Cultura

¿Qué pasaría si la depresión decidiera hablar?

Entrevista con la depresión

Muchos la tienen, pocos hablan de ella ¿Qué tiene que decir la depresión?

     

Se encuentra tímida en un rincón de la habitación con las manos sudorosas, aparentemente inofensiva. De vez en cuando observa a su amigo, o bien su enemigo, que está sentado a su izquierda. Trata de decirle algo y al ver su rechazo, ella, se levanta de su silla para susurrarle al oído:

–Sé que no te sentís cómodo aquí, mejor vayámonos a la casa–

A él comienzan a temblarle las manos, le dan ganas de llorar, y piensa: Sí, me quiero ir de aquí.

Aunque se ve muy inocente, la depresión es la que manda en el orden de su vida. Esta vez él no tiene nada que decir, pero ella quiere hablar y todos la ignoran.

–Es mejor pretender que los desórdenes mentales como yo no existen, que somos un mito, antes de admitir que la gente no está bien, ¿No?–  luego sonríe.

Le vuelve a susurrar a su víctima que trata de levantarse de donde está sentado.

-¡No servís para nada, no lo intentés!–

Él se queda quieto. Ella, cruza las piernas, enciende un cigarrillo y con una mirada irónica se dirige hacia mí:

«Es hora de las preguntas».

–¿De dónde venís?– le interrogo.

De varios lugares. Hay gente que me trae en los genes, otros a los que se les desordenan las hormonas. A veces los acompaño por situaciones fuertes que están pasando: la muerte de un familiar, la separación de una pareja, violencia, algún cambio drástico en sus vidas, cosas así…

¿A cuántos «acompañás»?

(Mira al vacío por un segundo, comienza a calcular con los dedos y vuelve a fijar la mirada en mí)

La gente creería que a unos cien mil en todo el mundo ¿No? Pero son más de trescientos millones, y la lista va aumentando.

Para el 2014 se decía que en Nicaragua se suicidaban un promedio de 13 personas por cada cien mil habitantes. También se ha advertido que por cada adolescente que logra el suicidio en América Latina, entre 15 y 20 personas más lo intentan.

Soy toda una conquistadora –Ríe–

¿Entonces la gente decide que vos estés con ellos?

Para nada, no soy una opción, soy como una enfermedad más. Repito, algunas personas me pasan de generación en generación, quizá yo estuve con la bisabuela del que acompaño ahora.

A veces la gente decide estar triste, pero yo soy más que eso, la tristeza es un síntoma mío, pero yo provoco mucho más. Provoco malestar físico y mental ¿Quién va a querer eso? Algunos dicen ¡Soy depresivo! Las redes han romantizado las enfermedades mentales, sin embargo, tener mi compañía es mucho más pesado, no es una decisión. No soy pasajera.

Y…  ¿Qué es lo que les hacés?

Depende de la persona, en general los hago sentir sin esperanzas, irritables, apáticos, sin motivos para vivir, que piensen que la situación por más leve que sea, nunca se va a mejorar.

Les quito las ganas de salir a la calle, les doy dolores de cabeza, algunos se ponen gordísimos, a otros les da por bajar como treinta libras, también sienten cansancio, ganas de llorar a cada rato, o de dormir, falta de interés por cosas que antes les apasionaban, los acompaño mientras los hago sentir solos, no se atreven a contarle a nadie… Eso me beneficia –Ríe–

Cecilia Lee // Flickr

Lo peor… O mejor, es que la mayoría de personas ajenas a mí, no comprenden a los que me sufren, cuando te reportás en un trabajo con gripe, te dicen: ¡Mejorá pronto! Cuando uno explica que tiene una crisis mental responden: ¡Estás loco! ¡Apuráte a venir, tenés trabajo que hacer!

(Exhala una bocanada de humo)

Qué estrés.

Se dice que solo atacás a mujeres… ¿Qué tan cierto es eso?

Eso es mentira, yo puedo estar con todos, no importa la edad, género o estatus social. Un niño o un adulto pueden llegar a tener depresión. Asimismo, una mujer y un hombre están igualmente propensos a mí, claro, los cambios hormonales de la mujer al momento de la menopausia o el embarazo me atraen, pero ambos tienen el riesgo.

Saber cómo identificarme es la clave, porque puedo llevarlos a lo peor.

¿Qué es lo peor?

La muerte… Supongo. Pongo tan mal a la gente, que creen que la única opción de terminar el dolor que les dejo es morir. Muchos nunca tratan de eliminarme, les da miedo admitirlo porque si vas al psicólogo es porque “estás mal de la cabeza”, y sí, se está mal, no por sufrirme sino por no querer buscar ayuda. En Nicaragua no hay atención eficiente, hay problemas en el sistema de salud mental, mucho estigma y la gente te juzga si andás decaído.

Yo me quisiera morir también –dice irónica– pero a mí sí me gusta mi trabajo.

¿Lo ves a él ahorita? –señala a su víctima con su delgado dedo índice– quizá mañana amanezca muerto, y nadie va a entender por qué, van a comentar: «Era tan joven, ¿Por qué se ahorcó?», «Pero si se veía feliz» ¿Te acordás de Kurt Cobain? Yo lo acompañé hasta su último suspiro, pero ¿Quién se acordó de mí?

A nadie le intereso. Me subestiman. Así que soy una asesina silenciosa.

¿Y cómo podemos prevenirte? o bien ¿cómo vencerte?

(Toma el cigarro de su boca y cruza los brazos)

Me previenen con una buena comunicación familiar, alejándose de lugares y personas altamente estresantes, evitando o saliendo de situaciones de violencia, ponerse de primero a uno mismo. Lo sé, parece sencillo.

Por otra parte, vencerme es más difícil, porque lidiás no solo con la enfermedad sino con la gente. Lo mejor es buscar ayuda, ya sea acudiendo a las personas en las que confiás o con un experto. También necesitás ver el lado positivo, incluso a las cosas malas que te pasan, además de construir relaciones más fuertes con tus seres queridos, o bien desligarse de aquellas relaciones tóxicas que te destruyen. Urge educación. En el sistema de salud, en los hogares, en las escuelas ¡No eviten hablar sobre mí!

La gente cree que soy invencible, pero soy muy vulnerable, a veces es una batalla, te mato o me matás. Muchos deciden matarme… Si lo hacen, no importa, yo seguiré esperando revivir en mi próximo enemigo.

(Enciende otro cigarrillo)


Si conocés a alguien que podría estar atravesando una depresión es necesario buscar la opinión de un experto. El Hospital Psicosocial de Managua cuenta con una línea telefónica (número: 1818) a la que podés llamar desde cualquier punto de Nicaragua. Aquí «se brinda atención profesional a quienes estén buscando ayuda para uno de los problemas de salud pública más comunes a nivel internacional, y cuyas estadísticas superan a las muertes relacionadas a accidentes de tránsito, violencia y guerra juntas».

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