelente a la hora de sofocar su fuego interno, para dejar que la frialdad defina los contornos de la reticente personalidad de una matrona privilegiada. El dueto de los actores infantiles con sus contrapartes adultas es ejemplar. Y la fotografía de Roger Deakins es, como siempre, un banquete que debe degustarse en la pantalla más grande posible.
“El Jilguero”
(The Goldfinch)
Dirección: John Crowley
Duración: 2 horas, 29 minutos
Clasificación: (Regular, recomendada con ciertas reservas)